CRISTINE FERRERA
—Creo que ya es muy tarde… —dije asomada por la ventana, después de la cena. Los niños ya se encontraban con sus pijamas y listos para dormir—. Es peligroso que conduzcas hasta casa con Mario, parece que va a llover.
—¿Nos quedaremos a dormir aquí? —preguntó Mario tan emocionado como los trillizos. Ver a ese niño sonreír me llenaba el corazón, algo me decía que se merecía mucho amor, todo el que su madre le negó y, sinceramente, yo estaba dispuesta a dárselo.
—No lo sé… —dijo Eliot acercándose a mí de esa manera tan dominante, como un depredador listo para cazar, mientras yo retrocedía—. ¿Nos estás invitando a pasar la noche en el departamento?
—Supongo que no habrá problema por una noche —contesté y sonreí en cuanto los niños arrastraron a Mario al interior de la habitación. Entonces Eliot se apoyó en el marco de la puerta y se inclinó hacia mí—. No te preocupes, hay más habitaciones, los niños nunca usan las suyas.
—No me parece una gran idea dormir rodeado de dinos