Ambert Tons
Por más que me rehusé a viajar hasta aquí con éste imbécil, no valió. Me miro en el espejo y mi cara está pálida, las ojeras muy notorias, puedo sentir mi cuerpo más delgado y no tengo fuerzas ni para respirar. La casa es inmensa, mi habitación ni hablar y tengo prohibido entrar a la habitación de éste imbécil.
Me ha mandado a llamar hace unas horas y no he ido, pero tengo hambre y debo bajar.
Me pongo el pijama y bajo despacio la escalera.
—Hola —digo a una chica de unos 25 años. Lleva un uniforme de empleada doméstica, y el pelo escondido en un gorro.
—Hola señorita —inclina su cabeza haciendo reverencia.
—¿Hay algo para cenar? —pregunto y ella niega. —. El señor ordenó que se retirara la cena ya que usted no bajó —dice apenada.
—¡Imbecil! —digo y voy hasta la nevera para buscar algo de comer —Graci