Él de verdad creía que iba a darle batalla esa noche.
Ella de verdad creía que iba a tener uno o dos arranques pasionales.
Pero después de la presión, la angustia, el estrés, la amenaza de muerte y todo lo que había pasado en los últimos siete días, bastó que Jake alargara el brazo y se lo ofreciera a Nina para que estuvieran los dos roncando como marmotas.
Cuatro o cinco horas después, en una de esas veces en que el cerebro despierta en medio de la noche, Jake se encontró abrazado a la espalda de Nina, que se hacía un pequeño ovillo contra su pecho.
—No me quedé para esto —-la escuchó rezongar medio dormida.
—Cállate, somos padres ahora, tenemos derecho a dormir como osos —respondió él, metiendo la cabeza en la curva de su cuello y oliendo su pelo.
—Bueno, pero mañana te vo