Capítulo 4.

                   Alpha Ikender

                            •Ira•

—¡No, haz algo! — Su corazón se había detenido por completo. El vampiro pelirrojo permanecía de pie en el umbral de la puerta. Examinó con una mirada a la humana y se aproximó a su velocidad.

—Oh tesoro, ¿qué te hicieron? —estaba por golpearlo para que la ayudara y dejase de hablar, cuando mordió su muñeca dejando caer sangre dentro de su boca, posteriormente volvió ha hacerse una herida más, dejando caer el mismo líquido frío sobre su herida. Gruñí cuando rompió su vestido o lo que quedaba de él. 

Me acerqué, tratando de escuchar de nuevo su corazón. Las manos me empezaban ha temblar. 

—Vamos tesorito, si te mueres me muero yo— el vampiro se cruzó de brazos, inclinó su cuerpo hasta que su oreja quedara pegada al pecho de mi mate. Mantenía una expresión seria.

—¡Quítate de en...

—Regresó. 

*Late, la revivió, no la perdimos* 

Mi lobo aulló de felicidad y sentí que la vida se me regresaba, sus pulmones se llenaron de oxígeno.

—Tienen que atenderla, cerré su herida, mi sangre hizo que su corazón latiera pero aún se encuentra muy delicada — musitó alargando la palabra "muy" exageradamente. 

—¿Cuál será mi habitación?— Preguntó aquel vampiro.

—¿Qué?

—Lort Ashton me ordenó que me quedara hasta que la humana se sintiese completamente bien, seré su protector desde ahora en adelante. No lo repetiré dos veces, ¿cuál será mi habitación?

Abrí mi boca y apreté los puños estaba furioso iba a atacarlo cuando Matías se interpuso.

—Le salvó la vida a nuestra Luna, ella es tu prioridad ahora, olvida tu odio hacía los de su especie— mi  beta tenía razón. Solo ella me importaba.

—La que esté más alejada de está, ahora largo, váyanse todos, déjenos a Cristina y a mí solos.

—Qué carácter, veo que eso de genio de perros, es real— el vampiro desapareció de la habitación. Y que bueno porque lo hubiese matado.

—¿Dónde la encontraste?.ñ

—Cristina, ella, estaba frente a las vías del tren, la iba ha matar, solo, la salvé.

—Ikender, es una humana, está muy débil hay una ligera posibilidad de que...

—No, no quiero escucharlo, no quiero escuchar que me dirás qué puedo perderla. Se que es humana, que es débil pero, también es mi fortaleza. Nunca había sentido algo así Cristina es como, como sí...

Ella caminó hacía mí y colocó una de sus manos en mi hombro.

—Desde el momento en el que sus ojos se conectaron entre sí, tu alma y la suya se juntaron. 

Cristina continuó curando sus heridas, sus pies estaban muy mal. Ella estaba mal y sentía que si la dejaba, moriría. 

Tomé una de sus pálidas y frías manos acariciándola suavemente. 

Ya no estaría solo, pero no sé si me agradaría la idea de compartir mi vida con ella, tantos siglos resignado. 

—Lo mejor será que le dé un baño caliente, podrías buscar algo de ropa, quizá algo tuyo Ikender— asentí con la cabeza. Mientras la doctora preparaba todo, yo me encargué de buscar algo que pudiese usar. 

Cristina salió del baño y se acercó a la humana. Hice ademán de cargarla pero ella negó. Estaba seria, preocupada, dejé que la llevara al baño y se hiciese cargo, confiaba ciegamente en ella. Cuando mi madre murió mi padre me cedió el mando como Alpha, para poder marcharse y estar en paz consigo mismo, han pasado siglos desde la última vez que nos vimos. El peso que cayó en mis hombros ese día, cambió por completo mi vida. 

Después de algunos minutos Cristina salió del baño trayendo ha la humana consigo, la acomodó en la cama y empezó a colocar cremas en los raspones de sus brazos y el hematoma de su rostro.

—Debes saber algo —susurra caminando hacía mí, sus ojos están acuosos, retiene las lágrimas. 

—Ella tenía rastros de sangre, mordidas, moretones— suspiró—. Iken...

—No, dime qué no es lo que pienso—. Un nudo se formó en mi garganta. 

—Lo lamento mi niño, es muy probable de que, hayan abusado de ella. 

La ira me llenó en ese momento, la miré, ¿por qué?, ¿por qué ella? Mataría al maldito que la tocó, que le hizo todo esto, juro que no descansaré hasta descuartizarlo pedazo a pedazo. Hasta que mis manos se tiñan del rojo de la sangre. 

—Cuídala, necesito un momento 

a solas— salí de la habitación, salí de la mansión incluso salí de mi mismo. 

Me convertí sin dejar que Hagret me controlará totalmente.

Pasé toda una pequeña eternidad en las sombras de la soledad, preguntándome cada noche cuando sería el momento de conocerla, de saber el nombre de la mujer que pasaría todos los días a mi lado.   Corrí como si mis problemas fuesen detrás de mí y quisiera huir de ellos en lugar de enfrentarlos. 

Le aullé ha la luna, le lloré y gruñí a mi diosa. Volví a convertirme en mi mismo, ya no andaba en cuatro patas si no dos.

—¡¿Por qué?! —grité tan fuerte que mi garganta dolió. 

—Porbque ambos están rotos, y necesitan su fuerza para curar los pedazos rotos de sus corazones. 

Me dí la vuelta tratando de ver de dónde venía esa voz. 

—Esto no debió pasar —susurré en un suspiro cansado.

—Te equivocas Ikender, debió haber pasado desde hace mucho. 

De nuevo esas palabras entraban en mis oídos, no podía ver, pero si sentir, levanté mi cabeza viendo hacia la luna sabiendo bien que ella me había escuchado. 

—Gracias— muy pocas veces había agradecido a alguien por algo. Me dejé caer de rodillas. Apreté las manos en puño. La máscara del hombre frío y arrogante cayó al piso. 

Puse mi cuerpo de pie, mis ojos se encontraban de un color amarillo brillante.

—Voy a matar a quien te lastimó, y después, seré la fuerza que necesitas para reunir cada pedazo roto de tu corazón. 

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