Capitulo 6: Ven de cerca tu dolor y escuchan por las noches tus llantos

Cerró la puerta a su espalda, entrando a la mansión en completa oscuridad y silencio. Se supone que debía llegar temprano a casa, pero podríamos decir que a la hora se le dio por avanzar demasiado rápido. Marcaban las nueve de la noche en el reloj redondo y antiguo colgado justo arriba de la puerta principal. Con pasos silenciosos se adentró a la cocina, dejó su mochila en el suelo y lavó el taper que utilizó, eliminando evidencias. ¿Qué estuvo haciendo todo ese rato afuera que llegó tarde a casa? En realidad nada, después de comer la tarta y disfrutar de la brisa y el sol. Se quedó dormida. 

Abrió el refrigerador y buscó algo para comer. Habían tantas cosas, pero al final se optó por tomar una manzana. De repente, la luz se enciende. No se molesta en mirar, podía soportar el sermón de Amelia, pero cuando la persona detrás de ella habla la deja estática. No creyó que su padre fuera a atraparla esta vez, normalmente se encerraba en su habitación como ella.

—¿De donde vienes? —preguntó. Y luego miró el piso con las cejas juntas. —¿Eso es arena?

 

Cerró el refrigerador y se giró hacia él tomando su mochila del suelo. Adam estaba vestido de una remera roja de mangas cortas que le marcaban bien los hombros, y unos pantalones celestes largos, sueltos y cómodos. La gente estaba acostumbrada de verlo en traje todo el tiempo, a él le encanta verse presentable. Pero para dormir, tenía un fetiche con los pantalones largos, sueltos y claros. Tenía toda una colección.

 

—¿No vas a hablar?

 

Su padre estaba parado justo en la entrada, impidiendo que Julien lograra escapar. Adam mete las manos en sus bolsillos y la mira con reproche.

 

—Creí que estaban dormidos. —respondió, sin mostrar interés. 

 

—Estábamos esperándote en la cena, cuando no apareciste fui a buscarte a tu habitación y no estabas. Amelia creyó que te habías escapado de casa, tuve que darle un calmante o yo también me volvería loco por su desesperación.

 

Julien sonrió. Pero eso solo lo irritó más.

 

—¿Crees que es gracioso? Amelia es una mujer demasiado adulta, le pudo haber dado algo grave por tu culpa. —demandó, provocando que julien borrara su sonrisa, él tenía razón, Amelia no está para soportar este tipo de sustos. 

—Lo siento.

 

—¡Eso no es suficiente, Julien! ¿Cuántas veces tengo que decirte que es peligroso salir? Más que nada para ti. Todos saben quien soy, que eres mi hija, pueden hacerte algo.

 

El rostro de Adam mostraba tanto enojo, pero el de su hija no mostró nada, ni arrepentimiento ni interés, estaba tan acostumbrada a esto y no tenía pensado que esta vez fuera diferente. Además, si entiende que él tiene razón, luego se disculpará con su nana cuando la vea. Era normal que hubiera gente que quiera hacerles daño, más que nada aquellos que se quedaron sin oportunidad cuando Adam se los ganó. La envidia de que un principiante haya conseguido más tratos con empresas conocidas, que los mismos expertos. Recuerda la vez que los paparazzis la rodearon asustandola cuando robaron el cuadro de pintura que su padre había comprado por millones y lo dejó como una reliquia en uno de los mejores museos de la ciudad. Julien solo tenía diez años, obviamente no le preguntaban nada. Pero una foto de la niña lo era todo, por poco la dejan ciega y ella los miraba aterrada creyendo que le harían algo. Por suerte, Ford la sacó del lugar. El estuvo presente en la vida de Julien en los momentos donde el padre era quien debía actuar y no él 

—Okey. ya te escuché, me iré a dormir. 

Quiso pasar por su lado y salir de la cocina, pero la mano grande y fuerte de su padre sostuvo su delgado y debilucho brazo. 

—¿A dónde vas? no he terminado. —La hizo girarse para que lo mirada. —No puedes hacer lo que se te dé la gana, Julien, soy yo quien trata de sacar cara cada vez que te metes en problemas y tengo que ir por ti interrumpiendo mis reuniones. ¿Acaso eso no te parece suficiente afecto?

Ella tuvo que levantar la cabeza para mirarlo. Era aterrador tenerlo tan cerca, su tamaño y su rostro enojado solo le daban la impresión del hombre malo, del monstruo. Pero aun así ella no bajó la cabeza, lo que él había dicho la había ofendido. 

