CAPITULO 1

Dos semanas después del accidente…

LEILA

Recogía las cosas de John despacio, mientras intentaba recordar el momento preciso en el que se había perdido por entero. Me sentía culpable por no haberlo detenido aquella noche y evitar que la vida de aquella muchacha se apagara sin remedio, arrastrada por él.

Suspiré hondo y cerré las maletas.

Mañana regresaría a Cork, en donde vivía con mis padres, laboraba en una pequeña oficina local y cursaba el último año de la maestría. Había venido a Londres con la intención de pasar unas vacaciones de verano apacibles y tratar de persuadir a mi hermano de que regresara a casa conmigo. Sin embargo, me llevaría sus cenizas junto con unos simples trapos que tenían aun su olor para que mi madre al menos conservara algo de él.

Exhausta y ofuscada por todo lo que tuve que hacer los últimos días, salí del pequeño piso que rentaba John y el que ya había cancelado, dispuesta a ir hasta el bar irlandés que quedaba a media manzana.

—Hola Brendan —saludé al dueño del establecimiento, quien en un tiempo había sido uno de los mejores amigos de John y cuando llegué aquí, el mío. Él levantó la mano y siguió atendiendo a los clientes ya que el local se encontraba repleto.

Decidida a ayudarlo, cogí una bandeja y comencé a recorrer las demás mesas para tomar las órdenes de los comensales que aguardaban ser atendidos.

—¿Qué crees que estás haciendo, Leila? —Brendan me interceptó a medio camino, cuando iba con la bandeja llena en dirección a una mesa—. Deberías estar descansando para tu viaje.

—No seas tonto, Brendan. Llevar un par de bebidas no me agotará. Déjame ayudarte —suspiré mientras negaba—. Me sirve de distracción; necesito ocupar mi cabeza en algo para dejar de sentirme culpable…

—Está bien. Pero será la última ronda que sirves. Luego quiero verte quieta, comiendo o bebiendo lo que te apetezca. Corre por la casa a modo de despedida —me guiñó un ojo y sonreí afirmando.

El bar era muy concurrido; eran apenas las seis de la tarde y estaba repleto de oficinistas que acababan de salir de sus trabajos. Y faltaba la noche que se ponía intensa porque tocaba una pequeña banda irlandesa que tenía su público.

Cuando los del after oficce se fueron retirando y el sitio quedo más distendido, ambos tomamos asiento en la barra y Brendan sirvió dos copas de brandy.

—Bébelo. Sé que te hace falta.

Chocamos nuestros vasos y bebí de un solo sorbo el líquido ámbar que me quemaba la garganta. Entrecerré los ojos y largué la respiración contenida. Justo lo que necesitaba; algo ardiente, con la proporción justa de amargo y caliente recordándome que debía seguir con mi vida.

Me sirvió otra copa que la terminé de igual modo.

—Lo necesitaba… —susurré, respirando hondo—. Aprovecho para agradecerte todo lo que has hecho por mí y John… lo de la morgue, el crematorio… no hubiera sido igual sin tu compañía.

—Leila, era un momento en el que necesitabas un amigo y era mi deber; no podría dejarte sola. Sin embargo, me gustaría pedirte que no siguieras pensando en el asunto porque ya nada tiene remedio. Tu hermano está muerto y todos sus actos no tienen nada que ver contigo. Que lo hayas tratado de detener y no lo consiguieras, no tiene que ver con ese fatídico accidente.

Esquivé la mirada a mi mano que aun sostenía al copa vacía. Brendan lo volvió a llenar y jugueteé con él mientras buscaba las palabras adecuadas que decirle.

—Tal vez John ya estaba condenado, Brend. Pero esa chica… era demasiado joven, ingenua, con toda una vida por delante. Siento que al menos debí detenerla a ella, impedir que subiera a ese coche y se marchara con John en aquel estado —bebí un sorbo pequeño y contuve el licor en mi boca—. No sabía mucho de ella, pero asumo que tiene una familia que ha quedado devastada con la noticia. Sé lo que se siente, aunque creo que su pérdida será más difícil que la mía.

