CAPÍTULO 11

El cielo empezó a nublarse, la noche estaba por caer, veía como el sol se ocultaba poco a poco y a su paso dejaba colores realmente hermosos, esas combinaciones que no se pueden explicar, porque no sabes cómo describir su majestuosidad. Me moví para cambiar mi posición, porque ya me sentía cansada. Me acomodé mejor en la banca, debajo de un frondoso árbol que intermitentemente dejaba caer sus hojas y que volaban con el poco viento que corría.  

Estaba frente a una panadería. El olor a pan caliente me hizo agua la boca, imaginarme comiendo un buen trozo de pan con mantequilla acompañada de una taza de chocolate caliente, hizo rugir la fiera de estómago que llevaba y llevaría por siete u ocho meses más.

Saqué mi billetera y conté las pocas monedas y dólares que tenía. En total eran tres dólares con cincuenta centavos, al menos me alcanzaría para comprar algo de pan y una taza de chocolate y calmar un poco el hambre que ya empezaba a fatigarme. 

No sabía qué sería de
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