De sirvienta humillada a dueña multimillonaria
De sirvienta humillada a dueña multimillonaria
Por: Alexander Gonzalez
1. El jefe insultado

—¡Oiga! —Exclamó Jessica Ángel después de que el hombre pasara a su lado, enviándole una rociada de agua sucia sobre su uniforme—. ¡¿Qué tal el desgraciado?!

Para su sorpresa, el auto negro lujoso derrapó en el pavimento y retrocedió hasta donde ella se encontraba. Sus ojos se abrieron de par en par cuando el vidrio blindado descendió dejando ver a un hombre que ella y todo el país reconocían.

¡Se trataba del guapísimo y famoso cantante Axel García!

—No la vi, señorita —dijo él en tono despectivo, dirigiéndole una mirada aburrida a través de sus gafas oscuras—. Tome —Axel le extendió unos cuantos billetes en compensación, pero Jessica se negó a aceptarlo.

—Con una disculpa habría sido suficiente, señor —dijo ella, sacudiendo la bolsa de la compra para quitar el agua sucia—. Ahora lo mínimo que puede hacer es acercarme a la mansión.

Axel le dio una sonrisa de burla:

—¿De verdad pretende que la suba a mi auto en esas condiciones, señorita? Y no me refiero a su sucio uniforme de empleada doméstica, sino a su clase en general.

Jessica lo miró sorprendida. En realidad le encantaban las canciones del artista, él era incluso una de sus mayores fuentes de inspiración. Siempre era tan amable en las entrevistas, ¿por qué ahora se mostraba tan arrogante?

—Que decepción —Jessica le dio una mirada desaprobatoria—. No me imaginé que alguien de “su clase” fuera tan mal educado. Acaba de perder una admiradora, Axel, y mucho más que eso una futura colaboradora.

—¿Colaboradora?

—Sí, porque yo también sé cantar y algún día voy a ser mucho mejor que usted.

El aludido soltó una carcajada.

—Me lo imagino —respondió con desdén—. ¿Sabía que aquellos que hacen alarde de sus anhelos jamás lo consiguen?  No, no me diga nada. No voy a rebajarme a discutir con una simple empleada del servicio.

Axel arrancó el motor, pero antes de que pudiera avanzar, Jessica prorrumpió en un estrepitoso y fingido llanto. El hombre la miró, sin comprender, pero al volverse hacia el otro lado de la calle descubrió que había varios paparazzi en el lugar, captando el momento con sus cámaras.

—¡¿Por qué me tratas así, Axel?! —gritó Jessica sumergida en un llanto incontenible—. No solo te bastó con ensuciarme, sino que ahora también me insultas. Es cierto que me gano la vida limpiando casas, pero es un trabajo digno y no es necesario que me humilles.

Jessica se cercioró de hablar en tono adecuado para que todos los presentes escucharan.

El rostro de Axel se tiñó de rubor. Él se apeó del auto e intentó controlar la situación para quedar bien ante las cámaras, pero Jessica siguió gritando y llorando como una desaforada. De repente, una multitud los estaba rodeando, filmando la bochornosa escena.

—Cállate, m*****a sea —murmuró Axel con dientes apretados, fingiendo una sonrisa ante los demás—. No tienes ni idea a quien te estás dirigiendo, ¿verdad?

—¡Ya basta de amenazarme! —Gritó Jessica—. Yo solo quiero irme a casa, ¡suéltame!

Axel levantó las manos, mostrándole al público que en realidad no estaba sujetando a la mujer. Debió haber hecho caso a su madre cuando le advirtió sobre la chica, pero Jessica Ángel resultó ser peor de lo que ella le había descrito.

Cuando Jessica consideró que había sido suficiente, abandonó la escena y de inmediato los medios de comunicación cayeron sobre Axel, interrogándolo sobre su conducta que el público alrededor desaprobaba, más aún cuando no era la primera vez que se veía involucrado en esta clase de escándalos.

En la mansión en la que Jessica trabajaba la esperaba Virginia Doria, una reconocida actriz multimillonaria y cincuentona de mal carácter. Cuando Jessica la conoció y la mujer le permitió trabajar en su mansión, pensó que se había ganado la lotería. No obstante, fue todo lo contrario, nunca nadie en su vida la había humillado tanto como aquella mujer.

 Jessica hubiera renunciado hace mucho tiempo de no ser porque de su sueldo (que no era la gran cosa, pero si mejor que el de cualquier otra empleada doméstica), dependía el bienestar de su hijo.

—¡Por dios! —Exclamó Virginia, quien se encontraba de pie en las escaleras principales—. Pero, ¿cómo se le ocurre ingresar a la mansión en esas fachas?... No, no me dé explicaciones. ¿Trajo lo que le pedí?... Pues entonces, ¡muévase! Antonio está por llegar y todo tiene que estar impecable. Vaya y termine de ordenar la mesa, ¡rápido!

