3: Noche de consuelo

Corrí tanto que de pronto, sentí como me faltaba el aire. No podía creer lo que había visto y escuchado. Carl Renfield no podía ser una buena persona, me negaba a ello. Sentándome en una banca que estaba rodeada de rosas. Tome un poco del aliento perdido. Y repentinamente, sentí deseos de llorar, pues Carl estaba hablando con su madre cuando yo interrumpí ese momento.

Hace años, cuando mi Carl llego a la mansión de mi abuelo, recuerdo que el solía llorar por las noches, llamando a su madre recién fallecida, y yo tome la costumbre de dormir a su lado para ayudarle a conciliar el sueño. No quería pensar en eso, no quería pensar en nada, pues tenia miedo de volver a sentir lo que un día fue.

—Sabes, eres mucho mas linda cuando sonríes que cuando lloras —

Aquella frase, aquellas palabras, ya las había escuchado una vez. Levantando la cabeza, pude ver a Carl mirándome atento. Un ramo de rosas estaba en sus manos.

—Vete, ¿Por qué no puedes entender que yo te odio? No quiero verte, no quiero estar cerca de ti — le dije aquello, pero ya verdad, es que me lo decía mas a mi misma, ya que no quería olvidar ni por un momento lo mucho que lo odiaba, y más aún, no quería olvidar las razones de porque era de esa manera.

—Esta bien, te dejare sola, pero deberías entrar en la mansión, en estos solitarios lugares, suele hacer mucho frío cuando comienza a oscurecer, podrías enfermar si te quedas mucho tiempo afuera —

Me dijo y luego siguió su camino. Me desesperaba, ¿Por qué no me forzaba a estar con él? ¿Por qué no me forzaba a quererlo y se comportaba como el patán que fue en nuestra boda? Era como si hubiera cambiado en cuanto llegamos aquí, y de aquel hombre orgulloso y arrogante no hubiera nada. Levantándome, lo enfrente.

—Ya deja de ser tan hipócrita, se bien que tú lo único que deseas es forzarme a que te ame, que quieres vengarte por la manera en que trate, ¿Por qué no simplemente te vengas de mi y ya? ¿Por qué tienes que comparte como un imbécil? — le dije con frustración y el tan solo se giró para verme.

—Te dije que haría que amaras Anastasia, pero no forzándote a ello, se que tu piensas que soy el peor hombre que existe, y quizás, si lo soy pues te he comprado como si fueras un objeto, pero no soy el tipo de hombre que fuerza a una mujer indefensa a hacer algo que no quiere, y se que muy dentro de ti, aun existe aquella niña que juro amarme por siempre, y es a esa niña a quien yo le debo todo lo que soy…cuando sea el momento, cuando descubras lo que eres y lo que soy y me desees como yo te deseo, entonces te tomare como mía, mientras tanto, no te obligare a hacer algo que no quieres, pues eso no es lo que tu te mereces, y respeto el amor que te tengo —

Me dijo aquello mirándome con un aire de tristeza, y luego, lo vi marcharse. ¿Por qué? ¿Acaso esa era su manera de torturarme? No podía quejarme de él, no podía decir que era un monstruo mientras se comportara de esa manera gentil. Llorando, entre a la mansión y corrí hasta mi alcoba, no quería aceptarlo, el seguramente estaba fingiendo y aquello no era mas que una sucia jugarreta para hacerme creer que era una buena persona. No lo aceptaría jamás.

La noche cayo, y tal como Carl dijo, aquel lugar desolado se sentía tan frío como el infierno, aunque, en el interior de la mansión, estaba cálido y reconfortable. No me había atrevido a salir de mi alcoba, y miraba el fuego que brillaba en la chimenea. ¿Qué se supone que debía de hacer ahora? Había imaginado que Carl me haría cosas horribles, que me forzaría a…negué en silencio. Estaba sola en ese lugar, y el, no era el hombre que yo creí que era, y eso me hacía enfurecer tanto, porque no podía juzgarlo. Tomando mi celular, comencé a charlar con mis amigos, quienes me preguntaban tantas cosas a la vez sobre la nueva vida que estaba teniendo, que no sabía que responderles. Quería verlos, quería salir de aquella mansión y escapar de ese hombre apuesto al que una vez había amado.

Eran ya pasada la medianoche, y aunque Sara me había insistido tanto en bajar a cenar, yo me rehusé por completo a comer nada. Pero el hambre me había calado en el estómago, que me escabullí de mi alcoba una vez que creía a todos dormidos. Caminando por el largo pasillo de habitaciones, pude escuchar a Carl hablando de manera extraña, su habitación estaba alejada de la mía, y por curiosidad al ver la puerta entre abierta, me asome para ver que era lo que ese hombre estaba haciendo. La habitación estaba completamente a oscuras, y acercándome a la voz de Carl, la luz de una lampara me dejo ver que se hallaba durmiendo. Su rostro era hermoso, no había cambiado mucho desde que era un niño, solo los típicos rasgos de la adultez. Acercándome más, pude ver que había un rastro de lagrimas que se le escapaban de los ojos.

