Edward y Abraham, bajaron apresuradamente las escaleras del altar y cuando por fin lo hicieron, ambos se apresuraron a correr en la dirección que el guardia les había indicado.
—Espero que ese guardia no nos haya mentido —dijo Edward.
—Lo sabremos muy pronto, e incluso si lo hizo… no tenemos forma de reclamarle —dijo Abraham.
—Eso es cierto.
Edward y Abraham, después de ver la muerte del hombre vestido de rojo en la cima del altar, habían logrado ver que cientos de guardias armados estaban corriendo en dirección a la base donde los antiguos presos luchaban contra las personas enmascaradas.