—¿Afecto? ¿En dónde carajo está el afecto? Eso no existe. —su forma tan fría de expresarse le lastimó, Adam por noches enteras había pensado que en serio era tarde para tratar de mejorar algo, Ford trata de alentarlo, le aconseja y trata de hacerle ver que Julien todavía siente aprecio por él, al final de cuentas era su padre. Pero ahora, que la tenía tan cerca podía ver con claridad lo que ella sentía por él, no era cariño y mucho menos amor, su mirada estaba llena de rencor y enojo, tenía miedo de aceptar que había odio en ellos, esperaba que no. Ella era así con él por su culpa, ella creía que que él nunca le había mostrado afecto, y era cierto, tanto tiempo pensando en sí mismo no lo había notado. 

Entonces, sintió miedo. Su piel se erizo y su cuerpo se quedó inmóvil. 

—Solo intento protegerte, si sales sin avisar y algo malo te pasa, yo no me voy a enterar y no podré hacer nada para ayudarte si no sé donde estás —hablo suavemente como pudo cuando la vio alejarse un poco. Ella no respondió, y por un segundo su rostro se volvió el recuerdo de Sidney, Adam aparte la mirada con brusquedad y trata de controlarse por unos segundos,  Carraspeó su garganta intentando desaparecer el nudo que comenzaba a formarse, y le dijo sin mirarla—:No vuelvas a irte de casa otra vez, no sin mi permiso, soy capaz de hacerte morir de hambre si me desobedeces, no creas que no lo volveré a hacer. Ahora vete a dormir, y quiero que mañana limpies esa porqueria que llamas habitación. 

Julien suspira y antes de marcharse le dice:

—Que bipolar eres. 

Definitivamente esto no era lo que tenía planeado, se supone que una bebe sería lo mas feliz que pudo haberle pasado a él, y lo fue en su momento cuando ella nació. Pero las cosas cambiaron en el momento en que él al estar apreciando a la pequeña en la sala de bebés recién nacidos, una enfermera le dijera que el doctor tenía que decirle algo, y cuando se lo dijo Adam no sabía cómo procesarlo, primero no le creyó, él estuvo presente en el parto y ella se encontraba todavía con vida cuando Julien nació, la besó, le dijo estaba feliz por ambos hace más o menos unos veinte minutos antes de ir a ver al bebé. Pero de un momento a otro, Sidney dejó de respirar y su corazón dejo latir. Desesperado exigió verla, y no lo creyó hasta que la tuvo en frente de él, las enfermeras habían descubierto su rostro delgado, pálida y demacrado. Ni siquiera aguantó, se desplomó ante ella y su llanto alertó a las enfermeras que quisieron acudir, creyendo que sacarlo de la habitación seria mejor, pero el doctor las detuvo y dejaron  que Adam tuviera un último momento con su esposa.

Julien era un dolor de cabeza, en ocasiones por su inmadurez e irresponsabilidad. Adam la había criado así, había dejado que ella fuera lo que saliera. Se concentró tanto en el trabajo y en sí mismo que la pequeña había sido abandonada en una fría casa con una nana, él no tenía paciencia para esas cosas y mucho menos ahora que ella se había vuelto muy insoportable cuando quería. Julien azota su puerta, sonó tan fuerte que hasta el que se encontraba en la cocina pudo escucharlo. Tenía que tener cuidado la próxima, porque sabía que él sería capaz de mandar a alguien a que la vigile, y si eso llegase  a pasar ella ya no iba a poder ir al acantilado como antes, nunca, ni en sus sueños más profundos sería Capaz de decirle sobre el acantilado. Ese lugar se había vuelto muy personal, había encontrado un lugar a donde ir sin que nadie pudiera encontrarla, sentirse en lo alto lleno de paz. No quería arruinar eso. Y aunque se había dado cuenta de que no era la única que sabía de él, no tenía problema en compartirlo con Evan. No lo conoce de nada, y no está interesada en saber más de él. Pero se veía tan frágil ese día, había elegido ese lugar para quitarse la vida. También era personal para él, y tampoco quería arruinar eso.

