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— Bueno… ¿Puedes explicarme que hacemos en el puerto Erick? — preguntó Sarah mientras esquivaba hombres mugrientos y mujeres de toda clase. 

Una sonrisa torcida  de Erick basto para responder la pregunta de Sarah que de inmediato lo vio con ojos grandes. 

— Oye no… — dijo ella bastante bajo. 

— Vamos, solo cúbreme, no me tardaré. Prometo gastarte un trago si es eso lo que quieres.

— Sabes que no tengo permitido hacer esto. 

— Te vas a casar ¿bien?, a lo menos mujer goza tu soltería, sabes bien que  al final  ya tendrás una vida  para seguir reglas, por ahora mandalas al carajo. Seguramente  Adelia  te tratara muy bien, soy uno de sus mejores clientes. 

— Ya veo porque — rueda los ojos. 

Ambos siguen caminando hasta llegar a uno de los famosos burdeles de Londres. A Sarah no le agradaba mucho esa casa de putas, pero qué más hacía, cuando Erick la arrastraba no había quien lo parara. 

Como siempre Sarah se sentó  a esperarlo en la pequeña sala del lugar,  mientras que  Erick se iba a hacer quien sabe que con algunas de las mujerzuelas del lugar. Ella era conocida por algunas mujeres del lugar, se podría decir que llevaban una muy buena relación con todas ellas. A pesar del oficio de todas esas mujeres, no le quitaban su humanidad y forma de ser, son amables y bastante caritativas, es solo que su oficio y las malas lenguas ayudan para que estas mujeres tengan una mala fama e incluso tratadas de herejes y no hijas de Dios. 

— Lady Sarah. Que gusto me da  verla por aquí.  Me imagino que cuida los pasos de su amigo — dijo Elizabeth, una pelirroja bastante bonita y dueña de aquel burdel. 

— Aquí me ves — Elizabeth se burló entendiendo perfectamente a Sarah y se sentó a un lado. 

Sarah le sonrió con pereza y Elizabeth le devuelve una sonrisa bastante dulce. Tenía una buena relación con la hija del Conde, aunque claro, este no tenía ni la menor idea. 

— No sé si sean las malas lenguas, pero dicen que usted está pronta a casarse ¿es eso cierto?

—  Sí, es cierto. Contraeré matrimonio tal vez en tres días. 

— ¿Eso no es muy rápido?, imaginaba que seria  no sé, más tiempo para planear una gran boda y todo eso. 

— No. Así lo ha decidido mi futuro esposo. 

— Oh ¿con que si es verdad los rumores?  — dijo Adelia llegando a un lado — Felicidades. 

— Gracias… Supongo — responde Sarah levantando los hombros y ambas mujeres medio se burlan. 

«Siempre tan curiosa esta niñita» pensó Elizabeth. 

—  Veo que el Marqués de Wettsel ha hecho una excelente elección  —  dijo Adelia  — Mereces un buen hombre y supongo que ese será uno. Todo Londres habla de él y no son malos los rumores. Además, ha conseguido la mano de una buena dama. 

—  Si de eso me he dado cuenta — espeto Elizabeth. 

Durante todo el rato, Elizabeth como buena anfitriona atiende a Sarah con todo el respeto posible, para que mentir, el lugar era una pena, pero para ser sinceros, había bastante más calidad humana en ese lugar que en muchas grandes mansiones de la alta clase de Londres.

Al rato salió Erick abotonándose  el chaleco y con el cabello un poco revuelto, y claro, como pasar por alto la acompañante que llevaba a un lado.

—  Vámonos ya Sarah  —  dijo él y así Sarah lo hizo. Se despidió de Adelia y Elizabeth para luego salir  siguiendo el paso de Erick.

No se podía decir que la vista de aquel puerto era agradable, miles de olores se mezclaban y algunos no eran para nada buenos. Muchos hombres que pasaban cerca de Sarah se le quedaban mirando, muchos ni siquiera sabían quién era ella y bueno, no daría buena fama que el marqués de Kensington y la hija del conde Lussac andarán por  esos lados tan desechables de todo Londres.

— ¿Para dónde vamos Erick? No estamos yendo para la salida  —  Sarah miró con interrogativa a Erick, este solo sonrió ladino.

Él  estaba ciento por ciento seguro que le haría una despedida a Sarah a su estilo, sabiendo que llevar la vida de casada ya sería algo muy diferente. Estaba seguro de que haría que su mejor amiga no olvidará ese día.

—  Vamos por algunas copas de ron  ¿Te parece? 

—  ¿Se te ha fundido un plomo en la cabeza? Si mi madre se entera me querrá matar antes de que lleve las vestiduras de novia.

—  ¿Y quién ha dicho que Lady Lussac se va a enterar? No te preocupes, solo yo lo sabré  —  guiña un ojo y Sarah solo sonríe y niega con la cabeza.

—  Erick, sinceramente eres una muy mala compañía.

— Tómalo como la despedida a tu soltería  o dime  ¿Cuántas damas tienen una despedida a este estilo tan peculiar?

Ya que Sarah lo pensaba así, Erick tenía razón. Sería algo único  y muy al estilo… Marqués de  Kensington.

Ambos llegaron hasta una vieja cantina a casi orillas del puerto. La cara no era para nada buena. Una casucha de tabla que no solo era cantina sino también hostal en la parte alta del edificio.

Erick frenó un momento su paso y sonrió al notar algo de suma importancia.

—  Oh Sarah. Creo que aquí están tus favoritos  — dijo él.

—  ¿De qué diantres hablas? — preguntó Sarah confundida.

—  Entremos y ya lo verás  —  toma a Sarah de los hombros y la hace entrar a aquel lugar donde no iban sino solo hombres.

Más de uno de los presentes corrieron su mirada ante  el par de jovencitos que entraron. Con curiosidad observaban más la mujer, una niñita por estos lados no era algo que se viese todos los días.

—  Piratas  —  susurró Sarah para sí misma.

Una amante empedernida a las historias de piratas. Sabía bien que estos hombres no eran como los piratas aventureros de las historias que Lord Kensington le narraba en las tardes  de verano. Estos eran reales y sanguinarios piratas que atacaban buques ingleses. Aunque obviamente si estaban en este lugar es porque lo hacen con disimulo, si así no fuera, ya estaría la guardia real encima.

Erick acercó a Sarah hasta una de las mesas de madera aporreada y pidió dos copas de ron que de inmediato fueron traídas.

— Brindemos por una próxima casada —  dijo Erick levantando su copa.

Sarah sonrió y chocó su rústica copa  con la de Erick.

— Ahora tómalo todo de una.

Sarah así lo hizo y sintió que aquel líquido marrón bajaba quemando su garganta. Al principio la hizo medio  llorar y  ser la causa de risa de Erick.

— Otras tres copas más y te acostumbrarás.

Ella solo asintió y decidió seguir con el juego de su apreciado  amigo.

Y así pasaron otras tres copas y ya Sarah se había abierto un poco el escote cuando sintió que el calor le invadía.

— Socializa con algunos a ver que te dicen.

—  Sabes que lo haré —  dijo Sarah riendo  y se puso de pie.

Erick se quedó sentado en la mesa y observó el trasero de su amiga mientras esta se alejaba contoneándose hacia un grupo de hombres que bebían y reían.

O era el licor o veía a Sarah lo suficiente mujer para complacerlo.

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