Capítulo 4

El silencio se estaba volviendo incómodo, así como las miradas nada disimuladas que iban de Elaide a Ezio. Si ella no habría estado en medio de todo el espectáculo, seguro habría hecho alguna broma de las suyas para aliviar las cosas, pero no podía recordar cómo articular una palabra y mucho menos encontrar su sentido de humor.

Más de una vez se había repetido que no tardarían en encontrarse y se dijo que estaría preparada cuando eso sucediera. Sin embargo, el día anterior, cuando su hermana le contó de los planes de su extendida familia, y que Ezio había confirmado su asistencia, había estado dividida entre la ansiedad y la cobardía. Esa mañana casi había fingido estar enferma para no asistir a la fiesta de bienvenida, pero al final había podido más las ganas de volver a verlo.

Ahora que tenía a Ezio tan cerca, sabía a ciencia cierta que jamás hubiera estado preparada para rencontrarse con él.  Sus pensamientos eran una prueba de ello. Tan solo quería que él eliminara la distancia que los separaba y la abrazara. Pero no era tan tonta como para no darse cuenta que después de todo lo sucedido, tenía suerte de que él no hubiera comenzado a despotricar en su contra. 

Era como si el tiempo no hubiera pasado, como si los dos últimos dos años solo hubiera sido un mal sueño. Pero ella más que nadie sabía que no era así. No había olvidado las noches que se había quedado dormida mientras lloraba, el incontable número de veces que había levantado su celular para llamarlo y la distancia.

Y si acaso eso se le llegaba a olvidar, solo bastaba observarlo con detenimiento para percibir el paso del tiempo en sus rasgos. Su rostro se había endurecido, poco quedaba de aquel joven despreocupado del que se había enamorado. Dos años lo habían cambiado y estaba segura de que no solo en la superficie. Aunque de su interior el crédito se lo llevaba ella más que el tiempo.

Sus ojos cafés la miraban sin reflejar nada, el amor que un día había brillado en ellos, se había esfumado.

No, no se había esfumado. Ella lo había matado.

Estaba empezando a entrar en un espiral de recuerdos cuando escuchó una voz tan dulce que le sorprendía que perteneciera a un ser tan malvado y calculador.

—¿Elaide?

Aitana.

Si había alguien que podía mantener una careta de por vida, Elaide jamás dudaría que ella se llevaría el premio mayor.

La observó apenas por unos segundos antes de que su mirada se desviara a la mano que ella tenía envuelta alrededor del brazo de Ezio. 

La penumbra se adueñó de su corazón.

Jamás había esperado verla allí y mucho menos ese día en particular. ¿Acaso Aitana y Ezio estaban juntos?

Sacudió esos pensamientos. Eso ya no era de su incumbencia. Había dejado serlo por elección propia y debía de actuar como una adulta.

—Aitana. —Decir ese nombre le revolvió el estómago y tuvo que esforzarse para mantener una sonrisa de cortesía en su rostro—. Ezio. 

Por algunos segundos no recibió una respuesta de este último.

—Elaide —dijo por fin Ezio con un escueto movimiento de cabeza.

No hubo una sonrisa, ni un brillo travieso en sus ojos. Solo fría cortesía.

Dos extraños encontrándose por primera vez. Eso era lo que hubiera dicho cualquiera que no los conociera. Había temido tanto por ese encuentro porque esperaba… ¿Qué? ¿Qué es lo que esperaba? La verdad, no estaba segura de sí había una respuesta para eso.

—Pasemos a la mesa —invitó Leonardo rompiendo por fin la tensión.

Le sorprendió que nadie hubiera intervenido antes.

Natalia les indicó el camino con una mano.

Elaide fue la primera en huir de allí.

«No estoy huyendo —se dijo». Por supuesto todo en ella sabía que era una mentira.

Todos se acomodaron en el gran comedor. Pese a la situación, era bueno estar con su familia y amigos reunidos allí después de tanto tiempo. Los hermanos de su cuñado y sus esposos y esposas, los habían recibido a ella y su hermana con los brazos abiertos desde el principio.

Anna le dio un apretón en la mano por debajo de la mesa.

—¿Estás bien? —preguntó ella en un susurro.

—Sí —asintió y le dio una sonrisa para tranquilizarla.

Sus hermanos también la estaban mirando desde sus lugares y también les sonrió. Ellos no parecieron convencidos. Eran demasiado astutos como para engañarlos, pero la dejarían en paz por el resto de la noche. 

