Stefan
Regreso a casa con un miedo profundo invadiendo cada fibra de mi ser. Si algo le pasase a Lizzie y a mi hijo, me volvería completamente desquiciado. Cuando entro a la habitación me recibe un silencio sepulcral que solo me hace pensar lo peor.
Avanzo hasta la cama y en el momento en que mi vista se aclara me doy cuenta de que todo está bien. Suspiro de alivio y una sonrisa se forma en mis labios. Ella está profundamente dormida, y Alex también duerme como todo un tierno angelito en la cuna que mandé a poner al lado de nuestra cama.
Me deslizo a su lado sin hacer ruido, pero al parecer no sirve de nada porque ella se despierta. Somnolienta como está, no parece distinguirme mucho. Se frota los ojos para ver mejor y al darse cuenta de que soy yo, me sonríe.
—Llegas tarde.
—Lo siento, me quedé dormido en la oficina —confieso. No quiero preocuparla con lo de la amenaza, sería poner demasiada presión sobre ella, así que prefiero no decirle nada.
—Ven, abrázame —pide en un susurro