Capítulo 5

BIANCA

Las sábanas sedosas acariciaron la piel desnuda de mi cuerpo mientras combatía contra el dolor incesante de mi pie derecho. No podía moverlo, era imposible, el dolor se hacía más intento y ya no sentía mis últimos dedos. Don me los había cortado cruelmente con su cuchillo de sierra.

Con el suyo propio.

Y m*****a sea como dolió.

Todavía en mi cama sentía como clavaba sus cuchillos en mis dedos y luego los tiraba al suelo. No pude hacer nada. Me sentó en su silla, amordazó y empezó a mutilar mis pequeñas extremidades.

¡Pero eso no se quedaría así!

Mi odio por ese malnacido solo hizo más que aumentar y solo una cosa cruzaba por mis pensamientos.

La venganza.

Mi vendetta contra Don sería mucho más planificada y cruel que todas las que él había ejecutado. Mucho más que mi sufrimiento ese día.

Estaba decidida y nada podía pararme.

Iba a meterte tan dentro de su vida que arruinaría todos sus planes, si fuera necesario ayudaría a la DEA a reunir pruebas contra él.

El mayor daño que podía hacerle era dejarlo muerto en vida en una prisión de alta seguridad. Porque matarlo sería demasiado sencillo, yo quería que sufriera. Después robarle todo su imperio, hacerme la ama y señora de su dinero y riquezas.

Y me daba igual morir en el proceso.

Suspiré.

A quién quería engañar.

No iba a poder hacerlo. Era demasiado difícil. Incluso si me preparaba por años. Antes de que pudiera dar un movimiento, él daría diez más. Pero, de alguna manera vengaría la mutilación de mis dedos.

La puerta de mi dormitorio se abrió de repente, de ella emergieron dos siluetas.

Una era la de Giovanni, su cabello negro y sus hombros anchos eran inconfundibles. La otra no lo sabía, pero divisé un maletín de cuero, una calvicie adornando su cabeza y una bata blanca. Así que supuse que era el doctor. Don cerró la puerta con facciones impasibles y me dejó sola con ese desconocido.

—El señor Lobo me llamo de inmediato —comunicó él caminando hacía la cama —. Te examinaré el pie, puede que la herida se haya infectado. Eso no sería bueno. Estate quieta, el me cortara la cabeza si te hago daño.

Asentí sin energía.

Eché a un lado las sábanas y le tendí el pie para que lo observara con detenimiento. Primero desenvolvió la venda, después buscó en su maletín una especie de agua oxigenada y la vertió sobre la herida abierta de mi pie. El escozor y la picazón no tardó en llegar maltratando mi débil consciencia.

—Lo que me temía —anunció asustándome —. Necesitas puntos. Además, perdiste bastante sangre, por suerte paró a tiempo.

Maldito Don.

El doctor sin articular ninguna palabra más hizo su trabajo y se fue, no preguntó ni curioseó sobre él motivo que me llevó a perder mis dos dedos. Yo tampoco dije nada, me silencié y emití algún o que otro aullido de dolor cuando la aguja traspasaban mi piel ensangrentada.

Varios minutos después llegó una sirvienta que me ayudó a bañarme, agradecí esa ayuda. El dolor era malditamente insoportable. Al estar ya aseada y totalmente limpia, sin ninguna superficie de mi cuerpo llena de sangre, me vestí con el vestido granate que habían dejado sobre mi cama con sábanas limpias. Giovanni Lobo pretendía sobornarme con prendas caras. Y no podía culparlo de nada. En la mafia era así. Y yo había incumplido sus leyes. Pero él se burló de mí enviándome, un vestido del color de mi sangre derramada. Estoy segura que lo hizo aposta.

Los empleados de Don eran demasiado rápidos en sus quehaceres.

La chica me dejó sola en mi habitación y segundos más tarde regresó para notificarme que debía asistir en cinco minutos a la cena que su jefe había organizado con su familia.

Me quería morir.

💀

—Basta de negocios ¿Quién es está bella señorita, figlio? —preguntó el padre de Don en italiano, dirigido a mí.

Sonreí sin ganas ante el halago y agaché la cabeza para tragarme la pasta con salsa boloñesa. Un nudo se formó en mi garganta, que casi me asfixia delante de todos esos asesinos.

Sentía como todos los ojos de la mesa estaban puestos en mí. Y la gran repulsión que tenía por mi agresor iba creciendo, más y más, a cada minuto que compartía espacio con él.

