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Sabía que mientras más caos y desorden hiciera, más oportunidad tendría para aumentar el tiempo de huida. Se sentía indetenible, implacable. Él solo se burlaba de todo un cuerpo de policía y de un millonario con cientos de hombres buscándole. Creció más de lo que cualquiera hubiese crecido con sus limitaciones. Era un verdadero guerrero, marcado para dirigir en lugar de seguir.

  Ya ni siquiera pensaba en el reconfortante fuego que consumía la materia en sus aburridas tardes en su lugar de nacimiento, ni el retorcido gusto por ver los restos mutilados por el tren. Ahora la satisfacción tenía que salir de sus manos, crear él mismo el destino de los demás, no recrearse en las consecuencias de actos fortuitos o en la mala habilidad de escapar de un viejo borracho ante los incendios provocados y que se asó ante sus ojos en medio de gritos escalofriantes. Ya no veng

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