Aviento el lapicero de manera brusca sobre el escritorio, porque no puedo concentrarme en nada de lo que hago. Me paso las manos por la cara debido a la impotencia que siento y a lo preocupado que estoy por aquella mujer.
―¡Maldición!
Suelto, furioso. Me levanto de la silla y recorro la habitación de un lado al otro como león enjaulado. No debería importarme nada de lo que pase con ella. Mucho menos, ahora que sé que es una descarada. ¿Cómo es posible que se haya acostado conmigo estando casada con otro? Para rematar, espera un hijo de él. Tiro de mis cabellos con desesperación.
Nunca me había pasado algo como esto. Enrollarme con mujeres casadas y, para colmo, en estado de gravidez, fue pasarse de la raya en lo que a principios morales se refiere. Me paso las manos por la cara, ¿Cuántos errores más debo cometer para reaccionar y volver a encarrilar mi vida por el camino correcto?
Desde que murió mi esposa no he hecho otra cosa más que tomar malas decisiones. Si ella pudiera hacerl