Su pregunta me tomó por sorpresa.—No… ¡claro que no! —me apresuré a negarlo—. Solo… tenía que verificar.Ella me guiñó un ojo y yo me descubrí riendo, una risa genuina que no recordaba haber soltado en mucho tiempo.Sin embargo, el ambiente no dejó de ser inquietante en el resto del vagón.La penumbra, el traqueteo y esa sensación de que en cualquier momento algo podía irrumpir nos mantenían en un estado de extraña tensión. A veces, un chirrido más fuerte de las ruedas nos hacía callar de golpe, otras, las luces parpadeaban con mayor velocidad, provocando que viéramos sombras moverse en los rincones.De pronto, el traqueteo cambió de tono y el vagón tembló con más fuerza de la habitual, sentí una vibración que me obligó a sostenerme de uno de los asientos para no caer. Paulette hizo lo propio, aferrando los brazos de su banca.—¿Qué pasa? —solté, con un nudo en la garganta.Miré por la ventana, pero la niebla y la oscuridad me impedían ver el exterior con claridad. Solo adivinaba la
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