ELIOT MAGNANI
Me levanté del suelo y me deshice del agarre de Derek, quien intentó levantarse una vez más, pero el cansancio y la falta de sangre hicieron que de nuevo se dejara caer.
—No te mueras todavía —le pedí antes de salir de la cabaña. El frío se estaba volviendo insoportable. Busqué en el enorme cobertizo que quedaba a unos metros. Ahí guardaba el abuelo la camioneta vieja, solo rogaba porque aún sirviera.
Después de romper las cadenas con una palanca igual o peor de oxidada, pude ver el auto dentro. Era una camioneta de las antiguas: pesada, ancha, de enormes faros y con un «tumbaburros» que parecía poder arrancar un árbol desde la raíz. Pasé mi mano por la fina capa de polvo sintiendo el frío metal. Abrí el cofre y parecía que todo estaba en su lugar, pero… ¿funcionaba?
Alcancé las llaves sobre la mesa donde mi abuelo solía trabajar y entré en la cabina de la camioneta, notando un olor enmohecido y escuchando ese rechinido de los asientos. Metí la llave en el «switch» y n