—Mamá…papá…por favor…no se vayan —

Aquellas palabras eran las mismas que el repetía en sus noches de pesadilla cuando éramos niños. Sentí mi corazón dolerse, Carl, aun no superaba aquella perdida, como no la había superado en su infancia. Sin saber que hacer, miré hacia todos lados de aquella enorme habitación, entonces, sobre la chimenea cuyo fuego tambien aluzaba un poco las tinieblas, pude ver la fotografía de los señores Renfield, y junto a ella, aquel ramo de rosas blancas que horas atrás había visto en las manos de Carl. No pude evitarlo, y sentí tanta pena por él. Pero de nuevo, no quería permitirme sentir nada por el hombre al que odiaba.

“Este año las rosas crecieron preciosas madre, estoy seguro de que te gustaran mucho”

Cuando estaba a punto de irme y dejarlo solo, recordé esas palabras que le escuche decir, y girándome a verlo, lo note inquieto, asustado y sudoroso, igual a aquellas noches en que le hacía compañía.

Me sentí incapaz de dejarlo así, así que, a pesar de mi odio por ese hombre, me acerque hasta su cama rogándole a dios que no se fuera a despertar, y lo tome de la mano como cuando era un niño. Poco a poco, note como sus facciones se relajaron, y pronto, un sueño profundo lo estaba acompañando. Miré su rostro nuevamente, y sentí el impulso de tocarlo, pero me negué a hacerlo, Carl había tomado mi mano con firmeza, y aun cuando no me estaba lastimando, si me resultaría difícil zafarme de su agarre. No pude evitar sonreír, aquello me traía recuerdos de tiempos mas felices, cuando el no era un monstruo…

Después de un rato, finalmente pude liberarme de su agarre, y camine hacia la cocina para tomar alguna fruta de la nevera y además me prepare un sándwich. Aun sentía la mano de Carl apretando la mía, me sentí tranquila de saber que había logrado conciliar el sueño. Mientras comía, recordé tantas cosas, que me sentí nostálgica. Luego de eso, fui de regreso a mi alcoba, y luego, logré conciliar el sueño. Aun odiaba a Carl, y lo iba a odiar por siempre, pero simplemente no pude dejarlo solo en medio de su pesadilla…yo no soy una mala persona y el, el es un idiota. Pensando en eso, finalmente me quede dormida.

Por la mañana, cuando me desperté, mire la hora en mi celular, eran las 10 am, sinceramente, yo no tenía el habito de despertar temprano y no iba a comenzar a hacerlo solo por estar casada. Alzando la vista a mi chimenea, pude ver un jarrón celeste muy hermoso lleno de rosas blancas. Esas rosas eran del jardín en que había visto a Carl, estaba segura de ello. Fruncí el ceño y me acerqué a aquellas rosas, y pude ver que había una nota en ellas. Tomándola, me apresure a leerla.

“Gracias por acompañarme durante la noche, siempre tuyo: Carl Renfield”

Sentí como el calor se me subía a las mejillas de golpe. ¿Pero quien se había creído? ¿Y como se dio cuenta de que estuve en su alcoba? No era mas que un arrogante, pretencioso y caprichoso.

A punto de arrugar aquella nota y arrojarla a la basura, por alguna razón, me sentí incapaz de hacerlo. Yo solo fui amable porque el estaba asustado, y se lo dejaría en claro. Bajando al comedor, pude ver que allí se hallaba el tomando su desayuno tan tranquilo como si fuera un niño mimado. Acercándome a el a pasos firmes, me senté a su lado y lo fulminé con la mirada.

—Buenos días Anastasia, hoy despiertas temprano, recuerdo que tu hora habitual de levantarte es pasado el mediodía — me dijo con tranquilidad.

—Escucha vizconde, yo solo te acompañe a dormir porque estabas llorando como un bebé, no creas que he dejado de odiarte, es más, te odio todavía más así que no confundas las cosas — le dije en una rabieta.

Carl solo se rio, y aquella sonrisa, que llevaba años de no ver, lucio tan encantadora como aquellas muy pocas que me dejo ver cuando éramos niños.

—Descuida, lo se muy bien, se lo mucho que me odias, solo quise agradecerte, se que eres una mujer de nobles sentimientos, por eso, te doy las gracias Anastasia, gracias por ayudarme a conciliar el sueño —

—Eres un embustero, aprovechado, eso no volverá a pasar, no volveré a consolarte, de ahora en más tendrás que arreglártelas tu solo para poder dormir, yo no voy a volver a tomar tu mano para ver que te duermas, ¿Te quedo claro? — dije ya no con tanta firmeza.

—Esta bien condesa Anastasia, vuelvo a agradecerle el haberme brindado su compañía por la noche —

Me respondió, y luego tomo mi mano para dejar un beso sobre ella en un acto al estilo de un refinado caballero. Sentí mis mejillas enrojecerse, y luego, volteándole el rostro, no le respondí nada y tan solo tomé un pan de la mesa para enseguida empezar a desayunar. Nuevamente, él había sido amable, y yo, estaba furiosa, avergonzada por haber sido descubierta consolándolo, y molesta conmigo misma por ser tan amable. El no me iba a ganar, Carl Renfield no era una buena persona, me repetí eso tantas veces que me dolió la cabeza, y no pude evitar preguntarme ¿Si aquel era mi karma por haberlo humillado? El recuerdo que me quedo de aquellas rosas para su madre, no se me borraría fácilmente, y yo, jamás aceptaría que él era un hombre bueno, aun cuando había pasado toda la noche consolándolo.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo