ELIOT MAGNANI
Mi ayudante me consiguió una mesa lo suficientemente cerca del espectáculo, pero lo suficientemente lejos para que nadie ahí pudiera reconocerme. Escondiendo mi rostro entre las sombras y sin apetito de probar algún trago barato, y de seguro adulterado, escuché por los altavoces la presentación de una de las bailarinas que me erizó la piel y me regresó las náuseas.
—¡Ahora, con ustedes… nuestra hermosa Cristy! —gritó el hombre provocando que medio mundo chiflara y aplaudiera. Todas las miradas se posaron ansiosas en las cortinas de terciopelo rosa. Sentía tanta vergüenza que estuve a punto de irme, pero lo que vi me dejó sin aliento.
Cristine salió de entre las cortinas, con la mirada clavada en el