Deseaba su muerte.

Su destrucción.

Quería tanto clavarle en la garganta el cuchillo de cortar el pan, que tuve que esconderlo debajo de mi plato para no hacer ninguna locura.

Giovanni Lobo no tenía una familia muy grande, constaba de tan sólo tres personas, o al menos los que yo conocía. Su padre ya mayor, su hermano, que estaba de viaje en Sicilia y su hermana Melody, que era una dócil jovencita que no abría la boca, parecía un fantasma en aquella cena. Solo comía al igual que yo.

Todos eran parecidos físicamente, atractivos a la vista y coquetos por naturaleza.

Delante de mi hermana y mía, ellos no hablaban sobre sus negocios clandestinos, sino sobre los legales que tenían de tapadera para confundir a la DEA y que no los atraparan.

—Es la hermana de mi esposa, padre —dijo Don, bebiendo un vaso de whisky —. Se quedará un tiempo hasta que su madre regresé.

Horacio Lobo sonrió enseñando sus dientes de oro.

—Es muy hermosa —me halagó de nuevo —. ¿Ya está comprometida?

Me sentía incómoda.

Giovanni rugió y le dio a su padre una mirada penetrante.

—De acuerdo, mío figlio —levantó los brazos en gesto de rendición —. No me meteré en vuestros asuntos. Ahora cuéntame. ¿Cuándo Priscilla me dará un nieto? Espero que pronto. Este viejo ya está cansado de vivir.

—Yo también espero que me lo dé pronto —masculló Don y volvió a poner la vista sobre su teléfono.

No era muy hablador.

Mi hermana se aclaró la garganta:

—Señor, pero si usted se ve demasiado joven. No diga que es un viejo, todavía le falta mucho por vivir. Y es atractivo, las mujeres seguro se pegan por hablar con usted.

Horacio se carcajeó.

—Eso sí es verdad, me conservo bien —aseguró inflando su pecho.

El señor Lobo era demasiado atractivo para su edad, y no estaba nada mal. Debía tener unos cincuenta y parecía uno de cuarenta.

En el salón principal apreció Luka, la mano derecha de Don, creo que era su consigliere, porque lo seguía a todas partes y desaparecía con élSe acercó susurrándole algo en el oído y se fue furioso de la cena.

—¿Pasó algo? —pregunté distraída.

Horacio sacó de su cajetilla un puro, lo encendió y le dio una larga calada.

—Padre, el doctor dijo que no debía fumar —por primera vez habló Melody.

Su voz era angelical.

—Tonterías. No hay nada que un buen puro pueda hacerle daño a mi salud —tosió varias veces.

Las empleadas retiraron los platos y trajeron el postre. Una adorable tarta de queso con mermelada por encima atrajo mi vista. Mis tripas rugieron.

La devoré como si no hubiera comido en muchos días. Y repetí varias veces.

La cena me estaba aburriendo, hablaban sobre cosas triviales. El postre no parecía acabarse y la curiosidad abordó en mí, sobre lo que estaría haciendo Don en su despacho privado. Porque sí, había algo raro allí y quería saberlo todo. Joder.

Quería tener más información para dañarle y destruirlo, aunque solo fuera un deseo frustrado.

—Si me disculpan —me levanté torpe de la silla lujosa y cómoda —. Debo retirarme ya, mi fatídico accidente me dejo casi sin fuerzas y necesito recuperarlas con un buen sueño. Ha sido un honor conocerlo, espero pasar más cenas agradables con ustedes.

Me despedí de Melody y el señor Horacio, a mi hermana ni la miré. Tampoco ella a mí. ¿Estaría tramando algo? Priscilla era una arpía con todas las letras de la palabra. Y sin más, me fui. No escuche lo que dijeron después, no me importaba una m****a. Solo quería huir como siempre había hecho, porque me estaba ahogando con mis pensamientos.

Tras tomarme las medicinas que el doctor me había recetado, mi pie ya se podía mover con mucha más soltura, pero claro, apoyando el talón en el suelo.

El Don era cruel, despiadado y atractivo. Una belleza bañada en la oscuridad del infierno, capaz de derretirte con solo una mirada.

Esa era su esencia.

Ser un completo diablo, pero tener la belleza de un ángel.

Y yo le quitaría todo.

Mi juego empezaría en ese momento, y planeaba que fuera divertido para mí.

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