 Y mientras que ella soltaba insultos totalmente enojada, la mirada de él había cambiado de una expresión enojada a una melancólica, le pedía a ella que no saliera por su bien, obligandola a estar encerrada en un inmenso lugar. Siendo como era ella ¿Cómo esperaba que se quedara encerrada? viviendo en un lugar tan hermoso como Greenfield de Derrion que necesitaba ser explorado y admirarlo. Tal vez Julien si necesitaba a alguien que le hiciera compañía, tal vez debería hablarle sobre la familia, contarle anécdotas y recuerdos. Pero no se sentía listo para eso, No estaba listo para hablar sobre la familia de Sidney cuando cada cosa la recordaba a ella. Y se torturaba, así como ahora mismo está torturandose de tan solo pensarlo. Pasó una mano por su rostro cansado, la semana entera había sido agotador para él. Adam era como un niño, no inocente, pero si temeroso. Tenía demonios de quienes quería escapar constantemente. Demonios que lo atormentaban por las noches y no lo dejaban dormir, demonios llamados recuerdos. Si tan solo las personas pudieran ver las imágenes que pasan por su cabeza, llorarían junto a él, porque el sentimiento de desesperación, de agonía y de melancolía seguía intacta desde que Sidney falleció. Él lo sintió como si le hubiesen arrebatado una parte de su alma. 

Él sería un buen ejemplo para describir la frase de: Si de verdad le importas tanto a alguien, olvidarte le será imposible.

 

Para cualquiera sería una linda frase, sería una tierna escena de él extrañando a la mujer que tanto amó. Pero no lo es para quienes conviven con él. Que ven de cercanía su dolor y escuchan por las noches sus llantos.

No lo es para quienes saben como es él en realidad.

Han pasado diecisiete años, y Adam Asher lo único que ha hecho es hundirse en la dolorosa profundidad de su pasado.

 

(...)

 

 

 

 

El domingo, Julien hizo lo que su padre esperaba que hiciera, se quedó en casa todo el dia. Mirando series en el televisor. Toda la mañana Amelia le dio sermones hasta cansarse. Cuando Adam llegó, ni siquiera le dirigió la mirada cuando entró a su casa. Y le pidió a Amelia que le llevara la cena a su habitación, no tenía ganas de ver a su hija después de la charla del dia anterior. El lunes por la mañana, él madrugó al trabajo. Julien se levantó a desayunar y se sintió extraña de no verlo con su taza de café y su periódico. Lo admite, una vez que se le pasó el enojo, se arrepintió de la forma tan insensible que había sido con el. Nunca le gustó verlo así, y se supone que ella quería buscar la forma de ayudarlo. Pero el enojo le había carcomido tanto las venas que sus palabras solo salieron sin control, al final de cuentas, se dio cuenta de que no era muy diferente a él.

 

En clase, esperaba junto a los demás alumnos al profesor de Historia. Siempre se retrasaba pero era pasable porque también daba clases en otra institución una hora antes de su clase en el instituto Derrion. Era lejos, y el director se pudo haber ahorrado tiempo al buscar otro profesor que si tuviera tiempo, pero el profesor de historia no era cualquier docente. Y tampoco cobraba mucho.

 

Cuando la puerta se abrió, no era el profesor quien entraba, sino el estudiante de los auriculares inalámbricos que no quería pasarle la tarea a Julien el viernes pasado. Su cabello rizado se encontraba algo húmedo. Y sus ojos grandes observaron a su compañera de a lado una vez que él dejó su mochila en el asiento. Julien estaba tan concentrada en hacer... Lo que sea que estaba haciendo con ese lápiz y su cuaderno, tal vez escribiendo, o rayando sin tener un punto exacto donde terminar. Aún seguía lamentándose por la discusión con su padre. El joven la ignoró, y tomó asiento, captando la atención de ella cuando la silla sonó. Julien lo miró por unos segundos, y luego lo apartó y continuó con lo suyo. No obstante, se vuelve hacia él nuevamente.

 

—¿Esta vez me estás escuchando? —le preguntó. Inclinándose un poco hacia él para verificar si llevaba puesto los auriculares. Y aunque sí los tenía puesto, giró la cabeza hacia ella y la miró como respuesta. —¿Te puedo pedir algo?

 

Él no dijo nada. Pero negó con la cabeza.

 

—Pero, si ni siquiera sabes que te voy a pedir. —se quejó.

 

—¿Vas a pedirme nuevamente la tarea de literatura? — Una sonrisa se extendió en el rostro de Julien, y sus cejas se ablandaron. —No.

 

—¿Porqué? ¿No fue suficiente rogarte el viernes pasado?

