Como si hubiera recibido una inmensa bendición, Lucas siguió a Ana y bajaron las escaleras juntos. En lugar de llamar a su chófer, decidió conducir él mismo y llevar a Ana a su destino. A pesar de sus precauciones, los guardaespaldas seguían preocupados y los siguieron de cerca para protegerlos ante cualquier amenaza.
Lucas, demasiado absorto en sus pensamientos, ni siquiera se molestó en considerar esto. Con sus manos firmemente agarradas al volante, puso en marcha el vehículo, conduciendo hacia el lugar donde se encontraba Javier. Contrario a su acostumbrado estilo rápido y decidido, esta vez, Lucas conducía despacio, tan despacio que era totalmente ajeno a su carácter habitual.
Lucas comprendió que este podría ser su último momento a solas con Ana, por lo que quería prolongarlo todo lo que pudiera. Aun así, este breve instante pasó volando sin dejar rastro alguno.
Cuando el coche se detuvo frente a la mansión, Lucas sintió que su corazón era arrastrado y hundido en el fondo del mar.