BAJO AQUEL CONTRATO
BAJO AQUEL CONTRATO
Por: Marycruz González
PRÓLOGO

Sentada en el borde de la cama, mirando a la nada y a la vez, viéndolo todo en ese punto donde su destino se encontraba, un par de lágrimas cayeron. Tan puras como el silencio, aquel silencio que vivía y en el que parecía vivir para siempre porque después de eso, no había nada.

Estaba hecho, a eso que tanto llegó a temerle, a eso que tanto se rehusó estaba hecho porque más que por ser por el bienestar de ella, había sido por el bienestar de su abuelo y de todos sus bienes.

El velo blanco cayendo a los lados mientras su cabello negro se mantenía perfectamente peinado al igual que el maquillaje, perfectamente adherido a la suavidad de su piel joven. Sus pequeñas manos aun sostenían el ramo de flores con el que había entrado al altar.

En sus ojos, el mar de emociones que azotaba dentro de su corazón era reflejado. Había dado el paso más grande y aunque mucha gente suele decir que es el primer paso el más difícil ahora ella se daba cuenta que no era así, no siempre el primer paso era el más difícil de dar sino, todos los pasos que debía de dar hasta llegar al final de sus días.

En su mente, las imágenes de toda una vida pasaban una y otra vez. Si sus padres aun estuvieran vivos como siempre lo prometieron estar para ella, nada de eso estuviera pasando, ella no tendría la necesidad de verse a sí misma como el más grande los fracasos. Una vida con la que soñó, hoy no era más que un espejismo, un maldito espejismo que la hizo feliz mientras duró.

Tenía solo veinticinco años y su vida ya estaba terminada. La verdad es que siempre estuvo terminada desde el momento en que a su puerta tocó esa desagradable noticia que no se convirtió más que en un claro infierno en el que iba a vivir por el resto de su vida.

— ¡¿Qué acabas de decir?! —preguntó Cristal levantándose del sillón, mismo lugar que le había pedido su abuelo que tomara como asiento.

—Cristal, realmente no tengo tiempo para discutir esto. Ya te lo dije y no hay vuelta de página. Este es tu destino quieras o no —contestó el hombre mayor de aproximadamente sesenta años frente a ella.

Con las piernas cruzadas, fumando un cigarrillo frente a ella, Cristal se daba cuenta que lo su abuelo le había dicho no era más que un noticia más. Algo que podría ser tan normal para el señor Adolfo Bennett como pedir la renuncia de sus empleados.

— ¿Cómo puedes pedirme eso, abuelo?

— ¿Entonces qué quieres que diga? ¿Qué está bien si la compañía se va a la banca rota solo porque tú no quieres ayudar un poco y más que ayudarme a mí, ayudarte a ti misma? Al final, todo eso va a ser para ti, Cristal. No sé cuál es el problema.

Las lágrimas salieron de los ojos de Cristal al momento. Conocía a su abuelo, sabía que él era capaz de todo por mantener su posición  frente al mundo que lo admiraba pero la verdad es que nunca pensó que llegaría a tanto, hasta el hecho de pedirle renunciar a sus sueños, a su vida y a todo lo que era ella verdaderamente.

—Este no es un cuento de hadas donde el príncipe viene en busca de su princesa, querida hija. Esta es la vida real, lo tomas o lo tomas, así de simple —dijo el hombre levantándose de su lugar.

— ¡No puedo hacerlo, abuelo! ¿Dónde queda mi vida, mis sueños, todo?

—Cásate con Brandon Lambert y no tendrás que preocuparte de tu futuro porque después de eso, no tendrás que mover ni un solo dedo para hacer algo.

— ¡Yo no quiero casarme con una persona que no conozco!

—Lo siento, Cristal, son las reglas de vivir aquí.

— ¿Crees que mis padres estarían bien con lo que me estás haciendo, abuelo?

— ¿Crees que a ellos les importas dondequiera que estén? Te casas en un mes. Los preparativos comienzan mañana. —Dijo el señor Adolfo importándole poco las lágrimas que salían de los ojos de su nieta. Su única nieta.

¿Cómo todo pudo cambiar en un solo momento? Aun su mente parecía divagar entre lo que había pasado y lo que estaba por pasar. Ese había sido el precio de haber nacido en esa familia. Sus emociones en ese día no habían sido más que una montaña rusa. Tan pronto como pensó que podía ser feliz, se dio cuenta que todo eso no era más que una farsa. En su mente la humillación se repetía una y otra vez.

No habían sido ni las diez de la mañana cuando ella ya estaba lista para casarse con aquel ser misterioso que iba a resolver su vida por completo. No solo la de ella sino también la de su familia. Las lágrimas cayeron al saber en una horas casada con Brandon Lambert, el hombre del que su abuelo no había parado de hablar. El mismo que tenía una misión por cumplir para así, ser él el heredero legítimo de todo lo que tenía su familia. La familia Lambert. Un hijo era la salida, un hijo que solo Cristal Bennett podía darle.

Sin conocerlo hasta ese mismo día en que ellos se casaron, la vida se le pasó a Cristal sintiendo solo la necesidad de morir, morir y de esa manera terminar con todo, con las falsas promesas de sus padres y con los sueños rotos.

