Su voz llevaba el letargo característico de las primeras horas de la mañana.
Cecilia se sobresaltó al oír su voz y recobró el sentido, girando la cabeza para mirar a su alrededor, y lo que llamó su atención fue la decoración familiar de la habitación.
Se incorporó de la cama, miró rápidamente su propio cuerpo: seguía llevando el conjunto de ayer, un poco arrugado: —¿cómo...?
Cecilia recordó que parecía haberse quedado dormida en el sofá anoche.
—¿Qué hora es? —levantó las sábanas y se levantó de la cama—. ¿Por qué no me has despertado?
Bosco se incorporó también, con la parte superior de su cuerpo desnudo expuesta al aire, sexy y tonificada. —Te llevé del sofá de allí a la cama, no te despertaste ni con tanto movimiento.
Sacó el reloj de pulsera de la mesilla y miró la hora: —Son las ocho.
Iba a ser demasiado tarde para ir a trabajar.
Cecilia se dirigió apresuradamente al guardarropa para coger su ropa, y cuando se cambió de ropa y salió, Bosco ya se había lavado y cambiado de ropa tam