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Una hora antes

Leticia ajustó los audífonos de cascos mirando por la ventana del metro. La música estaba alta, tanto que podía darle dolor de cabeza a cualquiera pero para ella era la única forma de desconectarse del mundo donde vivía. Pues a pesar de residir en una inmensa mansión, que su padre estuviera forrado de dinero, ella no era precisamente feliz. 

Ocultaba su verdadera naturaleza bajo la fachada de una loba alfa.

Ridículo ¿verdad? Pues no para los tiempos actuales.

Y ejemplo de ello eran los miles de carteles por todas partes del metro donde promocionaban miles de pastillas para ocultar tu olor y otro millón de sprays con olor que te permitía hacerte pasar por lo que desearas. Porque ya no eran los tiempos de antes, donde un lobo era el alfa de la manada, el resto la simple manada y por último los omegas renegados.

No.

La sociedad había cambiado tanto, prácticamente habían mutado y los conceptos alterados. Ahora tenías una categoría dependiendo el gen que nacieras. Su padre por ejemplo era un alfa. Y se consideraba que aquellos que tenían este gen eran los lobos más fuertes, tanto físicamente como mental y la sociedad los beneficiaba, por lo que encontrar un alfa que no tuviera privilegios era raro. Y los tipos, de fértiles tenían hasta el último pelo.

Después estaban los betas, que anteriormente era la manada, lobos normales y corrientes sin mucho que resaltar. Aunque la idea de ser alguien normal le agradaba a Leticia.

Porque ella no pertenecía a ninguno de esos dos bandos. Le había tocado ser una loba omega. Nada más, ni nada menos que una omega. Como que allá arriba había alguien que la tenía cogida con ella porque vaya que se la había hecho. Los omegas no estaban en lo último de la torre de la sociedad, sino en lo que le seguía. Y ella estaba en ese grupo. Pero por gracias de la vida había tenido la oportunidad de esconder ese hecho y hacerse pasar por un alfa.

Sonaba algo ilógico más no para ella que era su único método de salida para poder sobrevivir. Desde que tenía uso de razón y a pesar de que todos a su alrededor decían que sería una alfa poderosa, siendo la única heredera del grupo de hoteles de su padre, su interior dictaba que ella no tenía ese aspecto de dominación. Al contrario, pensaba que era mucho mejor resguardarse dentro de los brazos de un cuerpo grande y poderoso que la mirara, la quisiera y la marcara reclamándola como suya. Porque si, ella desde que había tenido uso de razón había sabido que en el futuro sería una omega.

¿Omega? 

Esa era una palabra prohibida en su familia desde que su tatarabuela, una omega sumisa, había huido y suicidado, manchando la reputación de la familia, porque además la noticia corrió como agua por desfiladero. Por lo que, después de ese suceso y evitando así cualquier posible escándalo, las relaciones se establecieron luego solo con lobas betas. No importara lo difícil que fuera embarazarlas pues genéticamente aunque los alfas podían embarazar fácilmente, estaban diseñados para hacerlo con omegas, no con la poca fertilidad de una loba beta. 

Su madre había sido también una beta, la cual nunca había visto. Su padre la había enviado a algún país de América en cuanto había nacido ella. Solo le quedaba una pequeña imagen guardada muy secretamente para su consumo personal.

Su padre, ese no se quedaba atrás. Era el actual líder del grupo hotelero Alester, con reconocimiento internacional. Un alfa imponente que mandaba incluso por encima de otros alfas menos poderosos. Dinero no le faltaba, ni tampoco poder, y todo eso sería de ella más adelante, supuestamente porque dudaba que el imperio que su padre había creado lo soltara tan fácilmente. Ese tipo quería más al dinero que a él mismo.

Pero debido a que ella llevaba la carga de la familia sobre sus hombros, al menos a la vista de todos, desde que era una simple cachorra, con poco más de cuatro años la habían educado en diferentes materias, música, pintura, estudios especializados, economía, matemática, idiomas, incluso desde los 5 años había empezado clases de defensa personal y de otras artes marciales. Por lo que para sus 21 años se podía decir que era un especialista en varias áreas y dominaba 4 idiomas con fluidez aunque no le gustara hablarlos mucho. Su cerebro… era bueno después de todo. 

En ese momento, cursaba el cuarto y último año en una universidad solo de alfas en la especialidad de administración de empresas. Algo que no era de su agrado, pero sí de su padre.

¿Y cómo había podido ocultar su naturaleza omega? 

Eso había sido lo peor de toda su vida. Cuando por fin había cumplido los 18 años y despertado como tal, tuvo que pedirle ayuda a su prima, una reconocida doctora beta, del hospital central de la ciudad. Sin sus hilos no hubiera podido salir ilesa de aquello. No le importaba perder el dinero o la comodidad que tenía, más bien, despreciaba ese dinero porque era consiente que no era limpio, pero si su padre se enteraba que era una omega definitivamente la mataría y a su prima también. Era un padre que le tenía su futuro planificado y cualquiera que le rompiera los planes debería desaparecer de este mundo. Si a eso se le podía llamar padre.

Y dado que ahora tenía un secreto sumamente grande, guardaba en un compartimiento escondido en su cama una cantidad de pastillas impresionantes, tanto supresores, inhibidores y un spray especial que todos los días debía rociarse basado en feromonas de alfas y que penetraba a través de sus piel. Los resultados en su cuerpo eran catastróficos sobre todo en su celo, pero era el único camino que había podido tomar. Agradecía cada día a su prima el cual había logrado encontrar todos aquellos medicamentos que eran hasta ilegales administrarse. Después de todo un omega fingiendo ser un alfa, podía ser penado altamente por la ley y estar perpetuamente tras las rejas, claro si sobrevivía el tiempo suficiente.

Leticia suspiró agotada y bajó en su parada acomodándose la gruesa ropa a medida que ayudaba a disimular las marcadas curvas de su cuerpo femenino que se venía desarrollando, aún más, desde sus primeros síntomas de celo. No importaba cuanto ejercicio hiciera, los músculos se negaban a aparecer aunque al menos la fuerza se acumulaba en sus brazos. El problema era que las lobas alfas no tenían las curvas de ella y eso era un problema con el que aun lidiaba. 

Caminó tranquilamente con su mente en blanco, a ver si así podía descansar algo, cuando casi fue empujada al suelo cuando una persona chocó con ella. Leticia lo miró frunciendo el ceño encontrando que este respiraba agitado y sus ojos miraban sobre su espalda de forma frenética. No tenía olor por lo que debía ser un beta, algo que los caracterizaba, y uno muy asustado. Sin ni siquiera pedir disculpas se volvió a levantar y siguió corriendo.

Leticia miró como el beta joven y asustado seguía su camino. Ni siquiera se tomó el tiempo de preocuparse por él ni tampoco molestarse por las disculpas. Se acomodó la ropa para volver a su camino pero tuvo que apartarse rápidamente, pues un grupo de al menos cuatro personas casi la tiran al piso. Pudo ver como llevaban tubos y cuchillos en las manos e iban por el mismo camino que aquel chico había tomado. D de ellos un fuerte olor a drogas y alcohol se desprendía y le hizo arrugar la nariz. Asqueroso.

Ella no era de buscarse problemas. Mantener el perfil lo más bajo posible le había ahorrado hasta el momento buena cantidad de problemas. Chasqueó los dientes, tampoco era tan animal de dejar a alguien que corriera peligro de esa manera y ella solo quedarse mirando o ignorarlo.

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