Para cuando salieron de la joyería, ya había oscurecido. Rachel se frotó las sienes, y Brady lo notó enseguida.
—¿Estás bien? ¿Otra vez ese dolor de cabeza? —preguntó con preocupación sincera.
Rachel asintió, y Brady comenzó a masajearle suavemente las sienes.
Sus jaquecas eran un problema constante, empeorado por años de insomnio. Aunque Brady había conseguido los mejores medicamentos, el mal de fondo seguía ahí.
—Ya llegamos a casa. ¿Quieres que llame al Dr. Santos para que te revise? Tal vez te ayude —sugirió con delicadeza.
Rachel lo miró en silencio. Brady siempre era tan atento, tan considerado. La trataba con una ternura innegable.
Pero en el fondo, ella sabía que su corazón aún pertenecía a otra mujer. Una que vivía en su pasado.
Y eso la hería profundamente.
Recordaba perfectamente el día que Brady se enteró del suicidio de Everleigh.
El dolor en sus ojos era claro. No había forma de que lo disimulara.
Una noche, Rachel lo había encontrado llorando solo en el balcón cerc