Para ese mismo día en que Cristal más deseó morir al mismo tiempo que se veía frente al espejo vestida de blanco, las esperanzas llegaron a ella una vez más recordando solo a una persona, recordando que en su corazón, su primer amor seguía viviendo.

No fue hasta el momento en que Brandon Lambert besó sus labios frente al altar después de haber hecho promesas vacías, después de haber sido ella la admirada por su escultural figura masculina hasta que lo supo. Ella se estaba casando con su primer amor. Aquel amor de la infancia que un día se fue sin más, dejando sola, dejándola en ese hoyo oscuro donde ella no encontró a qué aferrarse sino era a ella misma.

La emoción remplazó a sus ganas de morir al saberlo. Ella acababa de casarse con aquel chico que siempre estuvo para ella.

De pronto, todo lo que Brandon Lambert pudo ver después de haberla besado con tanta delicadeza fue una sonrisa pintada en su rostro. Eso no podía ser, no sabía qué era lo que ella estaba pensando en ese momento pero eso no podía ser. Ellos se estaban casando por un contrato, No más que eso.

En la mente de Cristal, las palabras de la persona que un día fue su primer amor y que ahora no era más que un patán, se repetían constantemente.

La sonrisa seguía dibujada en su rostro mientras los invitados se acercaban a felicitarla. Fue en ese momento donde, de manera brusca y poco educada, fue hasta su ahora esposa y la tomó de la muñeca fuertemente apartándola del mundo que celebraba ese matrimonio.

— ¿Qué te pasa, Brandon? —se quejó Cristal tan pronto como él la soltó.

— ¿A qué debo esa estúpida sonrisa en tu rosto?

Si su increíble físico la había asombrado al llegar al altar, ahora la hacía temer. Las venas en su cuello demostraban lo molesto que estaba.

— ¿De qué hablas? —preguntó un poco más segura de ella.

—Nunca lo olvides, Cristal. Nunca olvides estas palabras porque te puedes arrepentir. Que tu hayas sido la primera y la que más insistiera para darme un hijo, el hijo que necesito, al llevar los papeles de inseminación artificial a mi abuelo, no significa que te creas el lugar de esposa. No eres nada, Cristal, no eres más que un instrumento que me va a ayudar a tener lo que quiero. Este es un contrato de matrimonio, nada más, nada menos, ¿de acuerdo? Nunca olvides mis palabras porque de lo contario, te puede lastimar más que a nadie.

Y sin decir nada, él se fue dejando a Cristal completamente atónita.

Las lágrimas en sus ojos eran las mismas que no habían dejado de salir desde ese momento en que él la humilló.

Encerrada en esa habitación, ahora se daba cuenta que su primer amor ya no era más su primer amor.

A la puerta, un par de golpes.

—Adelante —autorizó Cristal. Las lágrimas ya se habían secado en su rostro.

— ¡Cristal, el baile de los novios! En tres minutos deben de estar ahí.

—Ya voy.

Y sin más por decir, la mujer que había ido a avisarle, salió sin siquiera molestarse por preguntarle qué le pasaba. Nadie parecía querer darse cuenta que ella lo que más necesitaba era tener con quien hablar.

Sin más que hacer, se levantó de su lugar dejando el ramo a lado. Ya no le importaba seguir la tradición, todo lo que quería era que el show terminara.

Afuera, en la gran casa en donde se había decidido la celebración. Todos parecían genuinamente contentos. Con una falsa sonrisa, Cristal caminó hasta el centro mientras buscaba por su esposo, el cual no veía por ningún lado.

Su corazón comenzó a latir de un momento a otro. Brandon no podía dejarla ahí, que lidiara con eso ella sola.

— ¡Queridos invitados, por favor su atención! —llamaron por el micrófono. — ¡La pista libre, la siguiente pieza será bailada solo por los novios. Un aplauso, por favor!

Y sin querer hacerlo, Cristal miró a su alrededor y al darse cuenta que el mundo ya la miraba, avanzó un par de pasos dispuesta a hacerlo por ella misma. Ni Brandon era tan fuerte ni ella tan débil, al final él lo había dicho bien, ellos no eran más que un contrato.

Y de pronto, las luces del salón de apagaron, de pronto sus pasos adelante y al final, una persona que la tomaba de la cintura por detrás haciendo que ella se exaltara de un momento a otro.

— ¡Shh, tranquila! Sigue mis pasos —dijo aquel hombre muy cerca del oído de Cristal. —Nadie se dará cuenta si mantienen las luces apagadas.

No, esa persona no podía ser Brandon porque la persona que la había tomado de la cintura, era un ángel que la había salvado de ese momento tan vergonzoso mientras Brandon buscaba hundirla.

Y en el segundo piso de aquella gran casa, Brandon Lambert la miraba sonreír mientras bailaba.

— ¿Quién es ese que baila con mi esposa? —preguntó Brandon a uno de sus hombres.

—No lo sabemos, señor.

Un suspiro nació de la más profundo de él. Algo no estaba bien.

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