Capítulo 4

Les doy una mirada periférica evaluándolos y sonrió lo más amable que me es posible.

—Cualquier cosa que necesiten…

—Pero ¿ella está bien? —vuelve a preguntar para mi sorpresa el chico, incorporándose. 

—Oye, Ethan —dice el otro enfiestado riéndose las carcajadas—. ¿Qué pasó? ¿Te gustó la niña esa? 

—¡Idiota! —grita y a mí se me crispan los pelos, cuando veo que el tal Ethan se levanta y le estampa un puño en el estómago. 

El que me reclamó al principio mi demora, se mata de la risa mientras ve a su amigo quejándose en el sillón. Yo me pego la media vuelta y ya estoy por salirme cuando escucho que el tipo me dice. 

—Oye, preciosa, vuelve en cinco minutos trayendo lo mismo. 

Me vuelvo hacía él y solo asiento con la cabeza. Él me mira de arriba abajo, lamiéndose los labios y yo ya me enervo, especialmente cuando agrega. 

—Da gusto verte servir, delicia. 

—¡Ya dejen de comportarse como imbéciles! —grita el más joven, mientras los otros dos se ríen sin parar como desquiciados.

Salgo del lugar apretando mis dientes, cerrando mis ojos con fuerza y esperando que no termine por estamparle a alguno en la cara la bandeja, porque “la fiera” dormida que llevo adentro, quiere salir a la luz. 

Ya fuera, me ventilo el cuerpo, sacudiendo mi camisa porque los nervios que me han hecho sudar. Entonces, alguien me habla por detrás. 

—Disculpa.

Me doy la vuelta y me encuentro con el tal Ethan, así que vuelvo a mi carita feliz y pregunto. 

—¿Se le ofrece algo? 

—¿Está bien? 

—¿Perdón? —inquiero confundida porque no entiendo.

—Tu compañera —me dice serio e incómodo—. ¿Se encuentra bien? Aquellos idiotas la molestaron. La vi salir… No parecía estar bien. 

Yo me sonrío, no sé qué decirle al chico, apenas si logro rascarme la cabeza, justo en ese momento, Ethan se queda duro, mirando algo, me vuelvo a donde observa y me doy cuenta de que está viendo a Jenna servir otra de las mesas. Él entonces se responde solo. 

—Ya entiendo. Si fuera ella tampoco querría estar ahí sirviéndonos. —dice triste y se va. 

Bueno, eso sí me ha sorprendido, al parecer, no todos los niños ricos son iguales. 

—Dame de lo mismo. —le digo a uno de los chicos de la barra.

—¿Siguen igual? —me pregunta preocupado.

—Gente de m****a. —comento y él se va para preparar la orden.

 Estiro mi cuello, haciendo girar mi cabeza, estoy tensa y me digo a mí misma:

—Quisiera cantar. 

—Alguien ya te ganó el micrófono. —me dice sonriendo el barman que me ha escuchado.

—¿Qué?

Apenas unas teclas del piano han sonado y esos breves toques ya me han resultado melancólicos. Es una melodía simple que no llama mi atención, así que me pego la vuelta para irme en medio de la penumbra de la sala… Hasta que escucho su voz, es grave, es triste, es taciturna de verdad. 

Bebé… Ha sido un largo tiempo esperando, un largo, largo tiempo…

Me regreso, yo conozco bien esa canción porque todas las noches la canto…  

Me acerco un poco para verlo. En medio de la luz que solo brilla para él, está elevándose con los ojos cerrados, pero ya no se ríe del mundo, sino que suplica por algo. 

¿Puedes escuchar mi corazón palpitar? ¿Puedes escuchar ese sonido?

¿Puede ser el mundo tan pequeño? De nuevo me encuentro a este hombre soberbio y altivo. Él canta. ¿Para quién canta? ¿A quién le canta? Eleva su rostro a lo alto, serio y triste en su himno, como queriendo llamar a alguien de verdad con el corazón.

Y entonces, levanté la mirada hacia el sol y pude ver, oh, la manera en la que la gravedad tira de ti y de mí.

Como si fuera un decreto, mi cuerpo entero tira hacia él, mi cerebro no reacciona, la naturaleza pareciera que exige a mis pies transitar en su dirección.

Él abre sus ojos como queriendo ver el sol que no se ve, busca y busca a algo o a alguien sin encontrarlo. Mueve imperceptiblemente su cabeza convencido de las palabras que dice cantando, arrastra cada frase como si no fuera suficiente cantar, como si quisiera gritarlas.