—No puedes cargar con los pecados ni con las decisiones ajenas, Leila. John estaba condenado y esa muchacha escogió seguirlo a pesar de saber lo que le esperaba. No te culpes más y mejor bebe, que dentro de un rato este lugar volverá a llenarse y no podré darme el lujo de acompañarte con este brandy en tu última noche aquí.

—Lo sé —repliqué resignada, llevándome el cristal a la boca para degustar aquella última copa que pensaba beber.

En breve comencé a sentir el efecto de aquellos tragos seguidos, sintiéndome relajada y más suelta. La rigidez que me había envuelto con todo el asunto de mi hermano, estaba por romperme la nuca. Sin embargo, sentía que necesitaba algo más que un simple trago para desahogarme, por lo que tiré de la camiseta de Brendan atrayéndolo más a mí. Él me miró suspicaz, seguro de lo que haría por su propia experiencia y esquivó mi boca que iba por sus labios, besando la coronilla de mi frente para evitarnos el bochorno. Me abracé a él, agradeciendo que ni aun así se aprovechara de mí y que se comportara como un verdadero hermano; el hermano que John jamás supo ser.

—Si aún te queda energía, aguarda en la barra a que termine para que cenemos juntos —me dijo Brend, separándose de mí y mirando hacia la entrada—. Ya los primeros clientes están llegando, Leila. Quédate aquí mientras los atiendo.

Presa aun de la bruma que me causaba el alcohol, solo asentí y me quedé allí, perdida en mis pensamientos, en aquella lucha de emociones y sentimientos encontrados que me embargaban por la culpa.

Esa niña… esa niña nunca debió cruzarse en el camino de un hombre como John.

Había sido su perdición.

Cuando el efecto de la bebida había menguado en mi sistema, crucé tras la barra con la intención de ayudar a servir las órdenes que Brendan y el otro camarero dejaban sobre la mesada. El sitio estaba atestado como nunca antes y en la parte alta; una especie de entrepiso que hacía de zona VIP, había sido ocupada también por varios comensales.

Por un momento fugaz, mis ojos se cruzaron con aquella mirada penetrante que mantenía su vista fija en mí. Sentí en ese instante la necesitad de apartarme de su escrutinio por aquella corriente eléctrica que recorrió mi espina dorsal al sostenerle la mirada por unos segundos.

Aquella intensa sensación, me había hecho tomar la decisión de marcharme a casa y declinar la invitación de Brendan. Lo busqué con la mirada hasta captar su atención y en cuestión de segundos ya estaba frente a mí.

—Debo irme, Brend —hablé, dirigiendo mi atención al hombre imponente que me seguía mirando. Brendan fijó su vista hasta donde reposaba la mía y volvió a mirarme para sonreír con picardía.

—Te está devorando con los ojos, Leila —mencionó despacio—. No te vendría mal una noche alocada antes de marcharte para siempre. Total; no lo volverás a ver nunca más.

—Oh, vamos. Sabes que no podría… además, en Cork hay hombres más atractivos que ese.

—No lo creo —dijo con seguridad. Brend era bisexual—. Ese hombre no se parece a ninguno que haya tenido el placer  y no, de conocer. Tiene un aura magnética y atrapante, como también oscura y peligrosa. Un arma de doble filo, sin dudas.

Lo estudié con atención y Brendan tenía razón. Era sumamente atractivo, aunque no era aquello lo que llamaba la atención, sino su forma de comportarse. Hasta sentado en aquel taburete parecía un hombre que lograba hicieran todo lo que demandaba.

En ese instante, cuando notó que lo miré más de la cuenta, se puso de pie y bajó los escasos peldaños que lo separaban de la planta principal, sin apartar sus intensos ojos de mí. Rogué internamente porque no viniera a mí, pero fue en vano porque no disimulaba que yo le gustaba y se movía como una especie de depredador que iba por su presa, sin intención de dejarla escapar.

—Viene por ti —musitó Brendan cerca de mi oído con disimulo—. Recuerda lo que te dije; no te vendría mal una noche alocada antes de marcharte a Cork. Además, un revolcón con un hombre como ese, te haría olvidar para siempre los momentos amargos que viviste en Londres.

