APRILDespués de cenar, salimos otra vez a la galería del puerto. El aire era tibio, y las luciérnagas comenzaban a encenderse como pequeños faroles dispersos.Él apoyó los codos en la baranda de madera y miró hacia el bosque.—¿Sabés? —dijo de repente, sin mirarme—. No pensé que me iba a gustar tanto este lugar.—¿La reserva?—Todo. La reserva, el sheep, los jazmines... vos.Me congelé. Literalmente.No sabía qué decir. No sabía qué hacer con esa frase, con esa confesión simple y brutal.Me limité a quedarme a su lado, apoyada también en la baranda, mirando las luces parpadear entre los árboles.A veces, las mejores respuestas son el silencio.El viento trajo el aroma dulce de los jazmines otra vez, como recordándome que no todo era dolor, que también existía la belleza, incluso en los días en que el alma dolía.Pav, desde adentro, puso algo de música suave. Viejas canciones de jazz que parecían derretirse en el aire tibio.Y entonces, sin saber bien cómo, me encontré riendo con él, c
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