Sus ojos que parecen desorbitados y perdidos buscan un punto fijo. Y entonces, lentamente baja la vista y se encuentra… Conmigo.

Él me mira. Solo me mira y sigue cantando, y yo… Le sigo la canción en un murmullo perdido de mi corazón desbordado que palpita fuera de control. Porque el resto del mundo desapareció y yo lo estoy viendo solo a él.

Puedo oír latir tu corazón, puedo oír ese sonido.

Parada, sin saber qué hago ahí, mirando extasiada de nuevo a ese hombre, sigo la melodía de sus labios brillantes que se mueven y noto en sus ojos que se clavan en mí con el brillo del dolor que se enciende en una lágrima. Una lágrima que corre por su mejilla y se pierde en la nada.

Sus dedos siguen tocando la melodía y yo lo miro, no puedo hacer otra cosa más que analizar sus gestos y la habilidad que tiene de hundir esos dedos en las teclas del piano sin dejar de mirarme un solo segundo. 

Mientras él busca ese sol, yo solo encuentro la noche con las estrellas cinceladas en su cuerpo atlético, fibroso y arrogante, como la primera vez que lo vi elevándose en medio de todos con los brazos abiertos. Escucho los aplausos de la gente que hay ahí y parpadeo confundida, es como si recién me diera cuenta de que estoy parada en frente del escenario, como si fuera una fanática loca persiguiendo a su artista favorito.

Me siento una estúpida total y más todavía cuando veo que él me mira con una mueca que no entiendo en su rostro y una mano de mujer se posa en su pecho. Él se voltea velozmente para ver de dónde vino ese toque. 

—¡¿Sharon?! —exclama el tipo—. ¡¿Qué demonios haces aquí?! 

—Hola, cariño. —dice ella y le da un beso en los labios. 

M****a. ¿Qué demonios hago en esta situación tan confusa? Mejor me largo.

Camino rapidísimo hacia la barra pensando en él y esa mujer tan impresionante que lo ha besado. Y yo como una idiota ahí parada, me avergüenzo de mí misma, solo recordarme mirándolo como lo miraba me hace sonrojar. Tomo la bandeja con el pedido que ya me estaba esperando y vuelvo al compartimento privado. Respiro hondo y entro.

—Te demoraste dos minutos. —me dice molesto el tipo que me había dado el tiempo para volver.

—Lo siento —digo sonriendo, haciéndome la tranquila y sirviendo—. No volverá a ocurrir.

—Claro que no, porque te quedas aquí —me ordena el infeliz, como si pudiera—. Y solo te vas cuando yo te diga que nos traigas de nuevo las cosas.

—¡Ya déjala en paz, James! —dice Ethan golpeando con su puño el sillón—. ¡Se están comportando como un par de pendejos pajeros! 

—¡Cuidado, Ethan! —lo confronta el tipo serio y levantando su índice—. ¡Ubícate, niño!

—¿Qué ocurre aquí? —dice fuerte alguien detrás de mí. 

Apenas si puedo reaccionar de lo agitada que estoy. Puedo sentir el calor de un cuerpo enorme casi pegado al mío, su aliento ha hecho que se me ericen los pelos de mi nuca; me siento cubierta por completo, pero estoy demasiado tensa como para voltearme, así que solo puedo quedarme congelada en ese maldito lugar. 

—¡Tu primo que no respeta a la gente adulta! —dice el tal James en tono duro y seco.

—¡Y tú que no respetas nadie! —responde el chico.

Los dos se levantan, enfrentándose y pareciera que una nube oscura de rabia los envuelve.

Yo me encojo como queriendo desaparecer del lugar, el tipo que estaba detrás de mí pasa a mi lado y se frena entre los dos que se quieren pelear. Solo lo veo de espaldas y me sorprende la altura que tiene, es enorme, su silueta marcada se refleja en la penumbra y se delinea en su camisa bien ceñida al cuerpo. 

—¡Basta, Ethan! —grita—. ¡Siéntate! 

—Pero, Anthony…

—Sé amable, Ethan. —le dice ahora tranquilo, tomando su hombro con fuerza.

El chico le obedece de muy mala gana, desplomándose en el sillón, y yo me lleno de bronca por ver cómo le llaman la atención a él, siendo que ha sido el más maduro y considerado de todos ellos. Se ve que el tal Anthony está de parte de los otros dos. 

