Espinas venenosas

  La mañana emanaba buena vibra, definitivamente era un domingo para quedarse en casa y cocinar algo delicioso. Ese era el único día que le inspiraba estar en la cocina, ya que lo tenía completamente libre. Aunque los sábados casi nunca iba a trabajar, siempre había algo que terminar o editar; por lo tanto, le era costumbre dedicarle unas horas al trabajo ese día. El timbre sonó y la vibra cambió de radiante a oscuro, un frío insoportable llenó su interior. ¡Esa voz! 

 —Alex, querido. ¡Tu madre está feliz! —desde que él abrió la puerta, la voz chillona de aquella señora inundó el lugar.

 —Me alegro mucho, Ma. En... —él no terminó la frase cuando ya ella había irrumpido.

 —¿Dónde está mi nieta hermosa? —la señora pre

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