4. Señor N

Por la mañana el día no empieza bien. Una arcada me lleva al baño de inmediato y me deja tendida en el suelo de la ducha mientras el agua corre por mi cuerpo. La barra libre en la fiesta de bienvenida y los pocos tragos en el club  tendría consecuencias graves y he aquí el resultado.

Me cubro el cuerpo con una camiseta grande que encuentro en el vestidor. Mi teléfono no tiene pila por lo que me lo llevo a la cocina para ponerlo a cargar. Mara acostumbra a enviarme documentos que debo revisar a primera horaa. Doy pasos cortos para que el dolor de cabeza no me estalle la cabeza.

–¿De qué manicomio saliste? –Nicolás sale detrás de la encimera de la cocina con una espátula en la mano.

Lo miro mal, queriendo desaparecerlo. Su torso marcado y el que deje ver el cinturón de adonis tampoco lo va a ayudar. Es tan guapo que ni estando resacoso se ve mal.

–No me hables ahora.

Me siento en uno de los taburetes y apoyo la frente en la encimera

–Bebe esto.

Me pone en la mano un frasco con algo marrón hasta la mitad. Me lo tomo todo de un trago. Sabe a alcohol y algo más amargo.

–¿Ya organizaste todo con el bloque cero? –Pregunta distraído en el teléfono.

–Ya te dije que no pueden, deben estar cansados. -Cada palabra es un golpe en las sienes. Teclea algo mas en su telefono antes de levantar la vista. Un mechos de cabello le cae en la frente y se lo aparta sensualmente.

–Eres la jefa, puedes hacerlo.

–Pero no lo voy a lo hacer.

Me muerdo la lengua para mencionar que yo no soy su familia que le gusta imponer su voluntad cada que le da la gana sin importarle nada más.

–Aprill, se trata del proyecto por el  que tu marido lucho por construir, dias y noches sin descansos. –Me muerdo el labio–. Reaven querría que toda la gente lo conociera.

–Lo sé. Intente terminarlo en algunas ocasiones.

–No con tanto esmero, según parece –Pone los ojos en blanco y me da la espalda para menear lo que tiene en la estufa.

–No puedes decir eso cuando sabes todo lo que enfrente, aun duele simplemente ver esos papeles allí.

Señalo las carpetas llenas de papeles con el nombre de Reaven Ferria. Cuando nos conocimos en la universidad, Reaven estaba llevando a cabo una investigación que hablaba sobre la importancia de un habitad marino saludable y limpia tanto para animales y humanos, nunca llego a publicarla porque murió antes de incluso terminarla. Yo intente hacerlo por él, cumplir sus sueños, pero el dolor me segaba cada vez más. Nicolas ha retomado la investigación y va a publicarlo porque él no se deja llevar por sentimientos. Un jodido privilegio viendolo bien.

–¿Crees que no me duele también? Cada jodida frase me quema el pecho, pero yo si avanzo y dejo atrás lo que ya paso y no puedo cambiar. -Masculla rapido, como si el detener las palabras en su boca le quemase el pecho.

–No quiero escuchar nada que sea de Reaven. -Mi voz suena firme, aunque el mencionar su nombre me cree un nudo en la garganta.

El remedio que me dio Nicolas ha mermado un poco con el malestar.

Me pone al frente una taza con sopa de tomate y pan de ajo

–Esa es la razón por la que yo avanzo y tú te quedas estancada. Y no hablo de temas laborales.

Rodea la encimera de la cocina. Me da un beso en el hombro. Tomo la cuchara.

Aunque me de por lo ovarios aceptarlo, tiene razón. Yo vivo en las sombras de un recuerdo, me aferro a eso, aunque sé que nada va a atraerlo de vuelta por mucho que lo desee cada noche.

Me niego a hacerme un lio de ello, por lo que le envió un mensaje a mi secretaria para concretar una reunión con el bloque cero y quedo con el bloque M1 que se encargara de Margot para firmar algunos contratos de confidencialidad.

–¿Vas a seguir allí sentada dando pena o vamos a ir a las oficinas?

–Eres un puto dolor de ovarios, animal. -Me levanto con pereza.

Me da un cachete en el culo cuando paso frente a él.

Me tomo mi tiempo arreglándome. Nicolás entra al vestidor cuando me estoy colocado los pendientes.

–¿Algún comentario?

Esta estático apoyado en la entrada conlas manos en los bolsillos y los ojos puestos en mis piernas.

–Nada más que decirte que te ves hermosa. –Le lanzo un beso–, pero sigues jodida y así no me sirve.

–Si no te doy una bofetada es porque tenemos cosas que hacer.

–Llámalo así. –Se encoge de hombros.