Brendan me guiñó un ojo y se dispuso a dejarme sola para no interrumpir. Mascullé su nombre pero el muy… entrometido, de todos modos me dejó a merced de aquel lobo. Me quedé sentada en la barra mientras sentía que ese desconocido ocupaba el taburete de al lado. Brendan había pasado tras la barra y se acercó hasta él, mirándome con disimulo.

—¿Qué le sirvo? —preguntó entusiasmado con la idea de que aprovechara mi última noche.

Sin embargo, aun sin mirarlo y mucho menos conocerlo, el vello se me erizaba nada más sentir su imponente presencia.

Me repetí mentalmente que, aunque me daba curiosidad saber que se sentiría teniendo las manos de un tipo como aquel sobre mi piel, no me dejaría arrastrar a los brazos de un desconocido. Además, para mi edad, tontamente seguía siendo virgen y sería muy absurdo y estúpido de mi parte, perder mi virginidad precisamente con un extraño.

Antes de perder el poco sentido común que Brendan no había espantado de mi juicio, giré sobre el taburete dispuesta a marcharme. Sin embargo, el hombre que se sentaba a mi lado hizo lo mismo y nuestras miradas volvieron cruzarse.

Me quedé paralizada, sin poder mover ni un musculo ni apartar la vista de ese hombre de ensueño.

Brendan tenía razón; era demasiado tentador y peligroso al mismo tiempo.

Su piel bronceada llamaba a tocarlo. Tenía unos ojos pardos que inquietaban, bajo unas largas pestañas negras. Un rostro de proporciones masculinas y jodidamente sensuales al mismo tiempo, portaba unos labios que quería besar con locura.

Y su cuerpo… su cuerpo era tan o más tentador que su bellos rostro. Era musculoso, con hombros anchos, además de alto… bastante alto. Bajo una cazadora negra de cuero, llevaba una camiseta negra con cuello redondo que tenían tres botones sobre su tórax. Si… tuve tiempo de contarlos mientras lo grababa en mi memoria y él hacía lo propio, sin apartar sus ojos de mi boca. Aquellos malditos botones estaban desabrochados y percibí con la mirada ese pecho duro, con vellos negros. La garganta se me secó y por instinto me humedecí los labios, entreabriendo la boca para tragar saliva luego.

Solo con su mirada, el hombre que tenía frente a mí parecía desnudarme y acariciarme la piel de un modo tan íntimo que la sensación experimentada en ese instante me provocó pavor por el ardor que sentía en las entrañas. Parecía que algo me dijera a gritos que estaba viva, que era una mujer con deseos carnales cuya sangre hervía vagando por mis venas. Sentí mis rodillas aflojarse y mis pies tocaron el suelo, ya que me tambaleé del taburete.

Su mano tomó mi codo, sosteniéndome con una delicadeza impresionante mientras una rara energía recorrió todo mi ser. La impresión de lo que me hizo sentir con su tacto fue tan grande, que abrumada tiré mi brazo y coloqué mis pies en el piso con seguridad, dispuesta a marcharme o más bien, a escaparme. Sin embargo, mi cuerpo no respondió y seguí hipnotizada, devorando mentalmente al tipo que no se inmutó.

—¿Señor? —insistió Brendan—. ¿Qué desea beber?

El desconocido esquivó al fin la mirada para susurrarle algo a mi amigo. Mis ojos se posaron en su grueso cuello, sobre la vena que se movía mientras el emitía su orden.  

Me sentí una pequeña depravada al desear que mi lengua recorriera aquella gruesa ramificación y descendiera hasta su torso fuerte, hasta que las palpitaciones en su pecho retumbaran en mi oído.

Sacudí la cabeza al tiempo que Brendan colocó una copa de brandy delante de mí. Fruncí el ceño mirándolo, mientras enarcaba una ceja y señalaba al extraño.

—Gentileza de tu acompañante —me guiñó un ojo, ocultando una sonrisa de satisfacción que sabía había esbozado internamente.

Miré al tipo, quien me dedicó una sonrisa ladina y negué de inmediato.

—Se lo agradezco, pero ya pensaba marcharme —amagué con dar los primeros pasos pero de nuevo su tacto tocó mi brazo y respingué absorta por aquella energía que me había traspasado. Miré su mano y luego él, interrogante.

