Capítulo 5

     La semana pasa como rayo, a toda velocidad. Estoy en el autódromo, la competencia se aproxima y debo estar impecable en mis circuitos. Hoy decidí venir sola, Arlet ya no podía con tanto madrugón los fines de semana. Por otro lado, mi agenda ya se encuentra organizada, lo triste de irme a las carreras fuera del país es que debo partir a finales de marzo, no estaré presente en los últimos ensayos de mis niños para el acto del día de las madres, al menos intentaré acompañarlos ese día y apenas termine el acto debo partir de inmediato a Marruecos, donde se llevará a cabo la tercera carrera. Lo sé, prácticamente voy a estar todo el año fuera de casa; en el preescolar, los pequeños ya tienen quien se encargará de ellos durante mi ausencia, la directora se ha mostrado amable y comprensiva, incluso emocionada, quiere que me traiga esa gran copa a casa y yo deseo complacerla.

―Tienes compañía, Tori ―anuncia el mecánico de mi coche, Jhonny. Sin mi amiga llevando el cronometro del tiempo, recurrí a su ayuda, por lo general se mantiene en este sitio, ama más a un auto que a su propia esposa. Mi padre insiste en que tenga una especie de entrenador o guía, pero no lo necesito, conozco a la perfección lo que debo hacer, mi única falla es que al tomar las curvas me abro demasiado, estoy a solo un poco de controlar esa parte.

En ese momento otro Cruze color negro me rebasa a gran velocidad.

            Lo siento, a esta hora esta pista es mía.

Muevo la palanca con las velocidades y aprieto el croche, luego acelero y el auto aúlla cual león con furia tras su presa. Al cabo de un minuto paso por un lado de ese coche negro y me siento victoriosa. Pero el otro auto no se quiere rendir y parece que el conductor quiere competencia.

 Mal por ti.

Mi mañana tranquila se esfuma y mi buen humor también, estaba por completar el circuito con buen tiempo y este idiota me lo acaba de arruinar ¡Joder! Golpeo el volante molesta.

―Jhonny, ¿cómo va mi tiempo?

―Victoria, lo acabas de perder. Te aconsejo que ya salgas de la pista, por hoy has terminado.

Un solo minuto, incluso segundos, pueden cambiar tú final, así de sencillo, de esto se trata todo. Suelto un suspiro de frustración.

―Entendido, Johnny. Me dirijo hacia allá, el auto lo llevaré directo al garaje.

―Bien. Allí te espero.

Bajo la velocidad, pero un ruuuun pasa a mi lado, el Cruze negro. Mi vista se va más allá, puedo ver que estoy a poco de la raya final. Esto se pone divertido. Acelero de nuevo, el auto parece que va a despegar del piso y la adrenalina se apodera de mí, esa sensación me llena e invade mi cuerpo. Paso como un bólido al lado del otro coche y llego a la meta, le gané a quien sea que conduce el otro Cruze.

Cumplida “mi buena acción” del día me dirijo al garaje, cuando  veo que el auto negro se estaciona de repente frente al mío impidiéndome el paso, tengo que frenar con fuerza o de lo contario podría haber chocado con este. Me bajo como poseída, de mi boca van a salir unas cuantas palabritas nada educativas. Le toco como loca la ventana al piloto, los vidrios son polarizados y no veo quien es el estúpido conductor. La puerta se acciona hacia arriba y retrocedo, antes de que salga el muy pendejo suelto mi monólogo.

―¡Eres un maldito idiotaaaa! ¡Por tu culpa perdí el circuito de hoy y mi buen tiempo, además, a esta hora el autódromo es para mí!

Lo primero que veo son unas botas marrones desgastadas, luego el conductor desciende, lleva un jeans negro, franela de cuello redondo gris y chaqueta de cuero vino tinto, luce unos Rayban de última moda y su barbita de días. ¡Santos Dioses de los solteros, es él! Es Troy Bourke y me sonríe de lado. Parece que veo un comercial de ropa para hombres en cámara lenta.

