Volví a ver a Tomás mucho tiempo después de que todo hubiese terminado.Ocurrió durante una gran y romántica confesión—una de esas que iluminan el cielo nocturno.Tres palabras centelleantes cruzaron el firmamento como si la misma Diosa de la Luna nos hiciera pareja:«Graciela, te amo».Parpadeé al leer el mensaje, con el corazón golpeando fuerte. La última chispa se apagó, y bajé la mirada hacia el hombre que tenía frente a mí.Alfa Lorenzo. Mi Lorenzo. Normalmente lleno de arrogancia y sonrisas pícaras, ahora se tironeaba del cuello de la camisa con nerviosismo, como un cachorro sorprendido colándose en una reunión de lobos de alto rango.—Bueno, ¿Alfa Lorenzo? —Bromeé, alzando una ceja.—¡Dilo! ¡Dilo ya!—¡No te acobardes ahora, Lorenzo!—¡Encendimos fuegos artificiales para esto!Nuestros amigos gritaban desde un lado, e incluso algunos lobos se habían detenido a mirar. Teléfonos en alto. Sonrisas por doquier.Pero mi loba… se tensó. Apenas. Un cambio sutil en el viento trajo su ar
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