Los días siguientes fueron muy incomodos para ambos; apenas se podían mirar a la cara. Gregory ya no bajaba por las mañanas temprano y se escondía toda la noche trabajando. La primer noche Adele no le llevó el café, la segunda tampoco y la tercera, menos. A Robert le fascinaba verlos esquivarse. Si conocía bien a su hijo, se estaba muriendo de vergüenza.
- Es tu culpa por traer una mujer -
- No me lo recuerdes, papá -
- Es raro en ti ¿por qué lo hiciste? -
- No lo sé… -
Pero la cuarta noche, cuando la vio vestida para salir, esperando sentada junto al recibidor a que pasaran por ella, Gregory por fin entendió porque había hecho aquello. Tenía el cabello arreglado, la boca pintada, la falda corta y los zapatos altos; la postura delicada y relajada, no parecía de su edad. La espiaba callado detrás de la escalera.
- ¿Vienen tus amigos por ti? - Le preguntó Robert.
- Si, Hugo -
- ¡Ah! Bien, bien… No regreses tarde ¿eh? Estas muy bonita, Adele -
- Gracias, Robert -
La vio subirse al auto d