—¿Te vas por mí? —increpó sin atisbo de reproche, frunciendo aquellas gruesas cejas. Me quedé muda sin saber que decir.

«Sí…», respondía mi mente.

«Me voy porque tengo miedo de lo que provocas en mí»

Pero no. Su autoritaria voz, entremezclada con una especie de decepción, retumbó en mis oídos como una melodía excéntrica que hacía bailar a mis tímpanos.

—Solo una copa —insistió con una sonrisa encantadora, enseñando unos hoyuelos que se formaban a los costados mientras sus blancos dientes perfectos me deleitaban con aquella acción.

Asentí con la cabeza y me enseñó con la mano de nuevo el taburete. Tomé asiento con pena y sintiendo arder mis mejillas, mientras él se despojaba de la chaqueta de cuero, dejándola en el asiento libre hacia el otro lado. Mis ojos se entornaron, al notar como la tela de su camiseta se pegaba a sus fuertes brazos y a su estrecha cintura. Los vaqueros desgastados expusieron unas piernas torneadas bajo unos prominentes glúteos; fruto seguramente de arduas horas de ejercicio.

Ordenó una cerveza y se acomodó a mi lado, mirándome de lado.

—¿Cómo te la llamas? —preguntó con suavidad.

—Le… Leila —dije con torpeza, maldiciéndome pro dentro por dejar demostrar que me ponía nerviosa. Sonrió con satisfacción al oír mi nombre.

—Leila... —pronunció con un acento distinto al que había iniciado la conversación—. Bellissimo...

Por un instante, mis vagos recuerdos viajaron nuevamente a la última noche de John y aquella muchacha, cuyo acento me recordaba al de este extraño. Suspiré confundida y centré mi atención a mi acompañante.

—No eres inglés… —afirmé, enarcando una ceja y negó.

—Tú tampoco —respondió—. ¿De dónde eres?

—De Cork, Irlanda —susurré apenas, bebiendo mi brandy—. Hoy es mi última noche en Londres.

Entornó sus ojos con impresión.

—Vaya suerte la mía —replicó él, musitando, mientras le daba un sorbo a su cerveza—. Siendo así, te invito otra copa para brindar por una noche inolvidable.

Le hizo señas a Brendan quien de inmediato llenó mi copa. Sonreí a pesar de que sus palabras me parecían cargadas de doble sentido. Sin embargo, deseché aquellos pensamientos porque ese hombre y yo nunca nos habíamos visto.

Levanté mi mirada verde a dirección a su cara, para percatarme de que me estaba mirando con intensidad, como si tratara de adivinar mis propios pensamientos y deseos. Sentí un remolino caliente agolparse en mi bajo vientre, mientras la nuca me cosquilleaba por los nervios que me causaba su fuerte mirada.

Levantó su botella en mi dirección y choqué mi copa contra ella, bebiendo un gran trago.

Seguí percibieron sus ojos sobre mí, y al parecer no pensaba decir más, por lo que me armé de valor para preguntar lo mismo que él me había cuestionado.

—¿Y… tú? —inquirí mientras él sonreí misteriosamente—. No eres de aquí…

Sus pardos ojos agudizaron su fijación en los míos.

—Soy de Italia... —replicó secamente, bebiendo del pico de su botella. Parecía incómodo con mi cuestionario, pero era lo justo: que él respondiera las mismas preguntas que yo le respondí.

—¿Tienes nombre? —insistí y se relamió los labios.

—Luca… me llamo Luca —dijo al fin y sentí una inmensa satisfacción de por fin ponerle nombre al hombre que me estaba desarmando lentamente.

Pero no todo había sido agradable… el recuerdo del tono de voz empleado por Valentina retumbaba en mi mente y sumando a ello las copas de brandy que llevaba, me pareció verla reflejada en los ojos de Luca por un breve instante.

—¿Sucede algo? —cruzó los brazos sobre la barra, logrando que sus fuertes músculos se tensaran.

—Nada… solo… nada —volví a negar agachando la mirada y sentí sus dedos tocar mi barbilla para levantar mi rostro.

