3. El baile

Entraron al gran establecimiento nocturno agarrado de manos. Había una increíble multitud saltando y bailando al ritmo de la música electrónica, que sonaba a gran volumen. Luces de colores azules y fucsia se movían de un lado para otro. El ambiente era muy animado.

Hedrick no encontró a sus amigos, pero divisó un espacio libre en la pista, donde poder llevar a Heleanor. Encorvó su espalda hacia adelante y extendió su brazo hacia Heleanor. Alzó su cara hacía ella y con una gran sonrisa la invitó a bailar, pero el fuerte sonido opacó sus palabras. Tuvo que acercarse y susurrarle en el oído: ¿me permite esta pieza, mi señora?

Heleanor sonrió y aceptó complacida. Lo rodeó por la nuca con sus brazos y levantó la mirada para verlo a directo a los ojos. ¿Por qué se sentía tan cómoda con ese muchacho? Él la hacía sentir segura, como si pudiera desnudar su alma frente a él y mostrarse como en realidad era, sin tener que contenerse. La confianza que él le producía, era como si pudiera quitarse una máscara y revelar su verdadero ser; ese que nadie había podio ver. No creyó que un hombre más joven, fuera la que la hiciera sentir libre y deseada. Después de la traición de su ex prometido, había decidido cerrarse a los hombres y a cualquier tipo de relación. Pero estaba convencida de que, si ella se entregaba a ese amable y lindo desconocido, del que ni siquiera sabía el nombre, estaba segura de que él guardaría su primera vez como el más preciado de los tesoros. Aunque fuera un acto de despecho; él había logrado cautivarla como ningún otro. Solo una noche, eso era lo que necesitaba y era perfecto. Más nunca lo volvería a ver y quedaría grabado en su memoria con tinta eterna, como el mejor recuerdo, que habría experimentado hasta ahora. Sí, solo una noche.

Hedrick la abrazó por la cintura y la pegó con suavidad contra él. Ella no opuso resistencia y cedió encantada. Inclinó su cabeza hacia abajo para verla mejor. Podría estar viéndola por horas enteras y no se cansaría de contemplarla; esa mirada celeste como el cielo, ese ondulado cabello azabache y ese semblante de mujer adulta, lo atraían como un poderoso imán, que los arrastraban sin consideración hacia ella. Nunca había estado con una chica, pero tampoco era tímido o tonto; no había encontrado a alguien que le despertara tanta atracción como lo hacía esa hermosa desconocida, de la que aún ignoraba el nombre. Estaría encantado de poder estar más tiempo con ella, pero si nada más podría gozar de su compañía por hoy, entonces debía disfrutar al máximo para no arrepentirse en el mañana, por lo que pudo ser y no fue. Si no volverían a verse, estaba dispuesto a pasar cualquier extremo para conquistarla.

Heleanor inició el movimiento y Hedrick le siguió el suave ritmo que ella imponía. Las respiraciones de los dos se encontraban con gusto. La danza era lenta y el tacto de sus cuerpos, siendo cubiertos por la ropa, los hacía querer sentir más. Heleanor se dio vuelta, mientras seguía el excitante meneo con sus caderas. Hedrick la sostenía y los blandos glúteos de ella, rozaban con atrevimiento su entrepierna. El cabello ondulado, similar a un río de oscuridad, le acariciaba el rostro y podía ver mejor la espalda de ella por la abertura que tenía el vestido, casi que podía calcar las triangulares figuras de los sobresalientes omoplatos de Heleanor. La música seguía y las respiraciones de ambos ya comenzaban a agitarse. Su pecho les brincaba con más fuerza y la vergüenza entre los dos se extinguió y solo querían calmar ese enardecido fuego que, los hacía estremecer. Pegaron sus mejillas y las sobaban entre ellos, la una contra la otra. Se quedaron viendo de cerca. Sus bocas casi se tocaban y sus miradas se traspasaban con fulgor. La flama del deseo, centelleaba en la vista de ambos. Ninguna podía resistirse y los dos querían lo mismo: solo una noche.

Heleanor percibió el húmedo peso de los labios de Hedrick sobre los de ella. Esa sensación era diferente, nunca había experimentado un beso tan apasionado y excitante, además que, tenía el sabor de la bebida que habían tomado en el bar. El pudor había desaparecido y lo mejor era que, nadie les prestaba atención. Nadie los juzgaba, en este sitio era común, que dos personas se dieran cariño en público.

—¿Quieres ir a un lugar más privado? —preguntó Hedrick, jadeante y sobándole la ruborizada mejilla a Heleanor.

—Sí —dijo ella, asintiendo también con su cabeza—. Vayamos a mi departamento. —Le volvió a dar un beso a Hedrick—. Allí nadie nos molestará.

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