Los laberintos de mi mente, resuenan y gruñen. Sus fantasmas se han despertado.

Amelia

El camino de la iglesia al cementerio es un trayecto corto que se realiza caminando, una procesión de silencios y susurros preceden el ataúd de mi madre. Detrás de mí, mi prometido y su abuelo susurran palabras ininteligibles a mis oídos, sin embargo, por el tono que usan y las expresiones en sus rostros, puedo asegurar que el tema de conversación es nuestro compromiso. Es increíble como de pronto mi vida ahora gira en tono a ese maldito compromiso.

—Tenemos que seguir, papá —susurro cuando sus pasos se detienen. Lo veo cerrar los ojos con fuerza mientras respira por la boca. El dolor lo consume—. Tenemos que despedirnos, tenemos que seguir —insisto sin soltar su brazo por miedo a que caiga de rodillas.

De su interior brota un jadeo doloroso que me quiebra el alma. Miro a Sebastián buscando apoyo, si sus piernas flaquean sé que no voy a poder sostenerlo. Como si mi futuro esposo y yo no necesitáramo