–Quítate. –Intento salir, pero me retiene con el ceño fruncido.

–¿No te parece muy corto?

Me veo en el espejo. El top de encaje blanco y la falda del mismo color hasta la mitad de los muslos cubre justo lo que no quiero que se vea. Los días de este lado del mundo son bastante calurosos.

–Tapa justo lo que no se debe ver, así que está bien.

Bajamos a la recepción, Nicolás se esconde detrás de sus grandes gafas de sol y enfunda sus manos en los bolsillos del vaquero. Lo miro de soslayo.

–Buenos días, Marco. –Le digo al recepcionista que muy sabiamente evita mirarme los pechos.

–Buen día, señorita.

Salimos a la calle. Ya hay uno que otro camarógrafo en la polulando cerca que aprovechan para sacarnos algunas fotos.

–Tu ropa enseña mucho. –Murmura Nicolás acercándome a su cuerpo poniéndome la mano en la cintura. Haciendo que parezca un acercamiento normal.

–Cuando cumpla sesenta años las tetas y el culo me van a colgar, voy a disfrutar ahora que todo está en su sitio.

Antes de que podamos montar en el audi negro que nos espera, una periodista nos aborda cortándonos el paso.

–Señorita Abrill. –Sonrió fingiendo que no quiero mandarla a la mierda–, ¿Quién la acompaña hoy?

–El amor de su vida, futuro esposo y padre de sus próximos diez hijos. –Responde Nicolás sin darme tiempo ni de abrir la boca.

Miro a la periodista deseando que lo tome como una broma, pero su cara de sorpresa me demuestra que esta noticia va a estar en primera plana en tan solo un par de horas.

–Es solo un amigo. –Contradigo. El enfoque de la cámara ya no está en mí. Retrata a Nicolás de frente que sonríe abiertamente como todo un galán de telenovela.

–No hay necesidad de negarlo, dale a la presan lo que quieren escuchar, querida.

Voy a abrirle la yugular a este imbécil.

–Si nos disculpan

Chad, mi chofer y guardaespaldas me ayuda abriéndome la puerta. Me deslizo hasta el fondo del asiento, echando humo por las orejas. Nicolás dice algunas cosas más, pero no lo escucho. Espero que el auto se ponga en marcha para hablar.

–¿Por qué m****a haz hecho eso?

Se acomoda el cabello con paciencia, ignorándome por completo. Es un maldito hijo de puta.

–A veces hay que darles buenos artículos a los periodistas. Se llama ayudar a la industria.

Frunzo el ceño y me enderezo

–Cuando la información es real.

–Lo es, solo que no lo aceptas aún.

Dirijo mi mirada al frente. Nicolás me  frustra y excita en partes iguales y eso no es bueno. No debo olvidar el papel que cumple en mi vida y en la de mi hija.

–Chad, haz que no publique eso, por favor.

El mencionado me mira a través del espejo retrovisor. Sus ojos negros me analizan por un momento antes de devolver la vista a la carretera.

–La última vez que intentamos eso, colocaron una demanda por acoso.

Nicolás ríe. Yo pongo los ojos en blanco. La prensa me acosa a mí, no yo a ella y el que haya pedido que no se publicarán unas fotos mías ebria en una discoteca y las cosas se salieran de control en la negociación no es mi culpa.

–No voy a meterme esta vez, Chad. Lo prometo. -Levanto la palma de la mano.

–Delo por hecho, señorita.

Sonrió. Si Chad lo dice, es porque lo hará. Evito mirar al espécimen a mi lado. Vino a fastidiarme la existencia, esa es su unica misión. Me pone la mano en el muslo la cual aparto de un manotazo. Hacemos contacto visual y vuelve a ponerme la mano en el muslo, justo donde la falda se alzó y muestra un poco más de piel. Ancla los dedos en mi carne. Resoplo. Sus provocaciones siempre son fortuitas conmigo.

Llegamos a las oficinas Reaven. Como siempre hay periodistas por lo que tomamos el ascensor del parqueadero subterráneo directo a mi despacho.

–¿Sabías que lo que haces con Mara es un delito? –Comenta Nicolás cuando subimos al ascensor.

Lo miro extrañada, pues mi secretaria no hace nada que no haga una secretaria común.

–No me mires como si no tuvieras ni puta idea de lo que hablo, Aprill. Que trabaje los fines de semanas y a altas horas de la noche no es justo.

Reviso mis mensajes, las confirmaciones de mis amigos para abordar en Margot y los correos de Mara y Yenefer con las actualizaciones que se le van a realizar al crucero Reaven.

–Ella lo hace por que quiere. Me pidió que incluyera esa cápsula en su contrato y puede finiquitarla cuando quiera. Tendrá problemas en su casa y quiere estar aquí en su lugar.

