Natalia bajó de inmediato la cabeza y vio al pequeño abrazando sus piernas. Una pizca de impaciencia cruzó por sus ojos, pero no lo demostró.
Se inclinó y sonrió con gracia: —Soy yo. Niño, ¿por qué estás solo aquí? ¿Dónde están tus padres? —le preguntó rápidamente, examinando al niño frente a ella,