2. ¿Me estás siguiendo?

Hanna

Es otro día y yo aún sigo maldiciendo con mis entrañas al extraño y grosero hombre que me encontré ayer en las escaleras. Es que ¡Si será descarado! 

No puedo creer que ese idiota haya tenido la desfachates de insinuar que yo no tendría para pagar el arreglo de su estupido celular, cosa que evidentemente es muy cierta, pero que ninguna persona con educación diría.

No sé dónde ha salido el tipo, tiene un aire de persona importante y pomposa, de esos que piensan que tienen el mundo a sus pies, aunque también tiene toda la pinta de hombre de ensueño, pero que son todo lo opuesto.

Me habló como si fuera un objeto, ignorando mi presencia como si no existiera. La verdad es que he sentido una enorme atracción por él, pero eso no justificaba su comportamiento. Me ha tratado como si no valiera nada.

Así que cuando mi jefa me llama para pedirme que lleve unos documentos urgentes a un cliente que está en el sótano esperando, me apresuro a hacer lo que me pide. 

No tengo tiempo que perder pensando en ese hombre. O eso creía yo.

Salgo del ascensor casi corriendo y me dirijo al vehículo que me ha indicado Mila, mi jefa.. Y entonces lo veo.  Es él. El patán que me ha tratado de lo peor ayer. 

Esta recostado en su auto y veo como sus ojos se abren en sorpresa al verme, pero rápidamente cambia su expresión por una molesta.

—¿Me estás siguiendo o qué?- me dice con tono burlón.

Tengo que apretar la quijada con fuerza para no soltar tres groserías.

—No te estoy siguiendo- le respondo con la voz tensa.

—¿Ah no?— lo veo acercarse otro poco a mí, mirándome fijamente a los ojos- Parece que no puedes dejar de buscarme.

—No te busco—Digo, intentando controlar mi enojo.

—Claro que sí— se rió de nuevo—¿O acaso te sientes atraída por mí?

Bueno, ¿y es que este acaso se cree el único hombre en la faz de la tierra o que? Puede que sí esté más bueno que el pan, pero no por eso debe portarse como un capullo

—En tus sueños— le digo y le doy una sonrisa burlona tendiendo los papeles en su dirección- Yo solo vine a traer estos documentos que al parecer necesitas y eras incapaz de subir por ellos— le entregué el sobre con los papeles y me di la vuelta para irme.

Sin embargo, el idiota no parece dispuesto a dejarme ir. Lo veo rodear el coche y en menos de un segundo me tiene acorralada contra la puerta del copiloto. 

Siento su cuerpo caliente y duro contra el mío, y mi corazón de inmediato comienza a latir con fuerza.

—Eres muy atractiva- me dice en un susurro que hace erizar cada poro de mi piel- Es una lástima que seas rubia, una gatita rubia.

Y con ese comentario la magia se acaba.

—¿Qué quieres decir con eso?- le pregunté, molesta y sin ocultarlo.—Y no vuelvas a llamarme de ese modo.

—Nada-— el idiota se encoge de hombres y luego veo como me regala una sonrisa maliciosa que supongo hace papilla a las mujeres, antes de encogerse de hombros— Solo que las rubias siempre son un poco tontas.

Mi boca no podría abrirse más ni aunque quisiera. No puedo creer que este tipo sea tan descarado, grosero y… y…

—¡Eres un maleducado!—le digo y sin dudarlo empujo con fuerza su cuerpo para alejarlo y pongo el sobre contra su pecho—Puedo decirte que esta rubia tonta no tiene nada, porque de serlo caería en tus garras, pero créeme soy más lista que eso.

—Lo ves, eres toda una gatita peleona— me dice el idiota, pero yo decido no alargar más esta discusión.

Si decir más, me doy media vuelta y salgo prácticamente corriendo de ahí y me meto en el ascensor.

No sé qué es peor: el hecho de que me haya tratado como un objeto la tarde anterior o el hecho de que me ha agarrado de esa manera. Me siento furiosa, humillada y vulnerable.

Cuando llego de vuelta a mi oficina, estoy echando humo, pero cuando mi jefa me pregunta si he entregado los documentos, trato de sonreír y le digo que sí.

Es entonces cuando caigo en cuenta de lo que ha pasado, y no puedo evitar sentirme preocupada por lo que pueda pasar si ese hombre se queja de mi comportamiento. 

Podría perder mi trabajo y esa sería mi ruina, mi sueldo a duras penas me alcanza para subsistir aquí en Los ángeles, de hecho estoy en busca de un ascenso o un nuevo trabajo, pues la mayoría de lo que gano se lo envío a mi madre y a mi pequeño hermano enfermo en Londres.

Mi hermano está demasiado débil para que puedan viajar y el inservible que mi madre se busco por marido, luego de la muerte de papá, la abandonó cuando a mi hermano le diagnosticaron leucemia.

No, no puedo perder mi empleo…

Me siento en mi escritorio y trato de concentrarme en mi trabajo, pero no puedo dejar de pensar en él. 

¿Por qué me había hecho sentir así? ¿Por qué me había tratado tan mal? ¿Qué pasará si me echan?

De repente, mi teléfono suena anunciando que tengo una llamada de Steph, mi mejor amiga, y viendo que mi jornada laboral ya casi ha llegado a su final, decido responder.

—No sabes cuanto necesitaba esta llamada— digo nada más responder haciendo que mi amiga se ria.

—¿Ha sido un mal día?— me pregunta ella con humor.

Yo simplemente dejo salir un resoplido al momento en que el rostro esculpido y atractivo del idiota llega a mi mente.

