EMMA.
—¿Quieres ir a casa? —alcé la mirada hacia Noah, que estaba de pie frente a mí en el pasillo del juzgado, mientras la gente iba y venía.
Tenía cierto temblor en mi pecho, y aunque hoy por supuesto no iban a dar el veredicto final, yo ya sabía el resultado de este.
Afirmé hacia Noah, pero fue imposible que mis ojos se desviaran de lugar cuando mi madre se plantó a nuestro lado.
—Nunca quise hacerte daño… —Noah se giró al instante, como si el golpe, lo estuviese recibiendo él y la miró de arriba abajo como si mi madre fuese una basura que tuviese que ser limpiada.
Rápidamente, puse mi mano en su brazo, y él miró mi agarre con determinación. Así que me adelanté en hablar.
—No tengo nada que hablar contigo… tus hechos son suficientes para mí —le dije, y ella se apresuró en quitarse las gafas de sol.
Pude evidenciar el desastre en sus ojos. Las ojeras y la rojez de estos.
—Sé que debo pagar, Emma… la vida ya me lo está cobrando. Pero déjame decirte que me siento orgullosa de ti. Por