A pesar de los esfuerzos de Natalie por ganarse el favor de Becker, él era ante todo un hombre de negocios.
El beneficio siempre iba antes que las relaciones personales.
No pondría en riesgo sus vínculos con el Grupo Evans por ella.
—Señor Finch, por favor, no me haga esto. Yo… yo… —balbuceó Natalie, con los ojos llenos de lágrimas y la voz entrecortada.
No podía creer que la estuvieran regañando a ella. Se sentía completamente humillada.
Cuando Becker mencionó la arrogancia, ¿acaso él no era igual de culpable?
¿Cómo había logrado Bianca convertirse en una invitada distinguida del Grupo Evans mientras ella tenía que depender de los caprichos de un hombre mayor? Natalie hervía por dentro.
Pero lo necesitaba. Dependía de él.
Así que, a pesar de su enojo, se aferró al brazo de Becker y eligió quedarse en silencio, mordiéndose el labio para no soltar palabras hirientes.
Una sonrisa contenida apareció en el rostro de Bianca.
—Lamento decepcionarte —dijo con dulzura antes de girarse