~Pov de Damien~ El proyectil me atravesó. No hubo tiempo para el dolor, solo para una sensación de quemazón intensa antes de que el mundo se volviera un caos de voces, de manos. El último pensamiento, la última imagen, fue la de la sangre tibia brotando de mi cuerpo y manchando las manos de la mujer que amo. Mi ángel. Mi Alisha. Luché con todas mis fuerzas contra el cansancio que me invadía. La voz de Alisha, rogándome que resistiera, sus palabras de amor, eran lo único que me mantenía anclado a la realidad. Pero tan pronto como crucé la gran puerta blanca de la sala de urgencias y me llevaron a la sala de cirugías, mi corazón comenzó a fallar. Mi ser, pálido y transparente, se separó de mi cuerpo. Me vi flotando, estático, frente a mí mismo, inmovilizado por la anestesia, mientras las máquinas a mi alrededor pitaban sin cesar. No sentí miedo, solo una extraña calma. Observé a los médicos abrindome, retirando mis entrañas, mientras mi cuerpo, traicionándome, empezó a convulsionar. E

~Pov de Alisha~ Cuando comenzamos a ejecutar el plan, el miedo era mi compañero constante. Cada vez que acompañaba a Judith y a su equipo, mi corazón latía acelerado. Me sentía en una película de terror, pero esta noche, en el último asalto, una extraña sensación invadía mi pecho. Sentí que algo estaba a punto de cambiar para siempre. Suspiro y entro en la gran habitación del hospital. Hace un mes, trasladaron a Damien por solicitud de Serenia, después de que ya no necesitara soporte vital en la UCI. La convulsión durante la cirugía lo había dejado en un coma inusual, que podría durar muchos meses más. Afortunadamente, Serenia me ha permitido quedarme aquí. La habitación es enorme, casi un departamento, y está bien vigilada. Después de tomar una ducha y comer una sopa instantánea, me acuesto junto a Damien. La cama es lo suficientemente grande para los dos, y sentir su cuerpo y el latido tranquilo de su corazón me permite dormir. No sé en qué momento pasó, pero por primera vez en m

~Pov del Narrador~ En los tres elevadores, un silencio tenso se apoderó de los ocupantes, mientras una misma idea comenzaba a formarse en cada mente. La noticia de la caída de los Belmont y los Gruber había sido un golpe. [Elevador 1] —¿Melany, te llevamos a tu departamento? —inquirió Brina. —Gracias, no quiero molestar. Puedo tomar un taxi —respondió Melany. —No, Mely, es peligroso. Sabes que esas dos ratas lograron escapar y Elizabeth está libre —aseveró Dimitrik. —¡Ay, no, qué miedo! Entonces le diré a Erick que te lleve, es más seguro —propuso Brina. El cuerpo de Melany se tensó e inconscientemente apretó el brazo de la abuela, a la cual ayudaba a sostener. —Brina, no presiones a Melany, acaba de regresar al país —intervino la abuela Müller. —Sí, madre, pero Brina tiene razón. Erick conoce dónde vive Melany y estará más segura, y Mike y Brina no se expondrán —comentó Serenia. —No quiero exponer a nadie, no lo soportaría —insistió Melany. —Señorita, no se preocupe, podemo

~Pov de Erick~ Escuché el sonido del agua al llenar la tina de Melany, lo que me hizo saber que su ducha tardaría más de lo que yo pensaba. Suspiré y me dirigí a la cocina. Busqué algo de comer, pero solo había sopas instantáneas y en el refrigerador, cervezas y refrescos. —Esto es todo —murmuré para mí mismo. Tomé una cerveza, la destapé y me hundí en el mullido sofá de cuero de su sala, donde pedí comida asiática a domicilio, uno de sus platillos favoritos. Mientras esperaba, me perdí en mis redes sociales. No sé por qué terminé viendo las fotos que Dimitrik había tomado esa noche en la azotea del hotel. ~°•°~ Después de todo lo que sucedió en el ascensor con mi hermano y Helena, una extraña sensación de inquietud me invadió. Había sorteado la premiación y la presentación de las chicas, pero algo dentro de mí me pedía irme de allí. Así que, cuando Dimitrik me propuso que buscáramos chicas para bailar, no me negué. De camino a la barra para pedir un whisky, la vi. Dios, l

~Pov de Dimitrik~ Llegué a la estación y me ubiqué fuera de mi auto. Le escribí a Judith para avisarle que ya estaba allí. A los pocos minutos, ella salió, visiblemente cansada, masajeándose el cuello. Al verla, levanté la mano y la saludé desde el capó de mi coche. Ella me sonrió y, cruzando rápidamente, extendió sus brazos para abrazarme por los hombros y besarme. Complacido, la abracé también, respondiendo a su beso con una intensidad que se sentía tan bien como siempre. Al separarnos, la mantuve abrazada. —¿Qué tal todo? ¿Cómo te sientes? —pregunté, acariciando su espalda. —El día fue agotador, y ese par se nos escapó, ¡uf! —se quejó. Tomé su rostro entre mis manos, mirándola fijamente. —No te preocupes, van a caer en algún momento. Ella asintió, regalándome una sonrisa que me tranquilizó. —Tienes razón —concedió. Durante el viaje a mi apartamento, ella se acomodó en el asiento y, al poco tiempo, se quedó dormida. Sonreí. Se veía tan tierna e inocente. Cuando