 

—Fue suficiente, para saber que no podré soportarte, Julien.

Ella resopló, ¿Porqué la trataba así, si ni siquiera la conocía? ¿Será así con todos?

 

—Para eso, puedes cambiarte de asiento. —Le dijo ella.

 

—Claro que puedo, pero no lo haré. Desde acá tengo buena vista del pizarrón, desde atrás no. —Volvió a mirarla, con indiferencia. —Pero puedes cambiarte tú.

 

—Quisieras. He empezado el año en este lugar y voy a terminarlo acá. —apoyó la espalda en la incómoda silla, y se cruzó los brazos mirando al frente.

 

—Como quieras.

 

El profesor Emersen llega, y lo primero que dice al entrar es "Evaluación, Segunda Guerra Mundial.". Nadie protesta, nadie habla y seguramente ni respiran. Los había tomado de sorpresa, pero la mitad del salón estaban seguros que responderían bien. Claro que, Julien no entra en esa mitad. Casualmente le había gustado más la primera que la segunda guerra, y por eso mismo no la estudió tanto como debería. El profesor dejó un pilar de hojas en el escritorio de una alumna de los primeros asientos, y le pidió que los repartiera. La chica no se negó, y uno por uno fue entregando la evaluación.

 

—Hola, ¿Eres Jean, verdad?

 

El chico de rulos alejó los dos dedos de su frente y el brazo que sostenía su cabeza para mirarla. La chica frente a él dejó la hoja de evaluación en su mesa. Su cabello era corto hasta un poco más abajo de los hombros, castaño. Julien también dirigió su mirada hacia ella y la reconoció.  

 

—Sí. —Respondió Jean.

 

—Lo sé de tantas veces que pasaron lista. —Comentó mientras no dejaba de sonreír. Una sonrisa de dientes pequeños y cuadrados, los hoyuelos se marcaban bien en sus mejillas y debajo de sus ojos grises oscuros, pecas apenas visibles recorrian su nariz.

 

—¿Te aprendiste el nombre de todos? —preguntó él curioso.

 

—No, solo el tuyo.

 

—Ah.

 

—Sé que llegaste hace un par de semanas, si quieres, puedo mostrarte el lugar —dice, amablemente. Jean levanta una ceja.

 

—Me tomé el tiempo de conocerlo por mi mismo. Gracias.

 

Ella quiso decirle algo más, pero fue interrumpida por el profesor. —Querida, apresúrate. No tengo todo el día. —sonó fastidiado. Ella se disculpó y dejó la siguiente hoja en la mesa de Julien. Se retiró a entregar los demás, y media hora después, la hoja de Julien seguía estando completamente blanca. Se veía a sí misma y luego veía al creido de a lado, el tal Jean que no dejaba de responder las preguntas con facilidad.

 

Listo, la próxima vez se pondrá a estudiarlo todo si es posible. Ahora, solo debía esperar a que el timbre del receso comenzara a sonar para poder entregar la hoja. Si lo hace antes, el profesor la volverá a llamar y pasará vergüenza en frente de todos cuando la sermonee. La cosa es buscar el tiempo adecuado para que el profesor no tuviera tiempo de revisar las hojas, el timbre del receso era el momento indicado.

 

Para su sorpresa, Jean se levanta de la mesa, toma su evaluación ya terminada y camina hacia el profesor.

 

—Genial, Jean. Desde que has llegado has sido el primero en entregar las tareas, y todo lo que respondes es correcto. Sigue así. —Julien frunció los labios en una mueca. Ya quisiera ella ser un excelente estudiante como él. —Pero por favor, quítate los auriculares la próxima vez. No creas que no me di cuenta.

 

—Si, lo siento.

 

—Regresa a tu asiento, tienes la hora libre.

 

Y con la cabeza en alto, orgulloso caminó hacia su mesa. Le regaló una sonrisa burlona a Julien, había notado que ésta estaba teniendo problemas para responder. Ella frunce el ceño y evita mirarlo. Jean se toma el tiempo en revisar su celular por unos minutos, el tiempo corre y el sueño y el aburrimiento aumentan. Aún teniendo los auriculares puestos, apaga su celular después de reproducir una canción, para luego volver a guardarlo en el bolsillo de su pantalón. Deja los brazos sobre la mesa, doblados y apoya la cabeza encima de estos. Observó por unos segundos lo que tenía a su lado, el dorado nunca le había parecido un lindo color hasta ahora, cierra los ojos y duerme.

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