Inhala, exhala…

Siento un mareo.

―Victoria, grata sorpresa. Adoro tus cariñosas palabras de saludo, buenos días para ti también.

Se cruza de brazos y se recuesta sobre su coche como si nada.

­­***

Miro al cielo mientras cierro los ojos. Trato de pensar en una respuesta coherente para este hombre. Bajo la cabeza y me cruzo de brazos igualmente, él pasea su mirada por mis piernas, se ha quitado sus lentes de sol, y como no, me escanea completica. Llevo un short de jeans del mismo color de los que él lleva, una franelilla blanca sin mangas amarrada a un lado lo cual permite una gran vista a mi abdomen plano, junto a unas converses altas color negro y una gorra con el logo de Boston Red Sox.

―Me gusta ese equipo ―dice por fin, rompiendo el silencio.

―Hola, señor Bourke, no sabía de sus gustos por las carreras.

―Dejémonos de formalismos, llámame Troy.

―Lo hago por cortesía, además soy la maestra de su sobrina.

―No estamos en el preescolar, Victoria, no hay problema.

―Está bien, Troy. Un nombre poco común...

―Eso díselo a mi padre, fanático de Homero y su Ilíada. ―Su mirada es intensa.

―Ya veo. ―Trato de ocultar mi risita burlona por su nombre.

―Así que, ¿soy un maldito idiota? Disculpa, no quería causar que perdieras el circuito de hoy, no era mi intención, te lo aseguro.

Me encojo de hombros, realmente fui descortés por mi mal humor.

―Lo siento. ―Me acerco algo a él un poco dudosa, sin embargo lo hago, me coloco a su lado, recostándome al auto también,  me mira con media sonrisa―, no me gusta perder, eso me saca de quicio ―confieso sin más.

―Me acabo de percatar de ello. Así que, la tierna maestra de preescolar, es corredora de autos.

―No soy tierna, salvo con los niños, del resto soy lo que acabas de ver: digo malas palabras, discuto a los gritos y propino buenos derechazos. ―Rio por mi extraña descripción sobre mí.

―Tienes una risa hermosa ―dice esto y se acerca, yo me ruedo a un lado, es algo que no puedo evitar, es algo que va más allá de mí, no lo quiero tener cerca, y sin embargo no me cae mal, se ve un tipo normal, no de esos locos acosadores, incluso su mirada me transmite un calor indescriptible que no sé cómo explicar la sensación que este causa en todo mi cuerpo. Veo decepción en sus ojos. 

―¿Eres corredor también? ―pregunto como si nada.

―Realmente no. Lo hago para liberar tensión en mi cuerpo o cuando algo perturba... mi mente.

―Vaya, y posees un Cruze, igual a mi bebé digo con un poco de emoción.

―Es un excelente coche, tu bebé.

―Sin duda.

―Son dos.

―¿Cómo dices?

―Dos cosas en común que tenemos tú y yo, autos, carreras... Victoria, ¿quieres salir a cenar conmigo esta noche? ―Me giro y lo veo, su mirada seria me taladra, espera mi respuesta y se pasa la mano por el pelo. Quiero decirle que acepto, pero a la vez no, mi mente me grita algo y mi cuerpo otra.

Dile que sí, hazlo. Grita mi loco subconsciente.

―Troy... lo siento, no puedo, ya tengo un compromiso.

―¿Y mañana? ―Insiste.

 Ay, Dios bendito, con este hombre.

―Voy a ser sincera contigo, me preparo para el Campeonato Mundial de Turismo, a finales de este mes parto a Francia, el poco tiempo que tengo solo lo dedico a practicar. ―Entrecierra sus ojos y arruga la frente.

―Son varios meses, hasta noviembre, finalizando en Qatar.

―Exacto. Veo que estás al tanto.

―Me gustan las carreras, ya lo sabes y... ¿estás preparada para esa competencia?

―Tu pregunta me ofende, Troy.

―Esas carreras son algo peligrosas.

