La noticia escandalosa se extendió por la pequeña ciudad al día siguiente.
El director Sanz, sin atreverse siquiera a denunciar ni a exigir responsabilidad alguna, se internó de forma discreta en su propio hospital, alegando una caída.
Las enfermeras susurraban entre risas:
—¿Desde cuándo una caída deja marcas de bofetadas tan profundas por toda la cara?
Valeria, avergonzada para ir a trabajar, se aferraba a Diego como a un clavo ardiendo.
—Lo que pasó entre el director Sanz y yo... él me obligó. Es mi superior, no tuve más opción...
Escuché su conversación desde afuera, pensativa. No era suficiente; para Diego, ese canalla, necesitaba un último empujón. Afortunadamente, ya lo tenía todo planeado.
Una hora después, esperé a Diego junto a su coche. Su ira se había calmado notoriamente, y Valeria lo seguía de cerca.
Al verme, Valeria mostró vergüenza y rabia.
—Ya has conseguido lo que querías, ¿qué más quieres?—que desaparezca .
La miré con desprecio.
—¿Qué más quiero? Diego, ¿has firmad