Ladrón de Sombras
Ladrón de Sombras
Por: Escritora.descarriada
Uno

Ese debía ser un trabajo fácil. El Ladrón de Sombras ni siquiera había tenido que seguir a la chica para conocer su horario, se lo habían enviado por correo electrónico. Era un horario predecible, siempre igual. Aburrido. Suspiró, casi le daba pena lo que estaba por hacer.

Todos los días la chica dejaba su oficina a las cinco treinta y caminaba media cuadra hasta la cafetería de la esquina, compraba un capuchino grande y se dirigía al estacionamiento atrás del edificio. Se tardaba unos quince minutos y eso era suficiente para él.

Había planeado interceptarla cuando se dirigiera al estacionamiento, era lo más sencillo porque ella abandonaba la compañía dos horas antes que el resto de trabajadores, así que el estacionamiento estaría vacío. Solo tenía que asustarla un poco, hacer algo que la hiciera entregarle lo que quería sin poner resistencia.

Tenía que ser un trabajo fácil y; sin embargo, llevaba veinte minutos esperando escondido detrás de una columna y la chica no aparecía. El Ladrón de Sombras detestaba esperar. No, lo que en realidad odiaba era tener que quedarse quieto mucho tiempo. Moverse o morir era su lema, y por supuesto que no le apetecía morir todavía.

Pensó en revisar de nuevo el correo que le había enviado su cliente, creyendo que tal vez se había equivocado de hora, pese a que él nunca se equivocaba en ese tipo de cosas. Sin embargo, antes de que pudiera sacar el teléfono del bolsillo de su casaca, escuchó los tacones acercándose.

Se caló mejor su capucha, procurando que le cubriera el rostro, y recorrió a la mujer con la mirada. La chica todavía sujetaba el vaso de papel con café a medio tomar; en la otra mano, llevaba las llaves de un auto y una enorme galleta de chocolate. Maldijo por lo bajo, la galleta le hizo recordar que estaba hambriento. Su cliente le había dicho el nombre de su víctima, pero no conseguía recordarlo, era algo así como Leah o Leslie. Si hubiera tenido que recordar el nombre de todos sus clientes se habría vuelto loco. 

Por lo general, no le interesaba observar demasiado a la gente con la que trabajaba, pero algo en ella llamó su atención. Quizás fue su bonito rostro o la actitud de princesa con la que caminaba sobre unos tacones gigantes, quizás fue que sus ojos cafés se movieran de un lado a otro, alertas. Tuvo la sensación de que, de alguna manera, ella lo estaba esperando.

Metió las manos en los bolsillos de su casaca y salió de su escondite, la siguió con la cabeza gacha. Ella lo miró por encima del hombro y aceleró el paso. El Ladrón de Sombras notó como sus hombros se tensaban y una punzada de culpa le hizo maldecir; no le gustaba acosar muchachitas indefensas, pero de todos modos apuró el paso. La chica, Leah, giró en una esquina y siguió caminando en dirección a los estacionamientos preferenciales del edificio, en el que había apenas un par de autos estacionados; la vio dar un mordisco a la galleta de chocolate antes de presionar la llave del carro y que las luces de un llamativo auto deportivo color plateado parpadeasen. El cuerpo de Leah se relajó cuando estuvo delante de su coche, dejó la galleta sobre el techo del auto y abrió la puerta. El Ladrón de Sombras contuvo la respiración, antes de que ella pudiera meterse en el interior, la tomó por la muñeca libre y tiró de ella, pegándola contra su cuerpo por la espalda. La chica soltó un chillido aterrado, trató de soltarse y lanzó el vaso hacia atrás, haciendo que el café aún caliente cayera sobre él. El Ladrón de Sombras ignoró el calor en su piel.

—Tu teléfono—murmuró.

Leah se estremeció.

—¿Qué?—preguntó ella, con voz ahogada.

—Dame tu teléfono—ordenó—¡Ya!

Ella negó con la cabeza, desesperada. Trató de girarse para verlo, pero el Ladrón de Sombras la apretó más contra sí. Leah soltó un gemido.

—Me duele, me duele mucho—lloró.

Como acto reflejo, el hombre aflojó un poco su agarre, entonces Leah alzó la pierna hacia atrás, en un intento de darle una patada. El Ladrón de Sombras se hizo a un lado con facilidad, sin soltarla, y dejó escapar una risa cansada. La siguió sujetando con un solo brazos y, con la mano libre, examinó los bolsillos de su saco. La chica no llevaba cartera o mochila, pero en sus bolsillos no había ningún teléfono. Frustrado, recorrió el cuerpo de Leah con su mano, tratando de encontrar el celular oculto entre su ropa. Lo sintió junto a su cintura y sonrió, era una mujer interesante, ocultaba las cosas de valor entre su cadera y su pantalón.

—Quédate quieta y no te pasará nada.

Despacio, el Ladrón de Sombras deslizó su mano hacia la cintura de la chica. Él puso los ojos en blanco, el cuerpo de Leah temblaba con violencia. Procuró ser cuidadoso, sus hábiles dedos tomaron el teléfono sin rozar su piel.

—No es seguro caminar sin compañía en lugares solitarios, recuérdalo a futuro—susurró.

Él la soltó tan de pronto que Leah trastabilló y cayó al suelo. El Ladrón de Sombras se sacudió el café caliente de la ropa mientras se echaba a correr lejos de ahí. No volteó a ver a la chica una vez más, pero pensó que era una pena haber tenido que robarle de esa manera. Aunque quizás era más triste no haberse llevado también la galleta de chocolate. 

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