Su mirada inquisitiva más el roce de su mano que había subido a mi mejilla, causaron estragos en mi interior y me vi envuelta en una ardiente llama de deseo y lujuria. Aparté mi rostro de su mano con la fingida intención de beber mi brandy, pero la realidad era que me estaba quemando demasiado su contacto. Me sentía confundida, abrumada por el mar de sensaciones que descubrí y me generaba terror porque no estaba acostumbrada a algo así.

Sentí la fuerte necesidad de refrescarme y quitarme de encima aquel calor que me estaba sofocando. Bajé del taburete con la intención de ir al tocador. Luca volvió a detenerme sujetando mi codo y sonreí.

—Debo ir al tocador —expliqué y me soltó, asintiendo con la cabeza.

Con pasos torpes, crucé entre la multitud hasta el otro lado de la barra. Pensé que al alejarme aunque fuera unos metros, la tranquilidad volvería a mí y sin embargo, estar lejos de ese extraño solo había helado mi piel que la había sentido por demás caliente estando unos minutos en su compañía.

Ingresé al tocador y para mi santa paz, lo encontré vació. Mis manos se sostuvieron del lavabo mientras intentaba regular mi respiración que se había disparado durante todo el tiempo que estuve cerca de él. Abrí el grifo y mojé mi cara, salpicada con algunas pecas casi imperceptibles. Miré mi reflejo en el espejo, descubriendo que mi lacio y rojo cabello estaba alborotado. Sacudí la cabeza y entrecerré los ojos.

¿Qué habría visto en mí?

Su mirada penetrante llegó a mi memoria y me fijé en mi atuendo: unos vaqueros rotos y viejos con un top blanco. Parecía una niña de preparatoria. Bufé.

—¿Por qué te importa? —le pregunté a mi reflejo—. De todos modos, no lo volverás a ver nunca más…

Maldije por dentro, tratando de acomodar mi pelo.

¿Por qué me estaba pasando esto justo ahora?

Mañana volvería a casa y todo se habrá resumido en una fugaz noche…

¿Quería marcharme?

Como si fuera una respuesta instantánea a esas preguntas que atormentaban a mis pensamientos, el rostro infantil de Valentina se agolpó con fuerza en mi memoria.

Sentí un fuerte dolor en mi interior: culpa, impotencia, ganas de retroceder el tiempo y obligarla a no subir al coche con mi hermano.

No podía simplemente hacer de cuenta que ese accidente no ocurrió y pasar el rato feliz con un desconocido que apartó todo el mal sabor de aquel momento.

Luca…

Mi pecho palpitó con frenetismo mientras la piel se me erizaba de solo evocarlo. Su compañía había apartado aquella desgracia de mi mente y me sorprendí a mí misma viendo en el espejo cómo, automáticamente, una sonrisa se dibujaba en mis labios y mis mejillas se teñían de un intenso carmesí.

Mis ojos esmeraldas centelleaban. Por primera vez, el brillo de la ilusión se apropió de ellos. Sin embargo, negué de inmediato al citar mentalmente los detalles que envolvían a Luca.

Llevaba una cazadora que costaría miles de euros. El Rolex que portaba en su muñeca izquierda, delataba que no era un hombre simple, sino alguien con mucho dinero. Sus modales eran exquisitos y la elegancia innata de los que nacieron en cuna de oro, lo acompañaba como si él no se diera cuenta.

Tampoco me sorprendía, porque generalmente los tipos como él iban al bar, coqueteaban y luego se marchaban con su presa de la mano.

Tal vez lo mejor sería que al regresar a la barra, se haya esfumado para evitar que mi corazón latiera acelerado por su cercanía.

O quizá, que me marchara directamente a casa sin despedirme, sería lo mejor. Lo malo era que mis cosas las había dejado allí y debía regresar porque toda mi vida estaba en aquella cartera vieja que había comprado hace años.

Me armé de valor, alisando por los nervios mi pantalón y suspirando frente al espejo. Tragué con fuerza y salí, recorriendo de nuevo el tramo hasta la barra. Sin embargo, grande fue mi  sorpresa al ver vacío el taburete que ocupaba. Sonreí negando, diciéndome a mí misma que esa era mi realidad y que un hombre como Luca se hubiera quedado a esperarme, era un vago sueño que solo podría recrear en mi memoria.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo