2 AÑOS DESPUÉS
Las calles de Roma estaban vestidas de oro y sombra, como si el atardecer las hubiera tocado con dedos de fuego. El aire olía a jazmín, piedra antigua y promesas que no se dicen en voz alta, pero se sienten en el pecho. Aidan caminaba junto a Olivia, tomándola de la mano como si el mundo fuera demasiado frágil para no hacerlo.
No era la primera vez que caminaban por esa ciudad, pero esa noche todo parecía distinto. Roma, con sus ruinas eternas y fuentes cantoras, se convertía en cómplice de una historia que seguía escribiéndose aunque el “sí, acepto” ya hubiera quedado atrás, en una iglesia lejana y un vestido guardado con ternura en un armario.
—¿Te acuerdas de la primera vez que vinimos? —preguntó Olivia, con una sonrisa que se dibujaba más en los ojos que en los labios — Nuestro bebé había estado maravillado, aunque lo extraño se que con sus abuelos esta bien.
—Claro que sí —respondió Aidan, deteniéndose a mirarla—. Tenías ese sombrero ridículo. Parecías una turista