Me paro derecha reponiéndome de la situación y, aprovechando para irme con una excusa perfecta, pregunto al que acaba de llegar. 

—¿Se le ofrece algo, señor? 

El tal Anthony se da la vuelta para verme y yo… ¡Santa m****a! Definitivamente el mundo es demasiado reverendamente pequeño, una completa miniatura.

—¿Bonita? —murmura apenas, abriendo bien sus ojos sorprendido. 

Yo me hago la desentendida e inclino levemente mi cara al costado, tengo las mejillas ardiendo y el estómago revuelto de ansiedad. ¡No puede ser! 

“Bonita”. Así me llamó la otra noche de la pelea. 

—¡Ya te dije que te quedas! —interrumpe el tipo que sigue parado y se peleó con Ethan, como si fuera el soberano y yo su esclava. 

Yo lo miro furiosa, aprieto con mis manos la bandeja que sostengo con ganas, como preparándome para darle con ella en la cara. Entonces, el tal Anthony me sorprende cuando lo mira serio, desafiándolo y me dice a mí. 

—Trae otra ronda de lo mismo, por favor.

Yo no pierdo ni un segundo y me voy corriendo para hacer el pedido. Honestamente, no sé por qué estoy tan enojada, sabía que me estaba exponiendo a todo eso cuando le ofrecí ayuda a Jenna. 

—¿Y cómo va eso? —me pregunta de nuevo el barman. 

—¿Tú qué crees? —digo respirando agitadísima.

—Lástima que el dueño no está. No creo que a él le hubiera gustado esto. 

Los dos nos miramos como diciendo: “él ya hubiera arrojado esa basura a la calle”, pero no podemos hacer más que continuar con nuestro trabajo, así que tomo la bandeja y regreso al lugar convenciéndome a mí misma de no golpear a nadie. 

—Te demoraste de nuevo. —me dice el tal James.

—Disculpe. —digo sonriéndole. 

Él me mira y yo me siento incómoda de verdad, debo admitir que es un hombre atractivo, claro, si no fuera por su personalidad; se acomoda en el sillón, apoya sus codos en sus rodillas y, siguiendo mis movimientos, dice sonriendo: 

—Pareces una chica inocente.

Cuando dejo una botella de cerveza y un vaso frente al tipo enorme que ahora sé que se llama Anthony, me doy cuenta de que me mira enojado, como si yo hubiera hecho algo malo. Entonces, escucho que el otro tipo, del que no sé el nombre, habla. 

—Yo quisiera probar de esa inocencia, ahora.

Mis reflejos son tan buenos y tan impecables, por cierto, que salen a la luz cuando cazo en el aire la mano que está intentado llegar a mi lindo trasero. Sin miedo lo miro fijo y le aprieto con toda mi fuerza la muñeca. Ya sé quién fue el cerdo que agarró a mi compañera.

—Pero ¿qué m****a? —dice el tipo furioso.

Bueno, soy enfermera, ninguna chica debilucha podría ser enfermera. Me enfrento a situaciones exigentes y tensas todo el tiempo, así que tengo que ser físicamente fuerte, pero dudo que estos tipos sepan de esas cosas. Suelto al tipo que se pone derecho en frente mío mirándome con mucha bronca y yo también lo enfrento seria. A mí nadie me toca. Entonces, escucho para mi sorpresa que dice Anthony como si nada:

—Esto está aburrido. Nos vamos ahora. 

Se pone de pie, seguido de Ethan que suspira. Se le nota al chico arto de estar en compañía de los otros dos. 

—¿Aburrido? —protesta James riéndose—. Recién empieza la diversión. 

—Vamos. —insiste Anthony. 

—No quiero. —dice James mirándolo furioso sin intención de moverse de ahí y yo siento el ambiente muy pesado otra vez.

Anthony se le acerca como un depredador. Solo se sienten las pisadas de sus zapatos, se le para en frente y le sonríe como si le divirtiera la situación, se agacha y le murmura algo al oído. Noto que a James le caen gotas de sudor por la frente y mira a Anthony lleno de odio; más cuando le estampa palmadas en su cachete y se le ríe en la cara.

Anthony se incorpora de nuevo y, mirando a las mujeres, ordena sin dejar esa sonrisa que me da escalofríos:

—Vamos a seguir con la diversión a otro lado. Ethan, arregla la cuenta. 

—Claro. —dice el chico y se va a la barra.

Me sorprende ver cómo le obedecen. Todos se retiran y yo siento que James me clava la mirada mientras se está yendo.

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