Deja escapar un gemido ahogado y, antes de que pueda reaccionar, me ha sentado en su regazo. «Siéntate a horcajadas sobre mí», me ordena, y puedo oír la desesperación en el tono grave de su voz.
Me deslizo sobre mis espinillas encima del asiento de cuero y subo mi fino vestido de seda dorada por mis muslos para acomodar su ancho cuerpo.
Acercándome, posé mis labios sobre los suyos y tomé lo que había deseado toda la noche. Lo que tanto anhelaba. A él, a él entero. Agradecí que el cristal oculto cumpliera su función, escondiendo nuestros besos desesperados.
Mi coño encaja a la perfección con su grueso y duro miembro, que puedo sentir bajo sus pantalones, y él gruñe cuando me froto contra él, jadeando en mi boca mientras su lengua se enrosca alrededor de la mía.
—William —gimo cuando él clava las yemas de sus dedos en mis caderas, lo suficientemente profundo como para dejar moretones, enviando oleadas de calor húmedo hasta lo más profundo de mi ser.
Mueve sus labios hacia mi cuello, mor