Dios era testigo de que yo prefería quedarme en mi oficina antes que ir a casa y envolverme en la soledad y el desespero. Me gusta tener la cabeza metida en mis cosas, en un despacho que me hiciera sentir poderosa. Contralaba gran parte del área turística de la ciudad. Me sentía especial, aunque al final siguiera estando sola.

–Es esclavitud moderna. -Sentencio.

–No cuando tienes la libertad en tus manos para usarla cuando quieras. Además, le pago por cada hora extra.

Se apoya en la barra del ascensor. Los bíceps se le marcan sobre la camia blanca de corte italiano que lleva remangada. Suspiro y me mueve hasta quedar frente a él. Levanto el mentón para alcanzarlo y lo beso. El desliza una mano hasta mi cadera y la otra hasta la coleta de caballo que llevo, sujetándome para invadir mi boca con su lengua. Acariciándonos los labios con esa rudeza animal que nos atrapa cada que las chispas surgen entre nosotros.

–No podemos seguir así. -Murmuro, alejandome y echando los brazos en su cuello.

–Si puedo y lo voy a hacer. -Asegura sin un apice de duda en su voz fuerte y marcada.

Recuesto la frente en su pecho, justo en el lado del corazón. Sus latidos son suaves a diferencia de los míos que se sienten como galopes de caballos. Mis sentimientos se turban y chocan entre ellos cuando de este hombre se trata y es por eso que me niego averlo constantemente.

Las puertas del ascensor se abren lo cual aprovecho para salir antes de que termine arrancarle la ropa allí mismo y olvidarme de los ojos que nos observan desde las cámaras. Confió en que el guardia valore lo suficiente su trabajo como para mantener la boca cerrada.

Nicolás me da un azote en el trasero que me hace dar dos pasos adelante para no caer.

–¡Animal! -Lo mire queriendo darle una bofetada por insolente.

–Es tu castigo por provocarme. –Se encoge de hombros. Da dos pasos para acercarme a su pecho por detrás.

Seguimos caminando con tranquilidad. Aquí no hay cámaras ni ojos curiosos.

–Señorita Hope. –La voz tímida de Mara nos separa de repente–. Le han dejado esto muy temprano en la mañana, me pidieron que se lo entregara a usted personalmente.

Sostiene una caja dorada con bordes de encaje negro en la mano. Nicolás me mira con una ceja levantada.

–Puedes quedártelo o dárselo a alguien más, Mara

Como todos los regalos que me dejan los admiradores que merodean cerca de las instalaciones.

Tomo siento en la silla de cuero negro detrás de mi escritorio pulcramente ordenado. Le echó un vistazo a la foto de Gaia y yo en el castillo Disney. Me es imposible no sonreír y pasar la yema del dedo por su rostro. Es una estampa de su padre, y por ende, del cretino de su tío. Enciendo la pantalla de mi portátil. Levanto la vista cuando presiono el botón que esclarece los ventanales de cristal con vista al mar. Mara sigue de pie en el centro con la caja en las manos.

–¿Qué pasa?

–El señor que lo trajo dijo que era importante y que usted querría tenerlo. No parecía un mensajero como los que suelen venir.

Pongo los ojos en blanco. Cualquier persona puede persuadirla para que le de importancia a algo que no lo tiene. Pero como necesito que salga ya y se ponga a trabajar, lo recibo.

–Dámelo.

Lo deja en mi escritorio, mira a Nicolás de pie frente a la ventana que nos observa a través del cristal.

Tomo la caja con impaciencia. En el interior hay una carta negra con mi nombre. La saco.

–¡Mierda! -Susurro. Paso saliva.

Estoy acostumbrada a los lujos, piedras preciosas y costosas que suelen regalarme, joyas y esas cosas con las cuales he crecido al venir de una de las familias más acomodadas de Londres, pero esto sale de los límites que habría imaginado. Teniendo en cuenta mis estándares exorbitantes. Una delicada cadena de oro con un diamante rojo en forma de manzana que resplandece con la luz del sol. Lo saco con dedos temblorosos y se lo enseño a Nicolás que parece no sorprenderse ante la maravilla que le enseñó.

–Diamante rojo. –Afirma observándolo más de cerca–¿Quién lo envía?

Lo dejo sobre el escritorio y vuelvo a tomar la nota.

En la oscuridad del amor, el deseo se vuelve insignia de entrega y rendicion.  Mi querida dama, este diamante rojo simboliza tu fuerza, pasión y el pecado implacable que rodea tú mirada de hada herida. Nuestros corazones eran uno solo incluso antes de ser mía. Con amor:

N.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo