Tempestad
Tempestad
Por: M.T
Capítulo 1. Tempestad

14 años antes

Un fuerte estruendo se hizo presente en la habitación provocando qué mi cuerpo se estremeciera ante el sonido, me encogí resguardándome en la seguridad de las mantas qué me cubrían.

No podía dormir, no solo por la tempestad qué afuera azotaba los árboles contra las ventanas de la casa, sino porque había otra cosa que me aquejaba y evitaba que pudiera conciliar el sueño, me obligaban a irme de casa.

Mis padres ya habían planificado mi futuro, algo que no lograba comprender, quizás por ser muy joven o porque no me explicaban el porqué de sus decisiones, sus ideales me atemorizaban más que un par de truenos.

Mi existencia siempre estuvo rodeada de lujos y privilegios qué una familia como la mía podía ofrecer, pero una vida así también exigía ofrecer algún sacrificio y por ello, mi educación militar comenzaría a la edad de doce años, por supuesto, solo porque mi padre había movido sus influencias para convertirme en el cadete más joven en la historia de aquella academia.

Solo faltaban un par de horas para que un auto se presentara para llevarme lejos de mi casa y también lejos de mi familia. No dejaba de pensar en mi padre y en lo orgulloso que estaba por enviarme al lugar donde los niños dejaban de serlo, donde se forjaba el carácter y la obediencia, él estaba orgulloso de que me convertiría en un hombre.

Me reincorporé sentándome sobre la orilla de la cama tallándome levemente los ojos, era imposible dormir cuando tantas cosas pasaban por mi cabeza. Pensaba en mi madre, la mujer que me había dado la vida, pero que a pesar de ese vínculo que nos unía, realmente nunca había sido parte de mi vida, me preguntaba si en la soledad aquella mansión, sin mis risas y travesuras por fin hallaría en su corazón un poco de cariño materno, el qué siempre desee recibir de ella, sin embargo, al pensar en eso, siempre llegaba a la misma conclusión, que esa idea era tan solo un anhelo mío porque conocía a la mujer fría y sin emociones a la que debía llamar Madre, era imposible que sufriera con mi partida.

Mi único consuelo era la señora Martha, mi nana, era de suponerse que ella sufriría y derramaría lágrimas por un niño que ni siquiera era suyo, pero así era su corazón, amoroso hasta el fondo, y por ello debía mantenerme fuerte ante sus sollozos, porque no quería demostrarle que a mí también me dolía abandonarla.

La habitación se iluminó debido a un relámpago, pero gracias a que las cortinas que estaban mal acomodadas, vi la oportunidad perfecta para escapar de la cama esperando que mis preocupaciones se desvanecieran si estiraba un poco las piernas.

Mi cuerpo se estremeció cuando mis pies descalzos tocaron la alfombra fría al momento de levantarme, camine hacia el escritorio qué mi padre había mandado a colocar ahí para mi comodidad a la hora de hacer los deberes de mis tutorías. Frente al escritorio estaba situada una silla de madera fina, la cual mi madre me había dicho tantas veces que no era para jugar, pero en aquel momento ella no estaba ahí para sermonearme y la señora Marta, debía estar completamente dormida, así que no habría testigos de lo sucedido a menos que torpemente hiciera el ruido suficiente para despertar a alguna de ellas, sin embargo, con el escándalo de la tormenta seguramente nadie notaria el arrastre de esa silla sobre la alfombra. Alcé la vista para confirmar que el cortinero estaba muy alto para mí y por ese motivo era necesaria la silla.

Subí y mire instintivamente por la abertura de la cortina, atisbe a lo lejos una luz qué sé aproximaba a gran velocidad por lo que se suponía era la vereda por la que transitaban los únicos autos qué iban y venían.

La curiosidad de saber que era o quien era lo que se acercaba a la casa me mantuvo ahí, expectante, observando la extraña escena qué sé presentaba a tan altas horas de la noche.

Conforme la luz se aproximó deduje qué era un auto, debía ser el de mi padre ya qué en la zona no vivían familias que pudieran costear una de esas elegantes maquinas qué llevaban a las personas de un lugar a otro en cuestión de minutos. Espere a que el chófer saliera con una sombrilla en sus manos y la abriera para evitar que mi padre se empapara, pero no sucedió.

En cambio, observe una escena perturbadora qué me obligó a dar un paso atrás, un error qué me hizo caer inevitablemente hacia el suelo. Me golpeé gravemente la espalda y me quede ahí tendido tratando de soportar el dolor que la caída me había ocasionado, aproveche ese instante de dolor para encontrar lógica a lo que había divisado en la lluvia.

Vi la silueta de un hombre, sosteniendo su costado izquierdo, se doblaba al caminar quizás por una herida de gravedad, imaginé que lo habrían golpeado intentando asaltarlo, si hubiera sido el chófer tal vez me hubiera quedado observándolo sin hacer nada, esperando a que alguien viniera en su auxilio, pero quien había salido del auto, era mi padre.

Lo reconocí, no sé cómo, pero sabía que ese cuerpo de espalda ancha qué sé tambaleaba hacia la entrada de la casa era mi padre. Como pude me levanté del suelo, tomando una bocanada de aire para llegar con suerte a la puerta.

Me encaminé con torpeza y dolor hacia afuera de la habitación, el pasillo qué llevaba a las escaleras era largo y oscuro, me pareció eterno el tiempo que transcurrió al caminar por el pasillo, pero finalmente llegue y enseguida note que las luces del primer piso estaban encendidas.

Pensé que tal vez los empleados de la casa habían sido despertados para atender a su amo y quizás me encontraría con uno de ellos al bajar por las escaleras, con la posibilidad de que uno de ellos detuviera mi marcha hacia abajo para pedirme volver a la habitación, pero con cada peldaño qué bajaba comprendí que estaba en un error, no vi a nadie.