—Ni te lo imaginas. Nos vemos a la salida en el bar de siempre, ahora debo colgar.

Luego de veinte minutos metida en el tráfico, consigo parquear en frente del bar en el que al menos dos veces a la semana me encuentro con Steph.  

Cuando entro mis ojos recorren el espacio hasta que encuentro la melena castaña de mi amiga sentada en la barra ya con una cerveza en mano. 

Me dejo caer con pesadez a su lado en el banquillo ganándome una mirada divertida de mi amiga que extiende una cerveza en mi dirección, que al parecer ya había pedido para mi. 

Sin dudarlo la tomo y le doy un largo trago antes de dejarla nuevamente en la mesa arrugando el gesto. Odio la cerveza.

—Bueno ¿Y a ti que te ha pasado?

—Ayer he tenido un encuentro desagradable con un idiota en la oficina y hoy he tenido la desgracia de tener que repetirlo— le digo en medio de un gruñido, porque de solo recordarlo me hierve la sangre así que le doy otro sorbo a la bebida.

Ella al escucharme eleva ambas cejas en sorpresa y no me extraña, yo suelo ser muy tranquila y evito a toda costa meterme en problemas.

 Steph  me da toda la atención, haciendo un gesto con la mano para que le cuente detalles.

—¿Ha sido un compañero? ¿Te hizo algo? ¡HABLA!—Su preocupación mezclada con las ganas de saber el chisme consigue sacarme una sonrisa.

—No, no. Bueno, no lo sé, nunca lo había visto antes en la revista, ni siquiera en la zona del canal televisivo, pero no tenía la pinta de ser un trabajador.

Esa es la pura verdad, ese hombre tenía cara de todo menos de ser un asalariado que se come las uñas esperando el fin de mes.

—¿A qué te refieres? Luego ¿Qué pinta tenía?

Steph me mira con curiosidad y yo sin darme cuenta estoy recreando en mi mente la imagen del desconocido arrogante, pero es que amado Dios, el hombre sí que está como un tren.

—Tiene pinta de ser el dueño del edificio, no el trabajador— le digo finalmente— El hombre imponía un montón y mejor ni decirte lo bueno que está.

Mi amiga abre muchos los ojos al escucharme y como se que debe estar a punto de salirme con una barbaridad, me le adelanto y empiezo a contarle todo sobre mi corto pero desagradable encuentro con el desconocido, ella abre mucho más los ojos cuando le digo como me trató cuando vio que su celular se había roto. 

Cuando finalmente termino, mi amiga tiene el ceño fruncido y una mueca de indignación clara en su rostro.

—Es un imbécil— concluye ella y no puedo hacer más que darle la razón.

—Lo es— digo y dejo salir un suspiro antes de terminar la horrenda cerveza.

Levanto la mano y me pido dos chupitos de tequila que el barman no demora en dejar enfrente de mi, extiendo uno a mi amiga que ni siquiera duda en recibirlo y  nos empinamos el chupito.

—Estoy preocupada— dejo salir finalmente cuando los nuevos tragos están frente a nosotras. De inmediato siento la mirada de la castaña en mi nuca, cuando me giro a verla tengo que tragar en seco antes de decir lo que ha estado torturando mis pensamientos desde esta mañana— ¿Qué tal si es un hombre importante y pone una queja sobre mi en la empresa? Él parecía totalmente la clase de persona que se atrevería a hacerlo.

Steph parpadea dos veces cuando me escucha y luego hace ese gesto que me hace saber que está pensado y que probablemente se está molestando.

—No van a botarte, tu jefa te ama, tu columna es de las más leídas, si ese idiota va y pone una queja lo máximo que va a conseguir es que te de den un jalón de orejas— me dice, pero sus palabras no me dejan tranquila.

—No estoy tan segura, tu no lo viste Steph, el hombre incluso llevaba guardaespaldas, que persona anda por ahí con guardaespaldas como si no fuera la gran cosa.

Veo como mi amiga traga en seco y solo con ese gesto sé que está empezando a preocuparse.

—No nos apresuremos a los hechos, Hann, puede que se queje como puede que no, mientras tanto tu y yo vamos a beber.

Y así lo hicimos, íbamos ya por nuestra cuarta tanda de chupitos cuando mis ojos, ya un poco achispados debido al licor, empiezan a pasearse por el local y es entonces cuando lo veo y siento como todo a mi alrededor se tambalea.

—Oh Dios mío, es él— digo y llevo mi mano al hombro de Steph para avisarle aunque se que ya me escuchó—Es él amado Dios, es él.

—¿Quién? Señálame donde está el infeliz y le daremos una paliza.

Pero eso no va a ser posible, porque yo no lo estoy viendo en persona.

Con manos temblorosas señalo hacia donde el gran televisor se encuentra empotrado en la pared del fondo de la barra y su cara se ve en lo que parece ser una entrevista hecha por Forbes.

Mi amiga sigue el camino que señala mi dedo y cuando llega hasta el televisor siento como inhala aire de manera brusca, lo que quiere decir que lo ha reconocido.

 De inmediato giro mi rostro hacia ella en busca de una respuesta.

—¿Lo conoces? ¿Sabes quién es?

Ella lentamente gira su rostro hacia mí y noto que se ha puesto muy pálida, lo que hace que los nervios empiezan a apoderarse de mí y el pensamiento de que voy a terminar sin trabajo se hace mucho más fuerte.

—Cariño, todo el mundo sabe quién es ese hombre— me dice angustiada y no puedo evitar fruncir el ceño porque evidentemente yo no sé quién es— ese es Jason Thompson, el  CEO multimillonario más joven y cotizado de los últimos diez años, Hann.

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