Eliza se rio.

Chester no pensó que era una risa alegre. “¿De qué te ríes?”.

“Ah, suenas como esos presidentes mandones exagerados de los dramas en los que he actuado antes. Como ‘Mujer, estoy interesado en ti’, o ‘Mujer, me enamore de ti’”. Los labios ligeramente pálidos de Eliza se levantaron. “Pero esos presidentes mandones están cortejando a sus esposas mientras que tú estás cortejando a una amante. Además, lo estás haciendo de una forma tan obvia. No sé si felicitarte por ser insensible o desvergonzado”.

El apuesto rostro de Chester se volvió tan oscuro como el fondo de una sartén. “Eliza, acabo de ayudarte, sin embargo, ahora me estás humillando. ¿Cuántas veces me has humillado, eh?”.

Ninguna mujer lo había humillado varias veces y había salido ilesa.

“No te estoy humillando. Lo que dije es cierto”. Eliza se encogió de hombros. “Si crees que mis palabras sinceras son humillantes, no puedo hacer nada al respecto”.

“Eliza, tú… ¿Crees que no me atrevo a hacerte nada?”. Chester