A pesar del mareo, Emily observa atentamente su entorno mientras el auto avanza por calles desconocidas. Su orientación se mantiene firme, como si su instinto la guiara a través de este laberinto de asfalto.
— No comas ansias preciosas, quiero que pasemos el fin de semana en un sitio
— ¿Qué sitio? A qué te refieres con que pasaremos el fin de semana, yo no traje nada que ponerme.
— Te llevo a una de mis propiedades, es una cabaña apartada de la ciudad, a mí me encanta ir ahí para relajarme.
— Y yo qué tengo que ver con eso.
— Ahora tú eres parte de mi relajación.
— El trato no era ese, Michael.
— Que bien se oye mi nombre en tu boquita.
Sin más preámbulos, el auto aceleró, y su estómago se revolvió como un mar embravecido. Las consecuencias de la comida pesaban sobre ella, y la resistencia se desvanecía. ¿Vomitar o correr al baño? La decisión se volvía urgente. La cabeza le martilleaba, y odiaba cada kilómetro recorrido. Debía haber tomado la pastilla contra el mareo, pero no era a