El olor a asado invadió mis fosas nasales tan pronto abrí la reja de la casa de mis padres. El almuerzo dominical de la familia Aguilar era una tradición inmutable: mi padre en la parrilla y mi madre quejándose de que estaba cocinando demasiado la carne.
Matheus gritó desde el patio:
"¡Finalmente! ¡Pensé que me iba a perder la picaña!"
Mi madre apareció desde la cocina, secándose las manos en el delantal.
"¡Qué delgada estás! ¿No has estado comiendo bien en ese apartamento diminuto?"
"Qué bueno verte también, mamá", respondí, dejando la cartera en el sofá.
En el patio, Annelise ya estaba sirviendo cerveza a papá. Le di un beso en la mejilla, sintiendo el aroma familiar de humo.
"Imposible estar demasiado ocupada para tu asado, papá."
"Y sabes valorar las cosas buenas de la vida", dijo Matheus. "A diferencia de ciertos ricachones por ahí que no saben apreciar una buena costilla."
La mirada significativa que Annelise me lanzó no pasó desapercibida. Cualquier mención a Christian hacía qu