La oscuridad le abría las puertas mientras aterrizaba en Italia, no pudo evitar levantar la mirada en dirección al cielo, la noche estaba despejada e incluso se divisaban algunas estrellas, pero pese a toda la belleza nocturna, en el aire se olía el miedo, la muerte, era como si su vieja amiga hubiera despertado a la par, asechando como en el pasado. Una punzada en su pecho le hizo saborear lo amargo del mal presentimiento que dominaba sus sentidos, nublándole la razón.
—¿Todo bien? —le preguntan a sus espaldas.
—¿Acaso debo estar mal? —respondió con un tono de voz más gélido que el que sentía en esos instantes.
—No, pero has estado actuando con extrañez.