CarlosNo había amanecido completamente cuando desperté con Salvia acurrucada contra mi pecho, su cabello rubio platinado derramándose sobre mi brazo. El vínculo de compañeros vibraba con satisfacción, a pesar de la tensión residual entre nosotros. Anoche, después de nuestra confrontación, después de lágrimas, explicaciones y cuidadosos pasos hacia la reconciliación, ella me permitió abrazarla. Me dejó cubrir de besos su rostro, su garganta, así como cualquier lugar que pudiera alcanzar, y tenía un alcance muy largo, mientras le susurraba todas las cosas que debí haberle dicho hacía meses.—Me estás mirando. —Murmuró sin abrir los ojos.—No puedo evitarlo —acaricié su mejilla con el pulgar—. Eres hermosa bajo la luz de la mañana, nunca he visto nada más impresionante.Intentó mantener su expresión severa, pero el vínculo revelaba su placer ante mis palabras.—Tus dulces palabras no conseguirán que te perdone completamente.—¿No? —Froté mi nariz contra su cuello donde debía estar mi mar
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