La tensión anterior fue desapareciendo gradualmente, en gran parte gracias a los hermanos gemelos de Adriano y a Matteo, el esposo de Lia. Era como si esos tres no pudieran hablar en serio por mucho tiempo.

De inmediato se vio interrogada sobre su vida. Se las arregló para responder a cada pregunta mientras por momentos sentía un par de ojos la miraban con atención. La única vez que cometió el error de mirar en su dirección encontró a Aitana inclina hacia Ezio, los dos estaban conversando en voz baja y él sonreía con sinceridad.

Después de eso le tomó un tiempo recuperar la compostura.

Aitana intervino en la conversación más de una vez, en especial para hablar sobre ella, le pareció más que un intento desesperado por ser el centro de atención y de alguna manera se lo permitió, no estaba para discutir con ella. Aunque cada vez que escuchaba su voz le entraba unas ganas irrefrenables de rodar los ojos.

En determinado momento se disculpó para ir al baño. No podía fingir durante más tiempo. Su hermana se ofreció a acompañarla, pero negó. Solo necesitaba un respiro corto antes de continuar con la fachada.

Elaide tomó el pasadizo que conducía al baño, pero continuó de frente hasta jardín de atrás.

En cuanto la brisa golpeó su rostro, se sintió algo más calmada. Ese día se parecía cada vez más a un sueño, de esos de los que no importa cuanto lo intentes no puedes despertar.

Llevó su mano a su brazo y se dio un pellizco. El dolor le dejó en claro que no estaba en un sueño.

—¿Escapando otra vez?

«¿Es que acaso no puedo tener algo de privacidad? —pensó, pero no se sintió capaz de decir en voz alta».

—¿Qué es lo quieres Ezio? —preguntó en su lugar sin mirarlo. Su voz sonó cansada y no le sorprendió después del tiempo que se la había pasado con una sonrisa dibujada en el rostro.

—Salí a tomar un poco de aire fresco.

No le creía, pero no se lo dijo.

Los segundos pasaron y esperó que él comenzara con los reclamos o quizás insultos, pero eso no pasó… Y fue decepcionante porque solo podía haber una razón para ello, él la había superado por completo.

Eso lo que había buscado con su marcha, pero ahora que sabía que había sucedido dolía como el infierno.

Dirigió su mirada hacia el cielo, apenas se veían algunas estrellas, pero fue suficiente para distraerse de la agonía.

—¿Por qué regresaste? —preguntó él después de un tiempo. No había interés en su tono.

—Aquí está mi hogar.

—Eso no te detuvo de irte —dijo Ezio con calma—. Debiste quedarte en Estados Unidos.

Él sabía dónde se había ido. ¿Desde cuándo?

—Ezio yo…

Quería disculparse, pero no tendría sentido. Nada de lo que dijera arreglaría lo hecho, excepto la verdad y eso era algo que no estaba dispuesta a contarle. Habían pasado dos años lejos y ahora el parecía haber continuado con su vida. Es lo que había querido cuando le dijo todas aquellas mentiras.

—Debería volver adentro —dijo por fin.

Giró su silla de ruedas y luego avanzó de regreso, pero no llegó muy lejos cuando una risa apagada llegó desde sus espaldas y la detuvo.   

Miró sobre el hombro. Ezio estaba en el mismo lugar.

—Creí que eras valiente, pero incluso en eso me equivoqué.

—No sé de lo que hablas.

Él se sido la vuelta por fin y no estaba segura si le gustó el brillo que vio en sus ojos, era la primera señal que daba, era mejor que la apatía, pero temió lo que ocultaba y no podía descifrar.

Ezio se acercó y se colocó delante de ella, luego apoyó las manos en los reposabrazos de su silla de ruedas y se inclinó.

Su respiración se entrecortó y su corazón latió acelerado. Su cercanía era dolorosa, pero también un calmante para el dolor que había estado en su vida desde que lo sacó de su vida.

—No sé qué esperabas al volver, pero te aseguro que muchas cosan han cambiado —susurró el cerca de su oído—. Prepárate, mi bella Ela, porque no voy a jugar limpio.

Escuchar ese apelativo, después de tanto tiempo, trajo algunos recuerdos hermosos; pero no duró mucho.

No estaba segura a que se refería Ezio y eso la asustaba. Era la primera vez que tenía miedo de él.

Ezio se marchó con las manos en los bolsillos como si nada mientras ella lo miraba con añoranza. Si él se hubiera dado la vuelta se habría dado cuenta del amor que sentía, pero no lo hizo. Y así fue mejor.

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