Virginia se cubrió la nariz cuando Jessica pasó a un lado de ella.

—¡Que asquerosa mujer! —Exclamó arrugando el rostro—. Oiga, ¿y para dónde cree que va?

—Al comedor, señora.

—¿Así? ¿Y es que no se piensa cambiar? —Virginia exhaló ruidosamente en gesto impaciente y apretó los puños como si estuviera conteniéndose en estrangular a su empleada—. ¡Pero que cruz! ¡Cielo santo! Mire —señaló a Jessica, dándole una mirada fulminante—. Es la última vez que se la paso, la próxima ni se moleste en venir porque voy a enviarlos de vuelta a usted y a su hijo a la calle. ¿Me entendió?

A Jessica le hervía la sangre y en aquel momento se imaginó estrellando el rostro de la mujer contra la pared mientras todo alrededor se teñía con sustancias rojas.

—¿A caso es sorda? —Virginia la extrajo de sus fantasías—. ¡¿Dije que si me entendió?!

—Sí, señora.

En cuestión de minutos Jessica hizo todo lo que la mujer le pidió y más tarde empezaron a llegar los familiares y amigos que se reunían para recibir al hijo mayor de Virginia.

Jessica y los demás empleados se encargaron de atenderlos, tal como el ama de llaves se los indicaba. Todos eran cantantes, actores, presentadores y demás gente famosa y elegante que Jessica solo había visto a través de la televisión. En otras circunstancias habría hablado con ellos, pero a menudo Virginia estaba dirigiéndole miradas de advertencia.

—La cena está lista, doña Virginia —informó Jessica más tarde—. ¿Vamos sirviendo de una vez o esperamos a su hijo?

—La cena siempre se sirve a las siete —gruñó la mujer por lo bajo—. ¿O es que no lo sabe? Y no se quede mirándome allí como una estúpida. Haga algo que para eso se le paga.

La cena estuvo servida minutos después y las personas pasaron a la mesa. Jessica y otros empleados permanecieron de pie en la gran sala, al servicio de los invitados.

—Mi hijo acaba de llegar —informó Virginia cuando escuchó a un nuevo auto arribar a la casa. La mujer se limpió la boca con una servilleta e indicó a Jessica—: sirve otro plato, por favor.

Jessica la miró sorprendida. Era la primera vez que había escuchado las palabras “por favor” surgir de los labios de aquella mujer. Era claro que le preocupaba la imagen que proyectaba ante los demás. En la televisión siempre se mostró como una mujer muy amable y tranquila.

Se apresuró a servir otro plato y regresar a la mesa, entonces se quedó paralizada cuando lo vio. Nunca conoció Antonio Doria, el hijo mayor de Virginia, ni siquiera lo vio en fotos o se interesó en él, a pesar de que a menudo la mujer alardeaba del famoso artista.

Jamás se imaginó que se tratara del mismísimo Axel García, a quien apenas horas atrás había conocido en no muy buenas circunstancias.

Axel levantó la vista hacia ella, pero no pareció sorprendido, lo único que reflejaban sus ojos azules era desdén.

—Jessica —Virginia le habló fingiendo amabilidad—. ¿Qué pasa?

—Nada —respondió ella, apresurándose la mesa, entonces los nervios la hicieron tropezar con sus propios pies y derramó la sopa sobre la camiseta de Axel.

—Pero, ¿qué le sucede? —Gruñó el hombre, incorporándose para sacudirse los restos de comida—. ¿A caso está ciega?

Virginia le susurró algo al oído que lo obligó a calmarse, pero la forma como la miraron le hizo saber a Jessica que este acababa de convertirse en su último día de trabajo en la mansión.

—Discúlpeme, Axel —Jessica tomó unas servilletas de la mesa y lo ayudó a limpiarse—. Fue un accidente… ¿Por qué no me dijo que era el hijo de doña Virginia? Si lo hubiera hecho no me habría tomado de sorpresa, la conmoción hizo que perdiera el equilibrio y…

—Ahora resulta que yo tengo la culpa —la interrumpió Axel en voz baja y gruñona—. ¿A caso no le bastó con el espectáculo que me armó en la calle? Mire como me volvió. Esto le va a salir caro, muy caro, Jessica.

Jessica cruzó la mirada con los profundos ojos azules de su jefe, preguntándose cómo era que él sabía su nombre. Pensaría en eso más tarde, por lo pronto, lo único que le importaba era conservar su trabajo porque verdaderamente lo necesitaba.

—No me irá a despedir por esto, ¿verdad, Axel? —Inquirió con temor.

—¿Usted que cree? —respondió el hombre en tono mordaz.

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