Gabriela al abrir la puerta se sorprendió cuando vio a Julio Fernández.
— ¡Julio! ¿Qué haces aquí cariño? ¿Y a esta hora?, son las cuatro de la mañana. Porque no me avisaste que vendrías. —dijo Gabriela.
—¿Puedo pasar?
— ¡Por supuesto! Entra cariño, siempre eres bienvenido a mi departamento. Tuviste suerte de encontrarme, porque acabo de llegar, muy pocas veces estoy aquí.
Pasaron a la sala de estar y Julio se sentó en el sofá, la miró fijamente y le dijo.
—Siéntate osita, ponte cómoda, después de todo es tu apartamento.
Gabriela sonrío coqueta, se sentó y le preguntó.
—¿Osita? —cruzó las piernas para que admirara sus hermosas piernas a través de la abertura de su vestido rojo que le llegaba hasta la cadera— Ya sé a qué has venido, osito. Te propongo que nos metamos en el jacuzzi tú y yo.
—No, solo vine a hablar contigo.
Gabriela se río con ironía y le preguntó.
—¿Tú?, ¿Solo hablar? No me digas que quieres que hablemos lenguaje sucio.
Julio la miró directo a los ojos y fue directo al