Continúe bajando las escaleras hasta poder ver claramente qué la puerta principal estaba abierta dejando que el viento y la lluvia entraran y mancharan la alfombra de fango y hojas de los árboles. Desvié la vista de la puerta hacia el centro del vestíbulo al percatarme de la presencia de tres personas, reconocí a la nueva ama de llaves y también a dos de los trabajadores.

Me agaché para evitar que alguno de ellos me viera, pero no por la simple razón de que fuesen a reprenderme por estar fuera de la cama, sino porque desde mi sitio había notado una mancha rojiza a mitad de la alfombra qué continuaba como si alguien hubiese dejado un sendero que continuaba por el pasillo lateral.

—Limpien el auto, que no quede ni una sola mancha—ordenó el ama de llaves alzando la voz con gran severidad. Los hombres frente a ella asintieron acomodándose las chaquetas y los sombreros antes de salir.

Baje un par de peldaños, tenía miedo, pero mi curiosidad era más grande que aquel sentimiento, por lo que me obligué a continuar hasta que el ama de llaves noto mi presencia y solo en ese instante suavizo su expresión y se aproximó a mí.

—Joven Dashwood—me dijo mostrándose comprensiva y quizás avergonzada— ¿La tormenta lo despertó?

—¿Mi padre llego? —cuestione evitando responder a su pregunta, seguro ya sabía la respuesta y también sabía que me traía hasta ese lugar en medio de la noche.

—No—mintió, pero en realidad no me importo si lo hacía o no, yo sabía que él estaba por ahí y bajaría a buscarlo— por favor, regrese a la cama.

No tenía por qué obedecerle, era una simple empleada de la casa y aunque por general me portaba respetuoso ante cualquier persona y evitaba despreciar así a la servidumbre porque mi padre así me lo había enseñado, no soportaba las mentiras y ella descaradamente lo había hecho dibujando en sus labios una sonrisa hipócrita.

—¿Dónde está mi padre? —mi voz sonó inflexible, un tono que solo había escuchado en los labios de mi padre, quien solía tener un carácter gentil y afable cuando no se le molestaba. Quería respuestas sobre lo que había visto, pero sabía muy bien que tal vez por mi edad esa mujer frente a mí no me las daría, sin embargo, si algo había heredado de él era la terquedad, por lo tanto, no estaba dispuesto a quedarme con la duda, sobre todo porque no dejaba de pensar en la mancha sobre la alfombra, su color era parecido al de la sangre.

—Él está con su madre ahora— finalmente admitió agachando la mirada, supuse que sería toda la información que me brindaría, pero no conforme con ello, continúe bajando hasta encontrarme con ella en el último escalón — discúlpeme joven Dashwood, pero no puedo permitirle qué deambule por aquí a estas horas.

—Déjalo pasar—pronunció la voz femenina y agraciada de mi madre. Al buscar de donde provenía su voz la halle justo a mitad del pasillo lateral izquierdo. Vestía un fino y delicado camisón blanco con holanes, el cual muchas veces había escuchado a mi padre decir que estilizaba sus atributos femeninos, aunque no sabía exactamente a que se refería.

Verla justo ahí, en cierta forma me tranquilizo un poco, pero esa sensación solo duro unos segundos, ya que al aproximarse a mí, note sobre la tela de su camisón una extraña mancha similar a lo que había sido regado sobre la alfombra, era de un tono rojo carmesí, demasiado llamativo para ignorarlo y demasiado perturbador como para no imaginar que algo grave había sucedido.

—Tu padre te llama—me dijo extendiendo su mano hacia mí, sonrió, gesto qué me perturbo un poco, ella no era el tipo de madre que dejara ver en sus expresiones su afecto materno, al contrario, ella era dura e inexpresiva, fuerte y en ocasiones arrogante, pero sobre todo una mujer firme y decidida.

Ignore al ama de llaves y la rodee para caminar en la dirección en donde mi madre aguardaba por mí. En mi camino, mire de reojo aquella mancha, era inevitable no hacerlo, su tamaño era considerable y hasta un chico como yo podía adivinar que la persona herida había perdido una buena cantidad, difícil o casi imposible de reponer. Al momento en que mi mano tomo la suya, pude notar que la palma de su mano estaba completamente helada, quizás llevaba tiempo fuera de la cama, incluso antes de que el auto de mi padre se estacionara al frente de la casa, supuse que estuvo esperándolo toda la noche, quizás preocupada por su bienestar ante la inclemencia de la tormenta, pero además de la inusual temperatura de su cuerpo, note algo que me impacto y avivo mis preocupaciones, estaba temblando.

Mi madre, quien presumía ser una mujer indomable, tiritaba y eso me obligaba a preguntarme que había ocasionado que una mujer como ella temblara como una niña pequeña, asustada e intranquila. No la comprendía o mejor dicho no quería hacerlo porque no quería confirmar que mis sospechas eran verdaderas. Mi instinto me llevo a oprimir con más fuerza su mano de lo habitual, para sostenerla y que sus temblores se detuvieran, quizás en un intento de darle un poco de fuerza y valor.

Caminamos uno al lado del otro en dirección hacia el pasillo prohibido o al menos lo era para mí. Mis padres me habían prohibido deambular por ese lugar, aunque no sabía exactamente porque, ellos no solían darme explicaciones de sus decisiones, así que lo único que sabía de ese lugar, era que ahí se encontraba la oficina de mi padre, un lugar donde solía permanecer durante varias horas y claro, siempre tuve la necesidad de satisfacer la curiosidad por saber que había en ese lugar tan misterioso que parecía ser igual a otros pasillos de la casa, situación que mi padre, al ver mi interés, prometió algún día contarme

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