―¿Estás preocupado por mí? No seas ridículo, no me conoces.

―Te conocí hace una semana, se puede decir que ya somos amigos.

―No. No lo somos. Solo conocidos, no inventes.

―Eres la maestra de Angy, ella y mi cuñada no paran de hablar de ti, ya veo el por qué. ―El gusanito de la curiosidad me acaba de picar.

―¿Por qué, qué?

―Que veo porque te tienen tanto cariño, Tori. ―El diminutivo de mi nombre en sus labios cambia el panorama.

De nuevo se acerca a mí y esta vez no lo rechazo, su rostro se va acercando al mío sin dejar de observar mis labios y siento que mi respiración va en picada.

Mil y un historias me he inventado para estar aquí

aquí a tu lado, y no te das cuenta que

yo no encuentro ya que hacer

sé que piensas que no he sido sincero

sé que piensas que ya no tengo remedio

pero quien me iba a decir

que sin ti no se vivir

Y ahora que no estás aquí

me doy cuenta cuanta falta me haces...

Chayanne resuena en mi bolsillo trasero y siento como si me hubiesen despertado de un sueño. Tomo rápidamente mi celular.

―¡Mamá! ―Suelto el aire con alivio.

―¿Tori?, ¿sucede algo, cariño? ―Me alejo de él, no quiero que escuche la conversación.

―No, mamá, solo que estaba concentrada revisando mi coche cuando entró tu llamada.

Mientras converso con mi madre, él se gira y me da la espalda, sus brazos están encima del techo de su auto, sus hombros parecen estar en tensión, o más bien creo que es su cuerpo, como hombre me imagino que mis constantes rechazos lo hieren, ni modo que se aguante, no lo conozco y de buenas a primeras porque es el tío de Angy no tengo por qué tenerle confianza.

―¿Ya vienes, hija? Es que tenemos planeado llevar a Mía al zoológico, ¿quieres acompañarnos?

―No sé mamá, estoy algo cansada, pero apenas esté en casa veo cómo va el panorama y me decido, ¿sí?

―Por supuesto, mi amor. Ten cuidado, salúdame a Jhonny.

―Vale, mamá, nos vemos al rato.

Guardo el  celular de nuevo en el bolsillo trasero y me encamino hacia Troy, cuando me siente cerca se gira.

―Ha sido un placer verte esta mañana, Victoria, ten un lindo día.

Sin más se sube a su auto y acelera chirriando los cauchos, luce molesto. Ni siquiera me dejó responderle su despedida. No me importa, no tengo porque fingir cosas con él solo para complacerlo. Que se pudra. De nuevo empeora mi humor de m****a el día de hoy. Un frío gélido sopla en el aire, el día ha estado algo gris.

Voy de regreso a casa, ha comenzado a nevar, ciertamente Arlet tiene razón,  estamos en primavera y ahora cae nieve, es algo peculiar. De nuevo el móvil resuena dentro del auto, enciendo el manos libres. Es mi amiga Ari.

―¡Hola, Coca-Cola!

Niego  con la cabeza y sonrío. Esa manía de decir «Hola, Coca-Cola» es un invento de mi pequeña hermana. Esto ocurrió hace unas semanas, salimos las tres a comer helado y en una de las vías en la calles de Boston hay una gran valla comercial, con un chico, un perro y una botellita de Coca-Cola. El chico juega divertido con su mascota mientras sorbe de ese líquido oscuro de la botella, con una de sus manos saluda de forma juguetona al pequeño animal peludo. Mía al ver esto dijo de forma entusiasta: ¡Hola, Coca-Cola! Y con eso bastó para que Arlet se haya tomado en serio ese saludo singular.

―Hola, Red bull ―contraataco, solo por fastidiarla.

―¿Será porque te doy alas? ―dice esto mientras ríe con fuerza.

―Ya dejémonos de promocionar bebidas gratis y dime, chili, ¿planeas algo?

kayluvilu

Hola :D Muchas gracias a las que ya me acompañan en esta aventura...

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