Elisa se quedó petrificada, el hombre le apuntaba con el arma justo a la cara y ella no podía hacer nada, estaba demasiado lejos para intentar quitársela y demasiado cerca para huir. Se insultó a sí misma por no seguir la corazonada que había sentido apenas entró al lugar y haber agarrado a su esposo y haberse largado.
—¡Quieto! —gritó alguien cerca de ellos y en el pequeño fragmento de segundo que al “periodista” le tomó para volver la cabeza, una masa uniforme de hombres saltaron sobre él y lo sometieron en el suelo. Las personas habían formado un enorme círculo y Elisa estaba en medio.
Emanuel llegó hasta ella y jalandola de una mano la metió entre la multitud y le agarró la cara para que lo mirara de frente.